Venerable Mariano Avellana: El mayor testimonio de amor

La familia claretiana internacional culminó el 31 de diciembre de 2024 la conmemoración de los 120 años desde que su misionero insigne Mariano Avellana Lasierra –reconocido como el mayor evangelizador de Chile entre 1873 y 1904 – rindió en un campamento minero del norte del país la vida que había jurado entregar sobre todo a los enfermos, los presos y los más abandonados.

¿Cómo no reconocer en ello la mayor prueba de amor que, según Cristo Jesús, consiste en dar la vida por alguien a quien se ama?

Desde largos años se ha consagrado al 14 de febrero como Día del Amor, y en forma primordial, de los Enamorados. Siglos atrás se atribuía a Valentín, un médico y piadoso sacerdote romano, haberlos protegido y casado contra una prohibición del emperador Claudio II, para quien el matrimonio era incompatible con la carrera militar. Por tal desobediencia, san Valentín habría sido martirizado un 14 de febrero, hacia el año 270. Independiente de tales creencias, la fecha terminó dedicada por antonomasia a celebrar y vivir el amor de pareja.

Pero, aparte de que el comercio y el lucro han trastocado la significación auténtica de tan sublime celebración, el más prostituido y degenerado ha venido a ser el amor mismo. En vez de entenderlo como la propia entrega hasta dar la vida por el ser amado, se le ha convertido en derecho de posesión, de dominio, y hasta de aniquilamiento y asesinato de quien, habiendo sido la persona supuestamente amada, se transformó en profundamente odiada.

No es mera coincidencia que este día 14, dedicado mes a mes por la familia claretiana a recordar el testimonio heroico de amor de Mariano Avellana, coincida este febrero con el Día del Amor. Puede ser más bien una oportunidad singular para mostrar a creyentes o no su testimonio cabal del amor verdadero; del que una bella canción sostiene que “amar es entregarse, olvidándose de sí, buscando lo que al otro pueda hacerle feliz. Qué lindo es vivir para amar; qué grande es tener para dar; dar alegría y felicidad, darse uno mismo, ¡eso es amar!”

Que Mariano Avellana amó hasta entregar heroicamente la vida, lo reconoció el papa Juan Pablo II al declararlo Venerable en 1987. Lo había testimoniado la forma incansable en que por 30 años evangelizó a Chile entre grandes sufrimientos y dolores, dedicado sobre todo a los enfermos, los presos y los más abandonados. Y lo hizo hasta caer rendido de muerte en la última de sus centenares de misiones.

No había olvidado el mandato de Cristo en la víspera de su muerte: “Ámense unos a otros como yo los he amado”. Ni las expresiones tajantes de Juan, su discípulo amado: “El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es Amor. El que dice amar a Dios y odia a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?”

Y así como Cristo amó a sus amigos hasta entregar por ellos la vida, Mariano se propuso entregar la suya en el confín de un continente desconocido al que fuera enviado a misionar. Y lo cumplió.

Alfredo Barahona Zuleta

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