En la teología cristiana, la santidad es un concepto central que está profundamente entrelazado con el misterio de la Resurrección de Jesucristo. Este vínculo fundamental entre santidad y Resurrección se extiende más allá del contexto religioso, tocando las cuerdas más profundas de la experiencia humana y la búsqueda de sentido.
La santidad, en su esencia, denota un estado de pureza, plenitud y cercanía a Dios. Es un ideal que recorre muchas tradiciones espirituales, impulsando a los individuos a perseguir la virtud, la compasión y la devoción. Sin embargo, es en el cristianismo donde la santidad adquiere un significado particularmente intenso, asociándose a menudo a la figura de Jesucristo, considerado el modelo supremo de santidad.
Por otra parte, el misterio de la Resurrección representa el núcleo de la fe cristiana. La creencia en la resurrección de Jesucristo de entre los muertos es fundamental para comprender la redención y la vida eterna. Este acontecimiento extraordinario no sólo da sentido y esperanza a la vida cristiana, sino que también plantea cuestiones profundas sobre la naturaleza misma de la existencia humana y la posibilidad de la trascendencia.
En el contexto de la santidad, la Resurrección adquiere un significado aún más profundo. Revela la victoria definitiva de Dios sobre la muerte y el mal, ofreciendo un paradigma de transformación radical y renacimiento espiritual. La santidad se convierte así en una invitación a participar en esta misma vida nueva, a abrazar el poder transformador del amor divino y a vivir en comunión con Dios y con los demás.
Sin embargo, la búsqueda de la santidad no es un camino fácil ni lineal. Requiere compromiso, sacrificio y una constante conversión interior. Es un camino de altibajos, de lucha y de gracia, en el que cada uno está llamado a afrontar sus debilidades y a crecer en la virtud y en la fe.
En este contexto, la Resurrección de Cristo se convierte en fuente de esperanza y fortaleza. Nos recuerda que, incluso en las pruebas más oscuras y en las situaciones aparentemente sin salida, siempre existe la posibilidad de una vida nueva, de un renacimiento inesperado. La santidad se convierte así en un testimonio vivo de esta realidad, un testimonio de vida que desafía las limitaciones humanas y abre la puerta a la gracia divina.
En última instancia, el vínculo entre santidad y Resurrección nos invita a reflexionar sobre el sentido más profundo de nuestra existencia y la posibilidad de una transformación radical a través del amor y la gracia de Dios. Es una llamada a vivir con esperanza y confianza, conscientes de que, incluso en la oscuridad más densa, la luz de la Resurrección sigue brillando, ofreciendo un camino hacia la santidad y la vida eterna.
¡Que nuestra existencia sea conquistada y transformada por la Resurrección! ¡Feliz Pascua a todos!
La llegada de la Cuaresma, en el contexto de nuestro camino hacia la santidad, ofrece una oportunidad única para reflexionar sobre el significado y la importancia de este período de preparación espiritual en la vida cristiana y misionera. La Cuaresma es un tiempo de penitencia, conversión y crecimiento espiritual, durante el cual los fieles están llamados a realizar un camino interior de purificación y acercamiento a Dios.
¿Cómo podemos vivir la Cuaresma más profunda y auténticamente a la luz de nuestra búsqueda de la santidad en el espíritu de nuestro Fundador, San Antonio María Claret?
La Cuaresma es un período de cuarenta días de preparación espiritual para la Pascua, durante el cual los cristianos se dedican a la oración, el ayuno y la limosna. Este tiempo refleja los cuarenta días que Jesús pasó en el desierto, tentado por Satanás, antes de comenzar su ministerio público. Es un tiempo de purificación y renovación de nuestra relación con Dios y con el prójimo.
En el contexto de nuestra búsqueda de la santidad, la Cuaresma adquiere un significado especial. Es un tiempo para hacer balance de nuestra vida espiritual, identificar las áreas en las que necesitamos crecer y comprometernos a dar los pasos necesarios para acercarnos a Dios y a su plan de amor para nosotros. Durante la Cuaresma, nos dedicamos a prácticas espirituales como la oración más intensa, el ayuno y la limosna, que nos ayudan a romper las cadenas del pecado y a crecer en santidad. También nos centramos en escuchar la Palabra de Dios y reflexionar sobre su voluntad para nuestras vidas.
Santa María Claret escribió que «la santidad del alma consiste simplemente en esforzarse por dos cosas, a saber, el esfuerzo por conocer la voluntad de Dios y el esfuerzo por cumplirla una vez conocida».
La santidad de alma, al parecer, es un ideal esquivo, reservado a unos pocos elegidos. Sin embargo, si miramos más de cerca, descubrimos que es más bien el resultado de nuestros esfuerzos cotidianos, dos acciones sencillas pero esenciales: esforzarse por conocer la voluntad de Dios y esforzarse por cumplirla.
Así pues, el primer paso en el camino hacia la santidad es el deseo de conocer la voluntad de Dios. No se trata sólo de una comprensión intelectual, sino de una relación profunda con Dios que lleva a leer sus planes para nuestra vida. La oración, el estudio de la Sagrada Escritura, la reflexión sobre la enseñanza de la Iglesia: todo esto nos ayuda a acercarnos a lo que Dios ha preparado para nosotros.
Conocer la voluntad de Dios requiere paciencia y apertura a su revelación en nuestras vidas. A veces esto puede significar buscar orientación en las situaciones de la vida, otras veces puede significar escuchar en silencio, esperando una inspiración clara. Pero siempre es un proceso que nos conduce hacia una relación cada vez más profunda con Dios.
Sin embargo, conocer la voluntad de Dios es solo la mitad del camino. La otra mitad es el esfuerzo por realizarla. Esta es a menudo una tarea más difícil porque requiere coherencia, disciplina y coraje. Hacer la voluntad de Dios significa tomar decisiones difíciles, ser guiados por principios morales y vivir el Evangelio.
Hacer la voluntad de Dios también significa tomar decisiones diarias – elecciones de amor, elecciones de servicio, elecciones que conducen al crecimiento espiritual. Son actos de humildad y devoción que forman nuestra alma y nos llevan hacia la santidad.
La santidad del alma no está reservada a las élites. Es un camino que cada uno de nosotros puede seguir si se esfuerza por conocer y cumplir la voluntad de Dios.
El Papa Pablo VI, con ocasión del Capítulo General de 1973 sobre la definición del misionero, dijo: «Veis aquí, diseñado para vosotros, todo un programa sobre cómo alcanzar la santidad, basado en la valiente decisión de negarse a sí mismo, fruto de una vida fecunda sacada del Evangelio. Os indica claramente -con expresiones que aluden claramente a la obra de San Pablo- el bien hacia el que debe tender vuestra vida personal y comunitaria, que es seguir e imitar a Cristo mediante formas individuales de caridad siempre activa» (Documentos Capitulares CMF [Barcelona 1973], pp. 12-13.
También significa ser solidarios con los más necesitados, reconociendo que nuestra penitencia y ayuno deben ir acompañados de un compromiso por la justicia social y el bienestar de los demás. La Cuaresma es un tiempo precioso en la vida espiritual de los cristianos, un tiempo que nos ayuda a prepararnos para la celebración de la Pascua y a crecer en santidad. En el contexto de nuestra búsqueda de la santidad, es un tiempo para reflexionar sobre nuestra relación con Dios y comprometernos a vivir más fielmente el Evangelio de Jesucristo.
Que la Cuaresma de este año sea para nosotros un tiempo de verdadera conversión y renovación espiritual, y nos acerque cada vez más a la santidad a la que estamos llamados como hijos de Dios.
El recuerdo de la pascua de nuestro Venerable P. Mariano Avellana, este 14 de mayo, adquiere relevancia especial cuando en 2023 se cumplen 150 años de su llegada a Chile.
Al conmemorar 119 años desde que rindió su vida terrena quien fuera considerado el mayor misionero que el país conoció en su tiempo, este aniversario pascual cobra así por sobre su memoria habitual en los días 14 de cada mes un significado inseparable del Sesquicentenario de su arribo.
Casi 31 años separaron ambas fechas en la vida del Venerable, desde que puso pie en tierra chilena hasta que murió como los héroes: en la última de sus más de 700 misiones y prédicas a lo largo del país; su ofrenda de incansable evangelización y servicio preferente a los enfermos, los presos y los más abandonados.
Celebrar y cuestionarse como familia
En tanto la comunidad claretiana de San José del Sur prepara varios actos conmemorativos por el Sesquicentenario del arribo del Venerable a tierra americana, este nuevo aniversario de su pascua permite valorar en toda su dimensión el testimonio de vida que Mariano Avellana plantea para la familia claretiana en pleno. Hasta muy lejos del confín de América donde lo vivió sin medida, su ejemplo de “misionero hasta el fin” valida en plenitud ante la Iglesia el carisma de su fundador y padre congregacional, Antonio María Claret, cuestiona en especial a sus misioneros a lo ancho del mundo, y les alumbra un camino que Mariano abrió hace 150 años y no ha perdido vigencia para la evangelización del siglo XXI.
Porque vencer la natural tendencia a la comodidad y la molicie para salir con premura en busca del enfermo, del derrotado por el vicio y del abusado bajo el peso del egoísmo, la injusticia y el abandono, es hoy tanto o más exigente que cuando los primeros claretianos pisaron suelo americano, y entre ellos Mariano sintió que no podía descansar ante las lacras que la pobreza ostentaba a las puertas mismas de la primitiva comunidad. De tal forma entendió la exigencia de santificarse como misionero sobreponiéndose hasta al agotamiento de sus fuerzas y a los dolores que lo martirizaron en vida.
Los desafíos de hoy han cambiado, por cierto, los rostros y las penurias, y en el mundo globalizado campean con diferentes ropajes los dramas que a Mariano lo impelieron a correr sin descanso a las “fronteras”, según el papa Francisco exige hoy a religiosos y laicos como necesidad urgente y primordial.
Al celebrar su memoria en este 14 de mayo y proyectarla sobre los 150 años desde que Dios mismo llegó con él a bendecir esta tierra, es justo y necesario alegrarse en el Señor y agradecerle por haber suscitado en ella semejante apóstol. Pero lo es, sobre todo, asumir en el propio estilo de vida el testimonio misionero que el Venerable Mariano legó a la familia claretiana.
Tanto en las comunidades, como en los colegios, santuarios y obras pastorales de San José del Sur se realizarán conmemoraciones del Venerable, ya sea hoy, en fechas cercanas o a lo largo del año. Entre las que ya están en marcha, valga destacar un programa de seis breves capítulos de difusión en Youtube, que a contar de hoy ofrecerá los 14 de cada mes el párroco del Corazón de María de Antofagasta, Pepe Abarza. El primero es ubicable con el link
Mariano Avellana es patrimonio espiritual preciado de la Congregación y la familia claretiana toda. Por ello su figura será, de seguro, digno motivo para reflexionar a lo largo del año y en diversos lugares sobre la forma “heroica” que la Iglesia ha reconocido a su testimonio de autenticidad religiosa y misionera según el carisma de Claret.
Alfredo Barahona Zuleta, Vicepostulador, Causa del Venerable P. Mariano Avellana, cmf
La Pascua es la fiesta de la nueva creación. Jesús ha resucitado y ya no muere. Ha abierto la puerta a una nueva vida que ya no conoce la enfermedad ni la muerte. Ha asumido al hombre en Dios mismo.
Que el anuncio de la Pascua se extienda por todo el mundo con el alegre canto del Aleluya. Cantémoslo con los labios, cantémoslo sobre todo con el corazón y con la vida, con un estilo de vida » ázimo «, sencillo, humilde y fecundo en buenas obras.
Benedicto XVI
Felices Pascuas en la alegría de Cristo Resucitado.
Postulación General para las Causas de los Santos de los Misioneros Claretianos
PRESENTACIÓN DEL NUEVO ICONO DE LOS 184 BEATOS MÁRTIRES CLARETIANOS
Se trata de mártires asesinados por su fe en Cristo durante la persecución religiosa que tuvo lugar en la guerra civil española que, desde 1936 a 1939, ensangrentó la antigua y noble nación ibérica. Todos ellos pertenecían a la Congregación de Hijos del Inmaculado Corazón de María (Misioneros Claretianos) y, aunque en lugares y fechas diversas, sin plegarse nunca a las insinuaciones de los perseguidores, soportaron en aquellos años la misma trágica muerte. Eran misioneros sacerdotes, hermanos y estudiantes. El más joven tenía solamente 16 años de edad. A estos hay que añadir el misionero mártir Andrés Solá, asesinado en México (1927).
ICONO DE LOS 184 BEATOS MÁRTIRES CLARETIANOS
Técnica: icónica tradicional – témpera al huevo sobre madera exótica Samba
Medidas: 100/77 cm
Icono pintado a mano por Teodora Bozhikova, Master en Arte, conservadora, doradora, copista, escritora de iconos y profesora.
El icono representa a 184 mártires claretianos en la gloria, en el Reino de Dios.
En la parte superior hay una inscripción en latín:
La parte central de la composición muestra a Cristo Pantocrátor bendiciendo a los mártires y acogiéndolos en su gloria. La cruz verde detrás de Cristo es la Cruz de la Gloria – Crux Gemmata. Es el signo de la pasión y muerte triunfante y salvadora de Cristo, que se convirtió en el Rey Supremo. Las cruces de este tipo representan la majestuosidad del poder de Dios y, además, la visión de la Jerusalén celestial. El color de la cruz es verde, en referencia al Árbol de la Vida. Las piedras preciosas, por su forma, hacen referencia al cuadro principal de la pared del altar de la capilla de la Casa General de los Claretianos en Italia. Toda la luz procede del centro de la composición, por lo que el colorido es más acentuado en esta parte del icono.
El fondo amarillo y dorado que rodea toda la composición representa la Luz Celestial que viene de Dios, mientras que los dos árboles de madera de pino de la parte superior izquierda y derecha, como símbolos de poder e inmortalidad, indican la Jerusalén Celestial.
EL CORAZÓN INMACULADO DE LA VIRGEN MARÍA
En la parte central, debajo de la figura del Pantocrátor, hay una figura de María – Corazón Inmaculado de la Santísima Virgen María, que es la Patrona de la Congregación de los Misioneros Claretianos. Se la representa junto a los mártires como Abogada, Protectora y Madre que conduce hacia su Hijo. Como Reina del Cielo, se alza sobre una peana ornamental.
MESA DEL SACRIFICIO
En la parte inferior central del icono hay una mesa para las oblaciones. Sobre ella hay una lámpara eterna y ramas de olivo, que simbolizan la gloria y el martirio. El color rojo del mantel subraya el martirio, pero también la fiesta real a la que están invitados los mártires.
BEATOS MÁRTIRES CLARETIANOS
Los mártires están representados en cuatro grupos. Todos son presentados como transfigurados, iluminados por la luz celestial, de modo que los colores de las túnicas al lado de María están tan iluminados que se vuelven marrones. La mayoría de las veces, los mártires aparecen rezando, con rosarios o cruces en las manos. Dos figuras sostienen los evangelios en sus manos. La figura del padre Juan Díaz Nosti sostiene una cesta llena de panes y el beato Andrés Solá lleva un cáliz.
I. A la izquierda (según la perspectiva del observador), en el nivel superior, se encuentran 51 mártires misioneros claretianos de Barbastro (España) con sus formadores. Seminaristas asesinados durante la Guerra Civil española, beatificados en 1992. En el mismo grupo está pintada la figura del beato Andrés Solá, beatificado en 2005.
II. A la derecha de María (de cara al espectador), en el nivel superior, están los 23 mártires de Sigüenza, Fernán Caballero y Tarragona, beatificados en 2013. Todos llevan ramas de palma como símbolo de victoria, triunfo, paz y vida eterna.
III y IV. En la parte inferior de la composición, 109 mártires beatificados en 2017 se presentan en dos grupos.
A la izquierda del icono (según la perspectiva del observador) 60 Mártires de las Comunidades de Solsona/Cervera (P. Jaume Girón y 59 Compañeros)
A la derecha del icono los otros 49 mártires de las Comunidades de Barcelona, Sabadell, Lleida, Vic, Santander y Valencia.
FONDO
Los colores del icono recuerdan un poco a los de la pintura mural del presbiterio de la capilla de la Casa Generalicia en Italia, donde se colocará el icono. En cambio, los colores del icono son más brillantes y alegres, mostrando la alegría de la Jerusalén celestial a la que todos están invitados.
Cofundador de la Congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María
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Jaime Clotet nació en Manresa (Barcelona) el día 24 de julio de 1822 siendo el último de ocho hermanos. Sus padres D. Ramón Clotet y Doña Gertrudis Fabres, de posición social holgada y de buenos sentimientos religiosos, dieron a Jaime una esmerada educación basada en el santo temor de Dios. Cuando solo contaba nueve años de edad entró a formar parte de la Congregación de San Luis Gonzaga. Quien le haya conocido en su edad madura, podía observar como conservaba aún “toda la frescura y todo el candor inmaculado de aquella bendita edad”, dice su biógrafo P. Mariano Aguilar.
Por esa misma edad comenzó a sentir inclinación al sacerdocio, y sus padres, para quienes Jaime era objeto de especial cariño, ya por ser el último de los hijos, ya principalmente por la extremada bondad de carácter y otras prendas muy estimables que veían en él, le matricularon para cursar Gramática latina en el colegio que los PP. Jesuitas tenían en la ciudad. Cursó Filosofía en la Universidad de Barcelona y cuatro años más de Teología en Seminario de esta ciudad. En 1843 pasó al Seminario de Vich, para cursar dos años de Teología Moral y Pastoral. Debido a la persecución religiosa en España, Jaime marchó a Roma para ser ordenado sacerdote el día 20 de julio de 1845. Al regresar, en julio de 1846, fue destinado como Vicario del Ecónomo de Castellfollit del Boix, parroquia situada frente a Monserrat. Un año más tarde será nombrado Cura Ecónomo de Santa María de Civit, otro pueblecito situado entre las montañas.
Cuatro años duró su ministerio parroquial, que Jaime Clotet calificó de pastoralmente muy buenos. Fue en este tiempo cuando inició su actividad de catequesis a los sordomudos, experiencia singular que marcaría su estilo misionero a lo largo de su vida. Todo surgió, dice el P. Clotet, de modo espontaneo cuando “allá por los años de 1848, hallándome de cura-ecónomo en un pueblecito de esta diócesis de Vich” se presentó en la sacristía un hombre de avanzada edad acompañando a su hijo sordomudo, ya mozo, para que le confesara. Ante las dudas del P. Clotet de que aquel mozo pudiera entenderle, el campesino le dijo: “y para que Ud. se convenza, le hablaré en su presencia y haré que él me hable… convenciéndome de que en realidad el hijo entendía al padre y el padre al hijo. En vista de lo cual déjeme a mi mismo: si un hombre de campo y sin letras ha llegado a entender perfectamente el arte de hablar con signos, ¿por qué no podrías tú saberlo, recibiendo lecciones de algún hombre competente? Pero, ¿en dónde encontrarlo? Y me quedé con el deseo.
La fuerte inquietud misionera que latía en el corazón de Clotet le empujaba más allá del horizonte parroquial. Providencialmente pudo ponerse en contacto con el P. Claret, que estaba a punto de fundar una Congregación, y el 16 de julio de 1949 ya estaba con él formando parte del grupo de cofundadores; era el más joven de todos. El P. Clotet descubrió por fin su vocación misionera y encontró en la nueva Congregación el mejor lugar para vivirla.
Durante sus primeros años en la Congregación claretiana se entregó por entero al ministerio de las misiones populares, a los ejercicios espirituales y, sobre todo, a la catequesis, ministerio para el que se sentía especialmente capacitado.
En 1858, Clotet fue elegido subdirector de la Congregación, cargo que desempeñó durante 30 años consecutivos. Sus obligaciones aumentaron al ser nombrado Superior Local de la Casa Madre de Vich (1864-1868) y responsable de la formación de los primeros Hermanos Coadjutores. Estas circunstancias le obligaron a abandonar la itinerancia, en favor de un apostolado más estable.
Quienes le conocían, afirmaban que la catequesis era su ocupación predilecta. De hecho, él la consideraba deber prioritario de padres, sacerdotes y maestros. Procuraba acomodarse a la capacidad de los niños, mediante ejemplos, parábolas y comparaciones. Y, para favorecer la perseverancia, les exhortaba a ingresar en congregaciones juveniles, la lectura de buenos libros y frecuentar las escuelas dominicales o nocturnas.
Hemos aludido a su predilección por la catequesis a sordomudos, pero también de su deseo de que alguien pudiera darle lecciones para entender perfectamente el arte de hablar con signos. La ocasión se presentó cuando, por motivo de un mal de rodilla tuvo que pasar varias semanas en Barcelona. Allí, un Padre del Oratorio de San Felipe “tuvo la caridad de darme lecciones diarias acerca del modo de hablar a sordomudos con señales y entenderlos…
Jaime Clotet, con espíritu misionero, procuró adquirir la competencia necesaria para enseñarles lo que no puede ignorar un cristiano.
A este fin, escribió en 1866 el libro La comunicación del pensamiento por medio de señas naturales. O sea, Reglas para entender y hacerse entender de un sordo mudo, que resultó muy útil para quienes se dedicaban a este ministerio apostólico. Más tarde escribiría varios libros más.
Siempre que he visto por primera vez a un sordomudo, se ha excitado en mí un sentimiento de compasión, he experimentado un impulso casi irresistible a ocuparme en hacerle conocer las principales verdades de la fe, cosa difícil por cierto, pero necesaria y del mayor consuelo en su desgracia (El Catecismo, 5)
Pero no se contenta con enseñarles el catecismo, sino que promueve la integración social de los sordos, como sabemos por el testimonio del Hermano Eustaquio Belloso, que residía en su misma comunidad: Cuando estaban enfermos los visitaba; y les procuraba el bien que podía cuando lo necesitaban. A uno llamado José Serra, vecino de Barcelona, su hermana casada, que vivía en Vic, no lo quería en su casa si no traía cama y ropa y ganaba para sustentarse. El Padre le procuró cama y ropa y a su servidor me dijo que le enseñase a coser; y a los pocos días ya sabía hacer pantalones; luego lo puso en una sastrería de confianza llamada del sastre de la Yuixa, donde aprendió bastante.
En septiembre de 1868 se produjo la revolución que expulsó de España a la reina Isabel II, y con ella también a su confesor, el Arzobispo Claret, fundador de la Congregación de Misioneros, cuyos miembros se vieron obligados a establecerse en el sur de Francia.
En Vich, lugar de la Comunidad de Misioneros a la que pertenecía el P. Clotet, la Junta revolucionaria había resuelto apoderare de la Casa-Misión. El P. Aguilar, biógrafo del P. Clotet, describe los momentos en que los miembros de la Junta fueron a incautarse de la casa y la reacción noble, humilde y bondadosa que tuvo Clotet: “…a las tres de la tarde se presentó la formidable Junta, a la cual el P. Clotet con su aire de humildad y con la perenne sonrisa de su rostro esperó y recibió a la puerta del convento. Antes que expusiesen el objeto de su venida, el P. Clotet fino y atento invitó les a descansar, y con muchas y corteses instancias pidió les se sirvieran pasar al refectorio donde el buen Padre había hecho preparar para cada uno un chocolate con su correspondiente postre de apetitosas frutas. Aceptaron el refresco aquellos caballeros, no digo gustosos, pues era imposible no estuviesen sonrojados y avergonzados al ver la manera de vengarse que tuvo el P. Clotet, pero sí, con mal fingido disimulo y como arrastrados por la amabilidad del buen Padre… Cuando ya estaban en la calle, todos loaban la humildad profunda del Padre Clotet diciendo a una voz: “es un santo, es un santo; su humildad enamora, arrastra; por él solo tendríamos que dejarlos en paz”. Con todo… el Presidente de la Junta comunicó al P. Clotet… la orden de que hiciera desocupar el edificio antes de veinticuatro horas.”
En noviembre del mismo año se constituyó provisionalmente en Perpiñán una Comunidad como primer paso para establecer en la diócesis el Escolasticado y Noviciado. La suerte favoreció a los Misioneros que pronto pudieron encontrar en Prades un edificio que, sometido a las convenientes reparaciones, acogió el Colegio-Noviciado de la Congregación, y al frente del mismo como Superior fue nombrado el P. Clotet. Nadie mejor que nuestro Padre para desempeñar este cargo en territorio francés: “Sus maneras corteses, el conocimiento que tenía de la lengua francesa, y su espíritu de caridad difusiva y universal, unido a las demás dotes de humildad, modestia y sencillez, grangeáronle pronto las simpatías de las personas más calificadas y honradas de la población”, nos dice el P. Aguilar.
En 1970 la Santa Sede aprobó definitivamente las Constituciones de la Congregación claretiana. En Prades, esta alegría se completó con la presencia del Fundador, el día 23 de julio, que venía de Roma con la salud bastante quebrantada, aunque pronto hubo de dejarles para buscar asilo político en el Monasterio de Fontfroide, en donde moriría el 24 de octubre. Por deseo del Superior General, P. José Xifré, el P. Clotet acompañó al Fundador durante sus últimos quince días de vida, circunstancia ésta que consideró una gracia extraordinaria. Día a día escribía al P. Xifré comunicándole todas las vicisitudes de la enfermedad del Fundador, y estaba atento siempre a todas sus palabras, movimientos y deseos para servirle y darle gusto en cuanto estaba de su mano.
Pocas personas conocieron tan de cerca como él al santo misionero Claret, no porque viviera mucho tiempo a su lado, sino por la comunión espiritual que hubo entre ellos tras la fundación de la Congregación… y en las últimas semanas de su vida cuando el P. Clotet lo atendió con inmenso cariño filial.
Más tarde, el amor filial de Clotet al P. Claret lo llevó a desvivirse por recopilar todos los datos y testimonios que permitieran reconocer su santidad y así iniciar su proceso de beatificación. Fue así como por encargo del Superior General comenzó a escribir el Resumen de la Vida del Venerable, en donde los Misioneros Hijos del Corazón de María pueden descubrir con todos sus pormenores innumerables ejemplos edificantes de su Fundador.
El cariño y admiración de Clotet hacia el santo Fundador le llevaron a imitarle en todos los detalles de su vida. “Cuando a fines de 1889 fue a París y tuvo la primera entrevista con la Reina Isabel II, esta señora, al verle experimentó un gozo indecible, porque creyó ver en él un retrato vivo de su antiguo y amado confesor el Ven. P. Claret.”
Hasta dónde llegaban el cariño y admiración que profesaba a Claret se puede deducir de las expresiones usadas cuando se encontraba ya en el lecho de muerte. A los que le visitaban y preguntaban preguntaban por su estado, respondía molto bene, benissimo. Y lo hacía en italiano “porque así lo hacía el Ven. Fundador en su última enfermedad”.
El P. Jaime Clotet ejerció principalmente de hombre de gobierno a las órdenes del Superior General, P. José Xifré. La divina Providencia les había hecho caminar de la mano a Xifré y Clotet, caracteres enteramente opuestos, para contrastar la virtud de sus siervos en el crisol de las contradicciones y de las humillaciones y mantener en sus obras el equilibrio necesario.
El P. Aguilar describe magistralmente la aventura vital de estas dos providenciales personas en la primera historia de la Congregación claretiana: “Al lado del P. Xifré, carácter enérgico, sin miedo a los peligros, acometedor de grandes empresas, pródigo en sacrificios, indomable en la adversidad y de alientos sobrehumanos, pero dominado de una fe viva y robusta, de una confianza en Dios ilimitada, de un celo por la gloria divina abrasador e inextinguible… puso al P. Clotet, alma igualmente recta y justa como la de aquél, pero de carácter enteramente opuesto, pues el P. Clotet era por naturaleza manso y afable, amante del orden hasta la nimiedad, enemigo de peligrosas aventuras, paciente investigador de las disposiciones canónicas… observador minucioso de las cosas y de las personas,… confiado sí en Dios, pero muy penetrado al mismo tiempo de la obligación de no tentarle y de no traspasar sin verdadera necesidad los límites ordinarios de la divina Providencia” (Aguilar, 246-247).
Las diferencias de criterio, nacidas de la diversidad de caracteres y aptitudes, llevó al P. Clotet a consultar al Padre Claret sobre la conveniencia de renunciar a su cargo. El P. Claret le respondió que no temiese, porque aquella oposición de carácter que veía en el Superior general, sería un grande bien para su espíritu, haciéndole merecer mucho delante de Dios, al mismo tiempo que cotribuiría al mayor bien del Instituto. El P. Clotet y el P. Xifré fueron el uno para el otro como finísimo diamante que mutuamente se labraban y pulimentaban para que brillara más su santidad delante de Dios y ante los hombres.
En junio de 1888, después de treinta años de permanecer en su cargo, Jaime Clotet cesa como subdirector General de la Congregación y es nombrado Secretario todavía por un trienio más. Mientras se lo permitan sus fuerzas y sus numerosas ocupaciones, el P. Clotet promoverá diversas tandas de ejercicios espirituales, predicará en novenas y cuaresma a toda clase de personas, dirigirá frecuentes pláticas y homilías a la comunidad en que resida, impulsará la formación catequística de los Estudiantes de la Congregación, e incluso hará gestiones en favor del Catecismo Único Universal.
En junio de 1892, le prohíben predicar por razones de salud; así lo cuenta él mismo: El P. General me ha dicho que no predique a sacerdotes, ni a ordenandos, ni a las Conferencias de San Vicente de Paul, porque me falta la voz; y que sólo me ocupe en espiritualizar a los de casa, predicando raras veces a los de fuera.
El 4 de febrero de 1898, a los setenta y cinco años de edad, fallece en la comunidad de Gracia el Siervo de Dios Padre Jaime Clotet y Fabrés. Cuando el P. Xifré tuvo noticia de la muerte del que por tantos años había sido su compañero y cooperador en la dirección del Instituto, no pudo contener las lágrimas y rindió a la memoria del santo compañero este cariñoso tributo: “Fue modelo de piedad, celo y ejercicio de todas las virtudes (…). Además de todos sus trabajos apostólicos, extendió su celo a los hospitales y a las cárceles y con especialidad a los sordomudos, a favor de los cuales publicó una obrita de gran utilidad para los que se ocupan en tan piadosa obra (…). Impedido de su vista, se retiró a nuestra casa de Gracia, en donde acabó su vida llena de méritos.”
El 3 de mayo de 1989, el Papa Juan Pablo II lo declaró Venerable. El decreto de proclamación de la heroicidad de sus virtudes ofrece estas atinadas afirmaciones sobre la vida del Venerable P. Jaime Clotet: “Entre sus hermanos de Congregación ha sido siempre considerado como un perfecto dechado del ideal del Misionero fijado por san Antonio María Claret… Su misión en el Instituto se puede resumir así: firme defensor de la vida interior en un Instituto intensamente apostólico. La presencia de Dios fue un estímulo constante en el ejercicio de todas las virtudes… modelo de justicia, de paz interior y exterior, de moderación, de delicadeza de conciencia, de confianza sin límites en la gracia divina.”
ORACIÓN
Dios Padre nuestro, Tú quieres que todas las personas puedan conocer a tu Hijo Jesús. Te pedimos nos concedas que el P. Jaume Clotet sea glorificado per la Iglesia, para que con su ejemplo haya cristianos dispuestos a enseñar el Evangelio, camino de Fe y Amor, a todas las personas sordas. Si es posible, concédeme el favor que te pido, con la ayuda de nuestra Madre Santa María del Silencio. Amen. (se puede rezar el Avemaría)