200º ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DEL VENERABLE P. JAIME CLOTET Y FABRÉS, CMF

Cofundador de la Congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María

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Jaime Clotet nació en Manresa (Barcelona) el día 24 de julio de 1822 siendo el último de ocho hermanos. Sus padres D. Ramón Clotet y Doña Gertrudis Fabres, de posición social holgada y de buenos sentimientos religiosos, dieron a Jaime una esmerada educación basada en el santo temor de Dios. Cuando solo contaba nueve años de edad entró a formar parte de la Congregación de San Luis Gonzaga. Quien le haya conocido en su edad madura, podía observar como conservaba aún “toda la frescura y todo el candor inmaculado de aquella bendita edad”, dice su biógrafo P. Mariano Aguilar.

Por esa misma edad comenzó a sentir inclinación al sacerdocio, y sus padres, para quienes Jaime era objeto de especial cariño, ya por ser el último de los hijos, ya principalmente por la extremada bondad de carácter y otras prendas muy estimables que veían en él, le matricularon para cursar Gramática latina en el colegio que los PP. Jesuitas tenían en la ciudad. Cursó Filosofía en la Universidad de Barcelona y cuatro años más de Teología en Seminario de esta ciudad. En 1843 pasó al Seminario de Vich, para cursar dos años de Teología Moral y Pastoral. Debido a la persecución religiosa en España, Jaime marchó a Roma para ser ordenado sacerdote el día 20 de julio de 1845. Al regresar, en julio de 1846, fue destinado como Vicario del Ecónomo de Castellfollit del Boix, parroquia situada frente a Monserrat. Un año más tarde será nombrado Cura Ecónomo de Santa María de Civit, otro pueblecito situado entre las montañas.

Cuatro años duró su ministerio parroquial, que Jaime Clotet calificó de pastoralmente muy buenos. Fue en este tiempo cuando inició su actividad de catequesis a los sordomudos, experiencia singular que marcaría su estilo misionero a lo largo de su vida. Todo surgió, dice el P. Clotet, de modo espontaneo cuando “allá por los años de 1848, hallándome de cura-ecónomo en un pueblecito de esta diócesis de Vich” se presentó en la sacristía un hombre de avanzada edad acompañando a su hijo sordomudo, ya mozo, para que le confesara. Ante las dudas del P. Clotet de que aquel mozo pudiera entenderle, el campesino le dijo: “y para que Ud. se convenza, le hablaré en su presencia y haré que él me hable… convenciéndome de que en realidad el hijo entendía al padre y el padre al hijo. En vista de lo cual déjeme a mi mismo: si un hombre de campo y sin letras ha llegado a entender perfectamente el arte de hablar con signos, ¿por qué no podrías tú saberlo, recibiendo lecciones de algún hombre competente? Pero, ¿en dónde encontrarlo? Y me quedé con el deseo.

La fuerte inquietud misionera que latía en el corazón de Clotet le empujaba más allá del horizonte parroquial. Providencialmente pudo ponerse en contacto con el P. Claret, que estaba a punto de fundar una Congregación, y el 16 de julio de 1949 ya estaba con él formando parte del grupo de cofundadores; era el más joven de todos. El P. Clotet descubrió por fin su vocación misionera y encontró en la nueva Congregación el mejor lugar para vivirla.

Durante sus primeros años en la Congregación claretiana se entregó por entero al ministerio de las misiones populares, a los ejercicios espirituales y, sobre todo, a la catequesis, ministerio para el que se sentía especialmente capacitado.

En 1858, Clotet fue elegido subdirector de la Congregación, cargo que desempeñó durante 30 años consecutivos. Sus obligaciones aumentaron al ser nombrado Superior Local de la Casa Madre de Vich (1864-1868) y responsable de la formación de los primeros Hermanos Coadjutores. Estas circunstancias le obligaron a abandonar la itinerancia, en favor de un apostolado más estable.

Quienes le conocían, afirmaban que la catequesis era su ocupación predilecta. De hecho, él la consideraba deber prioritario de padres, sacerdotes y maestros. Procuraba acomodarse a la capacidad de los niños, mediante ejemplos, parábolas y comparaciones. Y, para favorecer la perseverancia, les exhortaba a ingresar en congregaciones juveniles, la lectura de buenos libros y frecuentar las escuelas dominicales o nocturnas.

Hemos aludido a su predilección por la catequesis a sordomudos, pero también de su deseo de que alguien pudiera darle lecciones para entender perfectamente el arte de hablar con signos. La ocasión se presentó cuando, por motivo de un mal de rodilla tuvo que pasar varias semanas en Barcelona. Allí, un Padre del Oratorio de San Felipe “tuvo la caridad de darme lecciones diarias acerca del modo de hablar a sordomudos con señales y entenderlos…

Jaime Clotet, con espíritu misionero, procuró adquirir la competencia necesaria para enseñarles lo que no puede ignorar un cristiano.

A este fin, escribió en 1866 el libro La comunicación del pensamiento por medio de señas naturales. O sea, Reglas para entender y hacerse entender de un sordo mudo, que resultó muy útil para quienes se dedicaban a este ministerio apostólico. Más tarde escribiría varios libros más.

Siempre que he visto por primera vez a un sordomudo, se ha excitado en mí un sentimiento de compasión, he experimentado un impulso casi irresistible a ocuparme en hacerle conocer las principales verdades de la fe, cosa difícil por cierto, pero necesaria y del mayor consuelo en su desgracia (El Catecismo, 5)

Pero no se contenta con enseñarles el catecismo, sino que promueve la integración social de los sordos, como sabemos por el testimonio del Hermano Eustaquio Belloso, que residía en su misma comunidad: Cuando estaban enfermos los visitaba; y les procuraba el bien que podía cuando lo necesitaban. A uno llamado José Serra, vecino de Barcelona, su hermana casada, que vivía en Vic, no lo quería en su casa si no traía cama y ropa y ganaba para sustentarse. El Padre le procuró cama y ropa y a su servidor me dijo que le enseñase a coser; y a los pocos días ya sabía hacer pantalones; luego lo puso en una sastrería de confianza llamada del sastre de la Yuixa, donde aprendió bastante.

En septiembre de 1868 se produjo la revolución que expulsó de España a la reina Isabel II, y con ella también a su confesor, el Arzobispo Claret, fundador de la Congregación de Misioneros, cuyos miembros se vieron obligados a establecerse en el sur de Francia.

En Vich, lugar de la Comunidad de Misioneros a la que pertenecía el P. Clotet, la Junta revolucionaria había resuelto apoderare de la Casa-Misión. El P. Aguilar, biógrafo del P. Clotet, describe los momentos en que los miembros de la Junta fueron a incautarse de la casa y la reacción noble, humilde y bondadosa que tuvo Clotet: “…a las tres de la tarde se presentó la formidable Junta, a la cual el P. Clotet con su aire de humildad y con la perenne sonrisa de su rostro esperó y recibió a la puerta del convento. Antes que expusiesen el objeto de su venida, el P. Clotet fino y atento invitó les a descansar, y con muchas y corteses instancias pidió les se sirvieran pasar al refectorio donde el buen Padre había hecho preparar para cada uno un chocolate con su correspondiente postre de apetitosas frutas. Aceptaron el refresco aquellos caballeros, no digo gustosos, pues era imposible no estuviesen sonrojados y avergonzados al ver la manera de vengarse que tuvo el P. Clotet, pero sí, con mal fingido disimulo y como arrastrados por la amabilidad del buen Padre… Cuando ya estaban en la calle, todos loaban la humildad profunda del Padre Clotet diciendo a una voz: “es un santo, es un santo; su humildad enamora, arrastra; por él solo tendríamos que dejarlos en paz”. Con todo… el Presidente de la Junta comunicó al P. Clotet… la orden de que hiciera desocupar el edificio antes de veinticuatro horas.”

En noviembre del mismo año se constituyó provisionalmente en Perpiñán una Comunidad como primer paso para establecer en la diócesis el Escolasticado y Noviciado. La suerte favoreció a los Misioneros que pronto pudieron encontrar en Prades un edificio que, sometido a las convenientes reparaciones, acogió el Colegio-Noviciado de la Congregación, y al frente del mismo como Superior fue nombrado el P. Clotet. Nadie mejor que nuestro Padre para desempeñar este cargo en territorio francés: “Sus maneras corteses, el conocimiento que tenía de la lengua francesa, y su espíritu de caridad difusiva y universal, unido a las demás dotes de humildad, modestia y sencillez, grangeáronle pronto las simpatías de las personas más calificadas y honradas de la población”, nos dice el P. Aguilar.

En 1970 la Santa Sede aprobó definitivamente las Constituciones de la Congregación claretiana. En Prades, esta alegría se completó con la presencia del Fundador, el día 23 de julio, que venía de Roma con la salud bastante quebrantada, aunque pronto hubo de dejarles para buscar asilo político en el Monasterio de Fontfroide, en donde moriría el 24 de octubre. Por deseo del Superior General, P. José Xifré, el P. Clotet acompañó al Fundador durante sus últimos quince días de vida, circunstancia ésta que consideró una gracia extraordinaria. Día a día escribía al P. Xifré comunicándole todas las vicisitudes de la enfermedad del Fundador, y estaba atento siempre a todas sus palabras, movimientos y deseos para servirle y darle gusto en cuanto estaba de su mano.

Pocas personas conocieron tan de cerca como él al santo misionero Claret, no porque viviera mucho tiempo a su lado, sino por la comunión espiritual que hubo entre ellos tras la fundación de la Congregación… y en las últimas semanas de su vida cuando el P. Clotet lo atendió con inmenso cariño filial.

Más tarde, el amor filial de Clotet al P. Claret lo llevó a desvivirse por recopilar todos los datos y testimonios que permitieran reconocer su santidad y así iniciar su proceso de beatificación. Fue así como por encargo del Superior General comenzó a escribir el Resumen de la Vida del Venerable, en donde los Misioneros Hijos del Corazón de María pueden descubrir con todos sus pormenores innumerables ejemplos edificantes de su Fundador.

El cariño y admiración de Clotet hacia el santo Fundador le llevaron a imitarle en todos los detalles de su vida. “Cuando a fines de 1889 fue a París y tuvo la primera entrevista con la Reina Isabel II, esta señora, al verle experimentó un gozo indecible, porque creyó ver en él un retrato vivo de su antiguo y amado confesor el Ven. P. Claret.”

Hasta dónde llegaban el cariño y admiración que profesaba a Claret se puede deducir de las expresiones usadas cuando se encontraba ya en el lecho de muerte. A los que le visitaban y preguntaban preguntaban por su estado, respondía molto bene, benissimo.  Y lo hacía en italiano “porque así lo hacía el Ven. Fundador en su última enfermedad”.

El P. Jaime Clotet ejerció principalmente de hombre de gobierno a las órdenes del Superior General, P. José Xifré.  La divina Providencia les había hecho caminar de la mano a Xifré y Clotet, caracteres enteramente opuestos, para contrastar la virtud de sus siervos en el crisol de las contradicciones y de las humillaciones y mantener en sus obras el equilibrio necesario.

El P. Aguilar describe magistralmente la aventura vital de estas dos providenciales personas en la primera historia de la Congregación claretiana: “Al lado del P. Xifré, carácter enérgico, sin miedo a los peligros, acometedor de grandes empresas, pródigo en sacrificios, indomable en la adversidad y de alientos sobrehumanos, pero dominado de una fe viva y robusta, de una confianza en Dios ilimitada, de un celo por la gloria divina abrasador e inextinguible… puso al P. Clotet, alma igualmente recta y justa como la de aquél, pero de carácter enteramente opuesto, pues el P. Clotet era por naturaleza manso y afable, amante del orden hasta la nimiedad, enemigo de peligrosas aventuras, paciente investigador de las disposiciones canónicas… observador minucioso de las cosas y de las personas,… confiado sí en Dios, pero muy penetrado al mismo tiempo de la obligación de no tentarle y de no traspasar sin verdadera necesidad los límites ordinarios de la divina Providencia” (Aguilar, 246-247).

Las diferencias de criterio, nacidas de la diversidad de caracteres y aptitudes, llevó al P. Clotet a consultar al Padre Claret sobre la conveniencia de renunciar a su cargo. El P. Claret le respondió que no temiese, porque aquella oposición de carácter que veía en el Superior general, sería un grande bien para su espíritu, haciéndole merecer mucho delante de Dios, al mismo tiempo que cotribuiría al mayor bien del Instituto. El P. Clotet y el P. Xifré fueron el uno para el otro como finísimo diamante que mutuamente se labraban y pulimentaban para que brillara más su santidad delante de Dios y ante los hombres.

 

En junio de 1888, después de treinta años de permanecer en su cargo, Jaime Clotet cesa como subdirector General de la Congregación y es nombrado Secretario todavía por un trienio más. Mientras se lo permitan sus fuerzas y sus numerosas ocupaciones, el P. Clotet promoverá diversas tandas de ejercicios espirituales, predicará en novenas y cuaresma a toda clase de personas, dirigirá frecuentes pláticas y homilías a la comunidad en que resida, impulsará la formación catequística de los Estudiantes de la Congregación, e incluso hará gestiones en favor del Catecismo Único Universal.

En junio de 1892, le prohíben predicar por razones de salud; así lo cuenta él mismo:  El P. General me ha dicho que no predique a sacerdotes, ni a ordenandos, ni a las Conferencias de San Vicente de Paul, porque me falta la voz; y que sólo me ocupe en espiritualizar a los de casa, predicando raras veces a los de fuera.

El 4 de febrero de 1898, a los setenta y cinco años de edad, fallece en la comunidad de Gracia el Siervo de Dios Padre Jaime Clotet y Fabrés. Cuando el P. Xifré tuvo noticia de la muerte del que por tantos años había sido su compañero y cooperador en la dirección del Instituto, no pudo contener las lágrimas y rindió a la memoria del santo compañero este cariñoso tributo: “Fue modelo de piedad, celo y ejercicio de todas las virtudes (…). Además de todos sus trabajos apostólicos, extendió su celo a los hospitales y a las cárceles y con especialidad a los sordomudos, a favor de los cuales publicó una obrita de gran utilidad para los que se ocupan en tan piadosa obra (…). Impedido de su vista, se retiró a nuestra casa de Gracia, en donde acabó su vida llena de méritos.”

El 3 de mayo de 1989, el Papa Juan Pablo II lo declaró Venerable.  El decreto de proclamación de la heroicidad de sus virtudes ofrece estas atinadas afirmaciones sobre la vida del Venerable P. Jaime Clotet: “Entre sus hermanos de Congregación ha sido siempre considerado como un perfecto dechado del ideal del Misionero fijado por san Antonio María Claret… Su misión en el Instituto se puede resumir así: firme defensor de la vida interior en un Instituto intensamente apostólico. La presencia de Dios fue un estímulo constante en el ejercicio de todas las virtudes… modelo de justicia, de paz interior y exterior, de moderación, de delicadeza de conciencia, de confianza sin límites en la gracia divina.”

ORACIÓN 

            Dios Padre nuestro, Tú quieres que todas las personas puedan conocer a tu Hijo Jesús. Te pedimos nos concedas que el P. Jaume Clotet sea glorificado per la Iglesia, para que con su ejemplo haya cristianos dispuestos a enseñar el Evangelio, camino de Fe y Amor, a todas las personas sordas. Si es posible, concédeme el favor que te pido, con la ayuda de nuestra Madre Santa María del Silencio. Amen. (se puede rezar el Avemaría)

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