Queridos todos:
¡Os deseo todo el amor y la alegría de la Navidad! El Papa Francisco en su carta apostólica Admirabile Signum sobre el pesebre explica cómo «es implícitamente una llamada a seguirlo en el camino de la humildad, de la pobreza, del despojo, que desde la gruta de Belén conduce hasta la Cruz» (nº 3).
Al contemplar al niño de Belén en este año 2019, me viene a la mente la vida de nuestro Fundador San Antonio María Claret iluminada por el misterio de Cristo. En este 150º año de su nacimiento en el cielo, os invito a meditar sobre cómo su vida se convirtió en un auténtico pesebre para el Verbo encarnado.
En el centro de la vida de Claret está Cristo (Aut. 755) y la Madre María es todo para él después de Jesús (Aut. 5). Claret recordó que Jesús le presentó a San José como alguien a quien podía amar y en quien podía confiar (Aut. 831). En su vida sintió la presencia de San Miguel y de los ángeles de la guarda que le daban protección (Aut. 268-269). La pobreza, la sencillez y la humildad de Jesús marcaron su estilo de vida y su predicación itinerante. En su autobiografía, Claret presenta muchos animales domésticos a los que aprecia por sus virtudes: la gallina por el celo con sus polluelos, el perro por su fidelidad, la hormiga por su duro trabajo, el asno por su humildad y el gallo por su vigilancia (Aut. 664 y ss.). A continuación hay gente de todas las clases sociales a quienes predicó el Evangelio. La vida de Claret que culmina en Fontfroide resume por lo que vivió: La gloria de Dios y la salvación de todos los hombres.
Contemplando la escena de la Navidad en la vida de Claret, descubrimos lo que significa ser misionero… convertirse en un hogar para la Palabra en el mundo. Como hijos del Corazón de María, aprendemos de María a dar nuestra carne (humanidad) al Verbo, a convertirnos en pan (Eucaristía) para la vida del mundo. ¡Qué maravilloso es para nosotros, misioneros, ser en la vida un pesebre vivo para Cristo!
Deseo a toda la Familia Claretiana, a nuestros bienhechores y amigos una muy feliz Navidad y un Año Nuevo 2020 lleno de gracia.
P. Mathew Vattamattam, CMF
Superior General