Años atrás escribí algunas páginas sobre la historia del primer Capítulo General celebrado después del Vaticano II. Ahora, a los 50 años de su celebración, se me pide compartir algunos recuerdos personales.
Eran los años posconciliares de fervor eclesial. Tras la convocatoria del XVII Capítulo General, me tocó hacer parte de una de las nueve comisiones preparatorias. Y, después, la participación en aquel Capítulo, el más largo de la historia de la Congregación (1. IX-14.XI 1967). A mi edad, me cambió la vida la elección para Secretario del Capítulo (y, a seguir, para Secretario General de la Congregación).
Por mi función compartía a diario -a su pedido- un momento de diálogo con el P. Schweiger, Presidente del Capítulo. Era su amable forma de revisión previa de las actas. He recordado siempre su serenidad y eficacia en la conducción del Capítulo. La misma con que había decidido y guiado el proceso de su minuciosa preparación, iniciada a poco de finalizado el Concilio.
Un grupo de buenos teólogos y canonistas formaba la Comisión Doctrinal del Capítulo que elaboró las dos Declaraciones más importantes que preceden a los otros documentos publicados; ellas brindaron las pautas de base para el trabajo de las restantes comisiones. (Mi tarea de secretario no permitía la participación en ninguna de las comisiones).
Los 59 capitulares, de diferentes edades y proveniencias, partíamos unánimes con la consigna conciliar de la adecuada renovación: fue un ejercicio de retorno a la fuente fundacional del carisma de Claret que nutre nuestra forma evangélica de vida y misión, junto con la exigencia de adaptación a las “cambiadas condiciones de los tiempos”.
Con todo, diversas sensibilidades y temores hicieron más difícil el abordaje de la revisión de las Constituciones. De hecho, el Capítulo no se ocupó de su texto. Sólo dejó puntos concretos que la futura comisión encargada debía cambiar o introducir, para estudio del siguiente Capítulo. Con acuerdo capitular esta comisión sería presidida por el P. Schweiger. En una segunda etapa lo sucedería el P. José M. Viñas. Tardaría varios años la aceptación positiva de las Constituciones renovadas.
Entre los efectos inmediatos del Capítulo se destacaron dos hechos significativos. Primero, el compromiso que varias provincias asumieron en territorios misionales de ultramar. Y, segundo, las numerosas iniciativas (cursos, encuentros, especializaciones, etc.) ordenadas a nuestra actualización pastoral.
A la vez, no se puede olvidar que, como en otros institutos, el proceso de renovación hizo entrar en crisis a un notable número de claretianos, que abandonó su vocación. A esta pérdida numérica (unida a la disminución de los ingresos) ha seguido la urgencia de revisar nuestras posiciones y nuestra organización. Sin embargo, la fidelidad a las claves conciliares asumidas en 1967 se ha mantenido en los sucesivos Capítulos, buscando profundizar la vivencia del carisma contemplativo y misionero de Claret y el abordaje de nuevos horizontes de misión. Sigue siendo importante la renovación de las personas para habilitar la reforma de nuestras organizaciones.
P. Gustavo Alonso, CMF
