Al hacer memoria del Rmo. P. Martín Alsina a los 100 años de su muerte, no se trata aquí de recordar los hitos de su historia personal y de su incansable labor como General de la Congregación, ya muy conocidos. Pero sí podría ser el momento de rememorar el último año de la vida de un hombre de esos que mueren con la mano en el arado. Y hablamos de un año porque un mes antes de su muerte acababa de llegar de un asombroso viaje, largo, difícil y aún peligroso; un viaje de más de un año por América, comenzado en Bahía (Brasil) el 1º de diciembre de 1920 y terminado el 24 de enero de 1922 en la ría de Vigo (España). Le acompañó en esta travesía el P. Félix Alejandro Cepeda, su secretario, al que debemos una detallada crónica, que bien podría pasar por un verdadero testamento. El propósito fundamental de aquel viaje fue el de presidir los distintos Capítulos, preparar la reorganización jurídica de los mismos Organismos que crecían sin cesar, y crear los primeros postulantados en la zona.
El itinerario había sido más o menos éste: salida de Vigo, España, (12 de noviembre de 1920), Brasil (diciembre de 1920-enero de 1921), Argentina por Montevideo (febrero-marzo de 1921), Chile (abril-mayo de 1921), Bolivia (junio de 1921), Perú (julio de 1921), Colombia (por Guayaquil y Colón, Panamá, agosto de 1921), Estados Unidos (por Colón, Panamá, septiembre-noviembre de 1921), México (diciembre de 1921) y Cuba (enero de 1922). Llegada a Vigo el 27 de enero de 1922.
Cualquiera que lea la Crónica de este último viaje, escrita por el P. Cepeda en Annales 1921-1922, podrá conocer el temple de un hombre que entregó la vida por sus hermanos, como dicen las Constituciones, hasta el final. A través de ella somos testigos de largos y agotadores desplazamientos por tierra, por ríos y por mar, de los que nos han llegado detalles asombrosos que dan cuenta de su sacrificada entrega. Vemos al P. Martín Alsina afrontando once 11 horas de tren desde Río de Janeiro a Sao Paulo; en el camino de Pouso Alegre a Sao Paulo, durmiendo en un pueblecito a causa de un derrumbe; sufriendo en Santos una huelga de trabajadores de los muelles que impidió la salida de los vapores para viajar por mar hacia el sur; haciendo noche en el viaje de Curitiba a Porto Alegre debido al descarrilamiento del tren que debían tomar y en el que murieron 6 viajeros; desplazándose en tren durante 17 largas horas de Tucumán a Catamarca por no poder hacerlo en coche —habrían sido 6 horas— a causa de las abundantes lluvias; cruzando los Andes con el tren internacional desde Mendoza; emprendiendo una ruta hasta Santiago que le llevaría 23 horas por culpa de un temporal de nieve, con 5 metros de espesor en las vías; ascendiendo en Bolivia a 3700 metros en un tren que no podían utilizar los enfermos de corazón; atravesando en vapor el lago Titicaca a 3812 metros de altitud; subiendo de nuevo en tren de Puno a Arequipa a 4500 metros; soportando un mar embravecido de Mollendo a Callao, hasta el punto de tener que embarcar a través de una silla —atada con fuertes sogas a las grúas de la carga— que finalmente dejaba caer a los pasajeros al fondo de la barca que los había de conducir al vapor, en medio de una tormenta con grandes olas que bañó por completo al P. General; renunciando a su deseo de llegar a Trujillo debido a una epidemia de fiebre amarilla; atravesando el canal de Panamá para recorrer durante 6 interminables días el bajo Magdalena en vapor-correo camino de Girardot, donde se salvaron de caer a un precipicio de 10 metros por un fallo en los frenos del coche. Todo ello para, finalmente, encarar la que sería la parte más favorable del viaje: los 6 días de Cartagena a Nueva Orleans en un vapor americano, pasando 10 horas por las bocas del Misisipi, caudal hermoso, aunque plagado de cocodrilos. Y de San Antonio a México, soportando los 42 grados de calor en la región de Yuma. Ya en México pudo contemplar en vivo la situación de persecución que se vivía desde hacía 10 años. De hecho, en Toluca tuvo la oportunidad de disponer el traslado a uno de los templos claretianos de los restos del H. Mariano González, fusilado inicuamente por los revolucionarios.
Por si todo esto fuera poco, aún le quedaba al aguerrido General y a su secretario el retorno a España. En primer lugar, tuvieron que volver a Nueva Orleans para viajar a La Habana, con el fin de evitar una cuarentena exigida a quien zarpaba desde México. Y fue en la vuelta de Cuba a España donde vivieron el mayor peligro de todo el periplo. Dejemos que lo cuente el mismo P. Alsina en una breve Circular escrita el 1 de febrero ya desde Madrid:
«Conocido es de todos el furioso temporal desencadenado en las costas de España, Portugal, Francia, e Inglaterra, y los enormes perjuicios y las muchas víctimas que ha causado. Pues bien, carísimos hermanos, este temporal nos alcanzó también a nosotros, pero antes de llegar a las islas Azores, y durante 3 días nos tuvo en una constante amenaza de sumirnos en el abismo, con las grandes olas que se sucedían cayendo sobre el barco en que navegábamos. Pasó el peligro, pero esto aumenta en nosotros el deber de gratitud a nuestra gran bienhechora y madre, y debe también aumentar más y más nuestra filial confianza en ella».
Con tonos más oscuros lo relataba así el P. Cepeda:
«Por fin el día 12 de enero a las 10:00 h de la mañana ocupamos nuestros camarotes en el vapor “Maasdam” y nos despedimos de las costas de América. Los primeros días de la navegación el mar se mostró tranquilo y se nos aseguraba que en 10 días recorrería el vapor las 3980 millas que separan La Habana de Vigo, pero el sábado 19 se desató un violento huracán que hizo agitar el océano de un modo imponente. Las olas se levantaban furiosas como montañas y caían sobre la cubierta del vapor con ruido aterrador. La fuerza del viento impedía que funcionara la máquina y así empezó a retroceder “capeando el temporal”, en frase de los marinos. Temimos que fuese el fin de nuestra vida y que el océano nos serviría de sepultura. Celebramos la misa, atando fuertemente el altar, para fortalecernos para el viaje. Afortunadamente a los 3 días amainó la tempestad».
Finalmente atracaron en Vigo, España, el 27 de enero de 1922, al año y dos meses de haber partido. Y de allí se dirigieron a Madrid, de donde partió inmediatamente el P. General el 3 de febrero hacia a La Selva del Camp y Santo Domingo, para presidir sendos Capítulos Provinciales. Finalmente, encontramos al P. Marín Alsina en Zafra el día 28 de febrero, fatigado y con la fiebre gripal que le ocasionó un ataque fuerte de disnea. El día 2 de marzo todavía quería levantarse a celebrar la eucaristía, pero se lo impidieron. Cuando el médico fue a visitarle aquella mañana comprobó, con sorpresa, que su corazón había dejado de latir. Eran las 9 de la mañana. Tenía 63 años, 16 de ellos gastados al servicio de la Congregación como Superior General. Un mes antes de su fallecimiento había convocado providencialmente el Capítulo General, adelantándose dos años a lo previsto. Un Capítulo que no pudo presidir pero que contó con su ejemplo impagable de amor y entrega heroica a su querida Congregación.