El 17 de diciembre de 2022, Mons. Fernando Prado fue consagrado al Orden del Episcopado por Su Eminencia el Cardenal Aquilino Bocos Merino en la Catedral del Buen Pastor de San Sebastián, España.
La solemne celebración comenzó con el todavía Obispo Electo recibido a la entrada de la Catedral por el Administrador Diocesano, el Nuncio de Su Santidad en España, Mons. Bernardito Aúza, así como por diversas autoridades políticas que trabajan en el Ayuntamiento de San Sebastián, y por decenas de laicos, sacerdotes y religiosos donostiarras. Entre los sones de la banda de música, el Nuncio lo presentó a los fieles congregados en el templete de la puerta de la Catedral. Le acompañaba el Card. Bocos, que presidió la celebración posterior, y Mons. Francisco Pérez, Arzobispo de Pamplona, que ha sido el Administrador de la Diócesis durante estos meses de sede vacante.
Al inicio de la ceremonia, el Nuncio Apostólico animó al nuevo Obispo a «dar a conocer a todos el amor de Dios que siempre se nos ofrece» y le instó a trabajar recordando la Congregación en la que se fraguó su camino misionero. Tras la Liturgia de la Palabra, comenzó la ordenación episcopal con la invocación del Espíritu Santo. A continuación, se presentó al Obispo Electo con la lectura de la Bula Papal.
En su homilía, el Card. Bocos recordó que «hoy es un día de alegría, de acción de gracias y de esperanza para el pueblo de Dios que peregrina en San Sebastián. Y lo es porque Fernando viene a hacer suyas las palabras del profeta: ‘El Señor me ha enviado a dar la buena noticia a los pobres, a curar los corazones destrozados, a proclamar la amnistía a los cautivos y a los presos la libertad, a proclamar un año de gracia del Señor'». «Hoy reconocemos al Obispo como servidor y maestro, expresiones que nos remiten a la persona de Jesús, Buen Pastor».
Tras la homilía, el Card. Bocos interrogó a su hermano y éste se postró, mientras toda la Asamblea invocaba a los santos para que intercedieran por el nuevo Obispo. Así llegó el momento culminante de la ceremonia, la imposición de manos por parte del Obispo ordenante, así como de los veintidós obispos y arzobispos presentes en la Catedral. El Card. Bocos ungió la cabeza del nuevo Obispo con el Santo Crisma y le entregó los Evangelios y las insignias episcopales: el anillo, la mitra y el báculo.
Monseñor Prado Ayuso se dirigió a la Cátedra y se sentó; de este modo, tomó posesión de la Sede donostiarra ante el emocionado aplauso de los fieles que abarrotaban la Catedral y el claustro. Inmediatamente, recibió el abrazo de sus hermanos obispos y el saludo de diversos representantes de la Diócesis: sacerdotes, consagrados, laicos, niños y catequistas.
Antes de finalizar la celebración, el nuevo Obispo se dirigió a la nave central de la Catedral bendiciendo a los fieles, acompañado por sus dos predecesores en el gobierno de la Diócesis, Mons. Juan Ignacio Munilla, actual Obispo de Orihuela-Alicante, y Mons. Juan María Uriarte, Obispo de San Sebastián durante los diez primeros años de este siglo.
Posteriormente, Mons. Prado pronunció sus primeras palabras como nuevo prelado de la Sede donostiarra, en un sentido discurso que quiso dirigir, antes que a nadie, «a todas aquellas personas que, en general, no cuentan». «A los ojos de Dios sois grandes, concedió. «Qué hermoso es soñarnos todos nosotros en el corazón de Dios. Qué alegría y qué fuerza nos da saber que para Dios no hay nadie invisible, que para Él todos contamos. Esta es la buena noticia que produce la verdadera alegría que queremos anunciar».
«Quiero expresar mi saludo de manera especial a todas las personas que peregrináis a Gipuzkoa y que está formado por religiosos, por sus sacerdotes y por el laicado que representa a esa gran mayoría del pueblo de Dios. Vosotros sois luz y sal del Evangelio en medio de la sociedad», continuó. «Entre todos edificamos la Iglesia y juntos trazaremos sueños y encontraremos soluciones a muchas cosas. En comunión está nuestro único futuro».
El recién nombrado párroco se sinceró con su grey confesando que «hace 20 años recibí la ordenación sacerdotal y hoy vuelvo con vosotros después de otros destinos misioneros. Vuelvo más maduro y algo más hecho, aunque con toda la fuerza e ilusión del primer amor». «Quisiera ser, si me dejáis, vuestro pastor, hermano, padre y amigo».
«Mi programa es el de una Iglesia al servicio del Evangelio. Vivirlo, celebrarlo, cultivarlo y tratar de proclamarlo sobre todo con la vida. No puede haber otro programa que vivir el Evangelio evangélicamente, intentando que cuenten los que no cuentan. Es lo que quiero, que la Palabra sea nuestra vida», expresó.
«Muchos nos piden a los seguidores de Jesús que puedan verlo», continuó. «Y yo hoy pido que nuestra vida sea testimonio real de alegría, de compasión y de ternura para con todos». Para el nuevo pastor, «hoy no convence a nadie los buenos argumentos, sólo el testimonio de aquel amor que nos une y nos hace cercanos. Pido a Dios que nuestras vidas sean el mejor Evangelio predicado», concluyó antes de dar la bendición final y saludar a todos los presentes.
Entre las autoridades religiosas presentes se encontraban tres cardenales, Bocos -consagrante principal- Blázquez y Osoro, el Nuncio de Su Santidad en España y otros diecinueve obispos de España e Iberoamérica. También participaron numerosos misioneros claretianos. El P. General aunque no pudo estar presente, por encontrarse de viaje en Asia, envió al P. Carlos Sánchez, Prefecto General de Espiritualidad y Vida Comunitaria, como su representante. También asistió el P. Manuel Tamargo, Ecónomo General, y muchos otros misioneros venidos de distintos puntos de la geografía española. Numerosa fue la representación de los feligreses de la Iglesia de San Antón, en Madrid, y de diversas autoridades civiles y funcionarios públicos, a los que el Obispo de la Diócesis, Fernando Prado, pidió colaboración en la búsqueda del bien común.
Más de veinte personas formaron el coro y se encargaron de la interpretación musical de la ceremonia, dirigida por Alain Ayerdi Gurpegi. Gracias a ellos, la ordenación episcopal y toma de posesión de Fernando Prado como obispo de la Diócesis de San Sebastián fue vivida como una auténtica fiesta.