En un contexto donde la Iglesia afronta múltiples retos, la conclusión de la primera fase del Sínodo de la Sinodalidad ha supuesto un momento de gracia para la Iglesia. El encuentro en Roma, celebrado durante el mes de octubre de 2023, es un paso firme para responder a la pregunta que el Sínodo se hace a sí mismo:
«¿Cómo permite este caminar juntos que la Iglesia anuncie el Evangelio de acuerdo con la misión que se le ha confiado; y qué pasos nos invita a dar el Espíritu para crecer como Iglesia sinodal?»
Hemos tenido la fortuna de haber podido conversar con Monseñor Juan Domingo, CMF, Obispo de Mongomo (Guinea Ecuatorial). Ha participado con voz y voto durante este Sínodo de la Sinodalidad. A continuación recogemos una síntesis de las mismas:
Para aquellos que no están familiarizados, ¿podrías definir brevemente qué es un sínodo y por qué es tan relevante para la Iglesia hoy?
La experiencia del sínodo expresa la idea de caminar juntos en un mismo camino. También significa el camino que recorren juntos los fieles del pueblo de Dios, con la pluralidad de sus miembros y comunidades, y con el ejercicio convergente de sus carismas y ministerios. Esto remite, por lo tanto, al Señor Jesús, quien se presenta a sí mismo como “el camino, la verdad y la vida” (Jn. 14,6), y al hecho de que los cristianos, en sus orígenes, fueron llamados “los discípulos del camino” (Cf. Hch.9,2).
Partiendo de esta realidad primigenia, por sínodo se designa o se entiende como una asamblea eclesial de carácter consultivo, que puede ser convocada a diferentes niveles (diocesano, provincial o regional, patriarcal, universal) para discernir, a la luz de la Palabra de Dios y escuchando al Espíritu Santo, las cuestiones doctrinales, litúrgicas, canónicas y pastorales que se presentan periódicamente. En este sínodo, sobre la sinodalidad, se habla de la totalidad de la Iglesia, por ello, la escucha del pueblo de Dios a través del método de la conversación en el Espíritu según los signos de los tiempos es fundamental. La Iglesia está llamada a renovar su rostro, como signo profético de comunión, para ser anunciadora de esperanza para el mundo de hoy.
Desde tu experiencia en este sínodo, ¿cuál crees que es la principal lección o mensaje que las congregaciones religiosas deberían llevarse para vivir la sinodalidad en su día a día?
La sinodalidad configura a la Iglesia como pueblo de Dios en marcha, asamblea convocada por el Señor para realizar el proyecto del reino de Dios y evangelizar a los pueblos. El Santo Padre Francisco ha insistido mucho en estos términos. En esta primera fase de la asamblea sinodal se ha vivido la comunión de la Iglesia en su diversidad de lenguas, pueblos y naciones. La vida consagrada se inscribe en esta dinámica como un don de Dios para la Iglesia; ella tiene que seguir siendo este testimonio profético de entrega total a Dios y a la misión, abrazando la diversidad de sus miembros. También podría subrayar el aspecto de cuidar la selección de los candidatos, es decir, la necesidad de llevar a cabo un buen discernimiento y mirar cómo formar hoy a los jóvenes. Para ello, se ha sugerido mucho sobre la necesidad de una formación para la sinodalidad. Por otra parte, la vivencia de una vida comunitaria integrada e integradora, donde se vive la escucha de la Palabra de Dios y de los hermanos y hermanas, puede ayudar a todos los miembros a crecer en la asunción y configuración con la espiritualidad y con el carisma congregacional en la Iglesia, esto permitirá que las congregaciones religiosas puedan integrarse bien en las Iglesias particulares donde tienen sus misiones. También quisiera expresar mi gratitud y animar a todos los consagrados y consagradas que gastan sus vidas para colaborar en el advenimiento del reino de Dios, llevando una vida totalmente arraigada en Cristo.
¿Qué desafíos y oportunidades ves en la implementación de la sinodalidad cuando retorne a su Diócesis?
Creo que este proceso sinodal tiene que ayudarnos mucho en la vida, en el ejercicio ministerial y en la renovación para una nueva visión eclesiológica. Tenemos que reconocer y superar muchos desafíos en nuestra Iglesia particular de Mongomo, trabajar para que, cobrando más rostro sinodal, es decir, una Iglesia que promueve la corresponsabilidad de todos los bautizados, que comparte los dones que ha recibido y, sobre todo, que vive para la misión. Recuerdo que mis primeras palabras a la diócesis en 2017 llevaban por título: “Juntos vamos a construir nuestra Iglesia”, este espíritu (sinodal) está bien reflejado en nuestra programación pastoral diocesana, en las cartas pastorales y en las orientaciones que compartimos con todos los agentes pastorales invitando, sobre todo, a los sacerdotes a vivir y a promover la fraternidad sacerdotal. El camino se hace al andar, por lo que no podemos decir que lo hacemos todo bien, tenemos que revisar ciertas actitudes de clericalismo que conllevan abuso de autoridad, el individualismo, la falta de transparencia, etc. La vivencia de una Iglesia sinodal crea en nosotros la conciencia de que “todos somos Iglesia”.
En tu opinión, ¿qué papel juegan los laicos en este proceso sinodal y cómo pueden contribuir activamente?
El Papa Francisco tiene una expresión que me hace reflexionar sobre la realidad de la Iglesia, él dice: “Todos somos seguidores de Cristo” y esto desde nuestra común dignidad de bautizados. Este sínodo de los obispos ha sido atípico, es decir, no solamente hemos estado los obispos, también han estado los sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos. Hemos aprendido a escuchar las voces de todos. Los laicos, como bautizados, han expresado que se sienten llamados también a compartir los dones que han recibido en sus Iglesias particulares.
Los servicios y ministerios son para la Iglesia, los servicios pueden ser espontáneos pero los ministerios, si son instituidos para la comunidad, tienen que pasar antes por un proceso de discernimiento. Por consiguiente, la Iglesia, para responder a su misión en un mundo que se aleja cada vez más de Dios, tiene que formar a los laicos, promover la corresponsabilidad para que nadie se sienta excluido o discriminado. En este sentido, se impone la necesidad de rehacer la estructura ministerial y servicial de la misma Iglesia para que no se preocupe solo del déficit de vocaciones al ministerio sacerdotal, sino también, y principalmente, del déficit de ministerios para que la Iglesia pueda seguir siendo sacramento de la íntima unión con Dios y del género humano entre sí.
Entrevista realizada en español por el P. José Enrique G. R., CMF