Queridos hermanos:
Somos hijos del corazón – del Inmaculado Corazón de María. Como misioneros claretianos, hemos nacido de su corazón, y hemos sido formados y acompañados por el mismo corazón. Como observó el Papa San Juan Pablo II en su Redemptor Hominis, «el misterio de la Redención tomó forma bajo el corazón de la Virgen de Nazaret cuando pronunció su ‘fiat’. Desde entonces, bajo la influencia especial del Espíritu Santo, este corazón, el corazón de una virgen y una madre, siempre ha seguido el trabajo de su Hijo y ha salido a todos aquellos a quienes Cristo ha abrazado y continúa abrazando con amor inagotable» (22).
Al celebrar la Solemnidad del Inmaculado Corazón de la Santísima Virgen María honramos su corazón materno recordándonos nuestra identidad como hijos suyos, renovando nuestro compromiso de vivir a imagen de tales hijos, tal como nos la dio el Padre. Claret en su famosa definición de misionero (ver Aut. 494). ¡Qué bendición para nosotros ser llamados los hijos de su corazón! Porque, su corazón es verdaderamente un templo de Dios, palpitando en cada momento con amor a Dios y a la humanidad. Como escribió San Jerónimo, «incluso mientras vivía en el mundo, el corazón de María estaba tan lleno de ternura y compasión maternal por [la gente] que nadie sufrió tanto por sus propios sufrimientos, como María sufrió por los dolores de sus hijos». Nuestras luchas son sus luchas, nuestros sueños son sus sueños, nuestras alegrías son sus alegrías. El Papa Francisco nos recuerda que María es «la sierva del Padre que canta sus alabanzas». Ella es la amiga que está preocupada de que el vino no falte en nuestras vidas. Ella es la mujer cuyo corazón fue traspasado por una espada y que entiende todo nuestro dolor. Como madre de todos, es un signo de esperanza para las personas que sufren los dolores de parto de la justicia. Ella es la misionera que se acerca a nosotros y nos acompaña durante toda la vida, abriendo nuestros corazones a la fe por su amor maternal. Como verdadera madre, camina a nuestro lado, comparte nuestras luchas y nos rodea constantemente con el amor de Dios» (Evangelii Gaudium, 286).
Este corazón de María es tierno, lleno de compasión; pero, como es evidente en su Magnificat (Cf. Lucas 1, 46-55), también busca la justicia: la justicia de Dios: Ella sueña, desea y trabaja por un mundo transformado donde se cuida a los pobres; los oprimidos salen libres; el orgullo, el poder y el hambre son eliminados; y la misericordia de Dios vence. «Esta interacción de justicia y ternura, de contemplación y preocupación por los demás, es lo que hace que la comunidad eclesial considere a María como modelo de evangelización» (Evangelii Gaudium, 288): en efecto, un modelo para nuestra evangelización claretiana. Buscamos refugio en este corazón; y rezamos para que nuestros corazones se vuelvan realmente como el suyo, tan llenos de amor por Cristo y la humanidad sufriente. Rezamos como la Madre Teresa rezaba: «María, dame tu Corazón: tan hermoso, tan puro, tan inmaculado; tu Corazón tan lleno de amor y humildad que yo pueda recibir a Jesús en el Pan de Vida y amarle como Tú le amas y servirle en la forma angustiante de los pobres».
Es lógico que la Solemnidad del Inmaculado Corazón siga inmediatamente a la Solemnidad del Sagrado Corazón: el corazón de la Madre sigue de cerca el del Hijo. Simeón, el Nuevo Teólogo, del siglo X escribió que debemos poner nuestra mente en el corazón y permanecer dentro de él, y desde el fondo del corazón, debemos elevar nuestras oraciones a Dios. Podemos interpretar sus palabras como una invitación a unir nuestros corazones con el corazón de María, contemplando el corazón de su Hijo. Os deseo todas las alegrías y bendiciones del Corazón de la Madre, nuestro fuego y hogar.
Mathew Vattamattam, CMF
Superior General