Mensaje Del Superior General Fiesta Del Corazón De María

Jun 6, 2024 | La Congregación, Mathew Vattamattam, Superiores Generales

Queridos hermanos, queridos amigos,

La fiesta del Corazón Inmaculado de María, vivida en el contexto del 175 aniversario de la fundación de nuestra Congregación, nos ofrece una ocasión especial para profundizar en nuestra espiritualidad y compromiso misioneros. Como hijos formados en la fragua del Corazón Inmaculado de María, deseemos que la ternura de su Corazón impregne nuestras vidas y ministerios.

Cuando se estudia el modo de ser de alguien, con frecuencia se le pide que describa la personalidad de sus progenitores y mencione sus cualidades más destacadas. Luego se le pregunta cómo esas cualidades están presentes en su carácter e influyen en sus comportamientos. Contemplemos la belleza del Corazón de María y descubramos cómo sus cualidades se han hecho vida en nosotros y en nuestra condición carismática de hijos de su Corazón.

El Padre Claret se sintió tan conmovido por la contemplación del Corazón de María que no encontró mejor identificación para sus misioneros, que quiso fueran y se llamaran Hijos del Inmaculado Corazón de María (cf. Aut 488). No en balde, Claret se sentía cercano al apóstol Juan que acogió en su casa a la madre de Jesús (cf. Jn 19, 27), y se formó en la fragua de su Corazón para ser un apóstol encendido por el amor de Dios que se distinguió por una profunda comprensión del mensaje del Evangelio. Se entiende que nuestro fundador buscara en el “discípulo amado” de Jesús un ejemplo para los hijos del Corazón Inmaculado de María: “Mirad qué gran amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; y de hecho, lo somos”. (cf. 1 Jn 3, 1).  Somos verdaderamente hijos del Corazón Inmaculado cuando nos conformamos a su Hijo tanto en nuestra vida interior como en nuestro hacer y, como el apóstol Juan, nos sabemos personalmente un discípulo a quien Jesús ama (cf. Jn 13, 23; 19, 26).

Reflexionemos sobre lo que el misterio del Corazón Inmaculado de María significa para nuestra vida espiritual y ministerio.

    1. La santidad en el encuentro sencillo de Dios con nosotros. En el acontecimiento de la Anunciación, el audaz Fiat a la llamada de Dios pronunciado por una muchacha virgen de una aldea insignificante inauguró una nueva era para la humanidad. Sucedió en la sencillez de un hogar, en la intimidad de un corazón enamorado de Dios, sin cámaras que divulgaran lo que pasaba, sin que aquello se hiciera viral en una transmisión en tiempo real vía redes sociales que buscara conseguir un millón de “me gusta” (likes). El “sí” firme a Dios se produce en el corazón que se enamora de Dios en la cotidianidad de nuestra vida diaria. Hagamos sitio a Dios en nuestro interior (corazón), como la Virgen Madre, y acojamos al Espíritu para que nos transforme en testigos y mensajeros de la alegría del Evangelio.
  • Un corazón que contempla. El corazón de María sabe atesorar la Palabra de Dios y reflexionar sobre los acontecimientos de la vida a la luz de la Palabra (cf. Lc 2, 19.52). María actúa sin reaccionar sobresaltada ante lo que sucede porque ha acogido a su Señor en el corazón.  La serenidad interior de su corazón le permite buscar el sentido de los acontecimientos y atesorar las perlas escondidas en ellos antes de dar una respuesta llena de gracia. Sus hijos también necesitamos aprender a no reaccionar ante las situaciones por ansiedad, miedo o ira, sino a buscar con serenidad qué nos pide el Señor en cada situación. Es el arte de un corazón enraizado en Dios. No privemos a nuestro corazón del alimento diario que nos ofrecen la Palabra y la Eucaristía.

    1. Un Corazón que se preocupa por los demás. María no es egocéntrica, sino que mira a Dios y a los demás. Sin encerrarse en sus dificultades, visita a Isabel para ayudarla en su vejez. En las bodas de Caná, acude en ayuda de una familia afligida como madre consoladora. María nos invita a salir de nuestra comodidad y a acercarnos a quienes necesitan el consuelo de la palabra de Dios. Para nuestro Fundador, toda misión claretiana nace del envío de la Madre a la misión de su Hijo después de habernos formado en la fragua de su Corazón. Si nos falta la firmeza del corazón que se goza en las privaciones, da la bienvenida al trabajo, abraza los sacrificios, se complace en las calumnias y se alegra en los tormentos y dolores que sufre, es probable que hayamos mantenido nuestro corazón lejos del fuego del amor de Dios durante mucho tiempo. No dejemos que las cenizas acaben con el fuego que hay en nosotros, haciéndonos reaccionar con frialdad ante las dificultades que viven nuestros hermanos y hermanas.
    1. Un corazón fiel hasta el final. El corazón de María sigue a su hijo hasta el final y se desangra al pie de la cruz mientras los discípulos, salvo Juan, desaparecen de la escena para salvarse. Cuando el amor tiene raíces lo suficientemente profundas como para sufrir con los seres queridos, el corazón crece hasta las alturas divinas para amar a los suyos hasta el final (cf. Jn 13, 1). Un corazón que se instala en las cosas pasajeras es incapaz de resistir en los momentos de sufrimiento y prueba y de permanecer fiel a la llamada de Dios. El Corazón de María es nuestro consuelo y refugio en los momentos de sufrimiento, enfermedad, pruebas y persecución. Que nuestros corazones estén arraigados en Cristo y sean audaces en la misión.

El año jubilar es un tiempo propicio para acercar nuestros corazones al fuego del amor de Dios que encarna el Corazón Inmaculado de María. Nuestro Fundador, nuestros Beatos Mártires y miles de misioneros que nos han dejado un legado espiritual, supieron conectar con esa fuente y vivir fluyendo desde ella. Gracias a la Familia Claretiana y a todos nuestros amigos y bienhechores por recorrer con nosotros caminos de sinodalidad.

Pidamos al Corazón Inmaculado que nos enseñe a ser hoy misioneros fieles, cuyos corazones, encendidos por el amor de Dios, irradian alegría y gratitud.

Os deseo a todos una fiesta del Inmaculado Corazón de María llena de gracia.

Fraternalmente,

P. Mathew Vattamattam, CMF

Superior General

Roma, 8 de junio de 2024

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