Me encontraba yo de cura-ecónomo en un pueblecito de la diócesis muy contento con mi posición, pero, pareciéndome que un destino en un establecimiento de beneficencia sería más adecuado a mis inclinaciones y carácter, lo consulte con el arriba referido doctor D. Jaime Passarell; la contestación fue que me presentase pronto a la secretaría del obispado.
Al llegar allí, él y el señor Soler me dijeron [que] me avistase con mosén Antón Claret, sin hablarme del objeto. Habiéndolo realizado, me dijo el Siervo de Dios:
Algunos sacerdotes amigos hemos resuelto vivir juntos con un plan de vida, y dedicarnos a la oración y al estudio, e ir a predicar donde nos mande el prelado; y en aquellos meses del año en que por lo común no se predica, estar retirados en nuestra casa, y emplear el tiempo descansando, orando y dando repaso a las ciencias. ¿Le gustaría a usted este método de vida?
Que harían ustedes – respondí yo- de un hombre de débil complexión, estatura baja, voz apagada sin dotes oratorias y de cortos alcances?
Déjese usted de cualidades – me contestó él-; responda usted únicamente a mi pregunta.
Pues digo que me gusta el plan.
Siendo así -continuó él -, disponga usted las cosas de manera que el quince de julio se pueda usted encontrar en Vic: pronto le mandarán a usted un sustituto.
Sucedía esto en el mes de junio, y el tiempo era escasísimo; pude, sin embargo, estar allí el día prefijado. Habiéndole dado conocimiento de mi llegada, me dijo:
Mañana a las tres de la tarde le aguardaré a usted en el seminario.
Fui allí, me hicieron subir al piso más alto y, abriéndome uno de los cuartos de los seminaristas, me dijeron:
He ahí el aposento de usted.
Entro y veo una cama, una mesita, una silla, una palangana y un pequeño cántaro de agua.
Dentro de un rato me llaman y me dicen:
¿Se servirá usted pasar a nuestra sala de conferencias y oratorio?
Con mucho gusto – dije yo.
Era otro cuarto de un seminarista. Un crucifijo sobre una mesita, una imagen de la Madre del Divino Amor pintada al óleo, la cual todavía se conserva en la casa-misión de Vic, una silla muy modesta para el presidente y para la pequeña comunidad, dos bancos sin respaldo, formaban todo su aparato.
Allí vi al Rdo. D. Esteban Sala, sacerdote ejemplar de vastos conocimientos y gran predicador; allí al Rmo. P. José Xifre, varón de gran actividad y empresa y actualmente Superior General de nuestra Congregación; allí al Rdo. D. Manuel Vilaró, que había seguido al P. Fundador en varias misiones y que Ie acompañó de secretario cuando fue a Cuba de arzobispo; allí al Rdo. P. Domingo Fábregas, también predicador notable por su celo, sencillez y claridad de ideas. Después de una breve conversación, unos se salieron y otros se quedaron. De estos uno fue el Siervo de Dios, el cual nos dijo:
Hoy se comienza una grande obra.
EI P. Vilaró contestó sonriéndose:
¿Cual puede ser su importancia, siendo nosotros tan jóvenes y tan pocos en número?
Ya lo verán ustedes -dijo el P. Claret -; y, si somas pocos, resplandecerá más el gran poder de Dios.
Extracto de VIDA EDIFICANTE DEL P. CLARET – Jaime Clotet