Nuestro reciente XXVI Capítulo General nos invita a vivir «arraigados en Cristo y audaces en la misión». Soñamos con una Congregación peregrina, enraizada en la fe en Jesucristo y en la espiritualidad claretiana (QC 43).
La Pascua recuerda el fundamento de nuestra fe, sobre el que se construyen también nuestra vocación y misión: «El Señor de la vida estaba muerto; pero ahora vive triunfante». Esta esperanza -en que Él está vivo- nos obliga a cambiar de dirección. Una tumba que contiene un cuerpo puede ser un lugar al que peregrinar; una tumba vacía es necesariamente un punto de arranque.
El sacerdote Primo Mazzolari escribió: «Los muertos necesitan piedad, los vivos necesitan audacia». Si el inicio de la Pascua tuvo que ver con el ánimo fúnebre de María de Magdala, su continuación sólo pasa por nuestra audacia para testimoniar a un mundo descentrado -del que formamos parte- no la corrupción del sepulcro, sino la gloria de la Resurrección.
Cristo resucitado está en todas partes: en la comunidad cristiana y religiosa, en su Palabra que se nos anuncia, en el don sublime de la Eucaristía, en cada persona que sufre pobreza, violencia e injusticia. Está en cada gesto de amor que intenta entregarse hasta el final, como los de Jesús, y en nuestra misión claretiana.
La audacia que nos pide la Pascua nace de este encuentro personal y comunitario con Cristo Resucitado en la Palabra de Dios y en el Pan Eucarístico, encuentro sin el cual el anuncio de la Pascua sigue siendo el de una tumba vacía. Nosotros, como misioneros, a través de nuestra vida audazmente cristiana y claretiana, podemos seguir haciendo contemporáneo el amor del Resucitado.
Que nuestra nostalgia por un pasado fecundo en vocaciones y grandioso en obras no nos impida ver la vida que el Señor hace brotar en este momento junto a nosotros. No seamos hombres nostálgicos, sino hombres que, movidos por el Espíritu que inspiró a Claret y a sus primeros compañeros, e impulsados por la llamada a vivir arraigados y audaces, llevemos en el corazón nuestro sueño de ser una Congregación peregrina (QC 44); mariana (QC 51); en misión compartida (QC 56); que sale a las periferias (QC 63); evangeliza desde la Palabra (QC 71); vive comprometida con la fraternidad universal, la justicia, la paz y el cuidado de la casa común en un espíritu de sinodalidad, colaborando con personas de diferentes culturas, etnias y religiones para la transformación del mundo según el plan de Dios (QC 79); una Congregación preparada para responder a los nuevos desafíos mediante un proceso de formación integral y permanente, abierta a la misión universal, según el espíritu y el carisma de nuestro Padre y Fundador (QC 87).
Es tarea de los discípulos seguir anunciando el Evangelio con palabras y obras, dando testimonio de su amor: el fruto que hay que dar es el amor. El Resucitado nos da derecho a una nueva esperanza. Cristo es la fuente de la audacia. Es el Señor de las sorpresas que rompe las cerrazones paralizantes, que devuelve la valentía que permite superar la sospecha, la desconfianza y el miedo que se esconden tras el «siempre se ha hecho así». Dios nos sorprende cuando nos llama e invita no sólo a echar las redes, sino a entregarnos nosotros mismos en la historia, y a mirar la vida, a los demás e incluso a nosotros mismos con los ojos del Señor Resucitado.
P. Krzysztof Gierat, CMF
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