La lengua que hablamos es una de nuestras patrias, a menudo más profunda y sugestiva que nuestra patria política o cultural. A través de ella, ponemos nombre al mundo y a las personas. Además de las lenguas tradicionales, cada grupo humano tiene su lengua particular, su modo de llamar a las cosas y de comunicarse. Este número de La Misión Claretiana está dedicado a la lengua que hablan los Misioneros Claretianos y otras muchas personas relacionadas con nosotros. No es una lengua como el español, el inglés, el francés o el portugués. Es −si se me permite− una lengua carismática. Para poder hablarla con soltura se necesita mucha práctica y también un pequeño diccionario que recoja los términos esenciales. La revista de este año 2019 te ofrece ese instrumento.
Hemos recogido las 30 palabras que consideramos esenciales en nuestro vocabulario claretiano, las que nos inspiran, empujan y sostienen nuestra vida misionera. La mayoría de ellas provienen de un breve texto escrito por san Antonio María Claret, nuestro fundador. Lo conocemos como la definición del misionero porque en él se describe el itinerario que un hijo del Inmaculado Corazón de María debe seguir para imitar a Jesucristo en todo. Entre las palabras tomadas de esa definición, encontrarás verbos vigorosos como arder, desear, abordar, abrazar, alegrarse, seguir, orar, trabajar y sufrir. Y también algunos sustantivos que evocan nuestra identidad: hijo, corazón, fuego, coraje. Basta pronunciarlos para que se encienda en cada uno de nosotros la llama del compromiso misionero. Todas estas palabras están cargadas de emociones, recuerdos, experiencias, luchas, silencios, fracasos y sueños.
Otras palabras provienen de la reflexión hecha en el XXV Capítulo General (2015). Sus verbos son dinámicos y sugestivos: adorar, caminar, acompañar. Sintetizan tres procesos de transformación. Adoramos a Dios para no sucumbir a la tentación de los ídolos. Caminamos con otros para no ser prisioneros de la comodidad. Acompañamos a otros −y nos dejamos acompañar− para subrayar que somos pueblo, que formamos parte de la Iglesia y que colaboramos con todas aquellas personas que buscan un mundo mejor. Hay también sustantivos cargados de resonancias: testigos, mensajeros, ungidos y enviados. Todos ellos constituyen una sinfonía de matices que nos permiten interpretar con belleza el sustantivo que mejor nos define: misioneros.
Los comentarios a cada una de estas 30 palabras de nuestro pequeño diccionario claretiano han sido escritos por claretianos de todo el mundo. Detrás de cada palabra hay historias hermosas de misión. La mayoría están relacionadas con la pasión por Dios y la pasión por los seres humanos más vulnerables. Sabemos que solo seremos eficaces si somos “misioneros con Espíritu”. La única manera de mostrar que es posible vivir como hermanos es ser “misioneros en comunidad”, caminando, codo con codo, “con toda la Iglesia y aquellos que buscan la transformación del mundo”. Vivimos en un mundo global en el que cada vez tienen menos sentidos las fronteras y los controles. Como misioneros, estamos “abiertos a todo el mundo en diálogo profético”.
Nadie lee un diccionario como se lee una novela. Las palabras solo adquieren sentido, belleza y utilidad cuando son pronunciadas y escuchadas, cuando se convierten en vehículo de comunicación, cuando producen emociones y sellan compromisos. ¡Ojalá este número de La Misión Claretiana te ayude a hacer tuyo este vocabulario, de manera que podamos entendernos en una lengua común! Los verbos arder, orar, trabajar y sufrir, por ejemplo, son inteligibles en cualquier país y continente. Todo el mundo sabe también qué significa ser hijo, vivir desde el corazón o acercarse a un fuego que calienta, ilumina purifica y abrasa. El diccionario claretiano está lleno de signos, pero no de jeroglíficos. Partiendo de realidades muy humanas, nos ayuda a entender la acción de Dios en nuestro mundo. Los misioneros claretianos no queremos ser constructores de la torre de Babel, no queremos contribuir a la confusión, el ruido y la exclusión, no queremos hacer de la lengua un instrumento de dominio o de separación. Como misioneros, hemos nacido en Pentecostés. Somos fruto del Espíritu de Jesús que crea unidad en la diversidad, que nos saca de nuestro tranquilo cenáculo y nos empuja a encontrarnos con los hombres y mujeres de todo el mundo. En realidad, nuestra lengua es la lengua del Espíritu. Es también la lengua de María, la madre de Jesús, la mujer que hablaba “desde el corazón”. Por eso, todos la pueden entender.
P. Gonzalo Fernández Sanz, CMF
Prefecto General de Espiritualidad