Hace 100 años. Claretianos al servicio de la Santa Sede en Rusia (1922-1923)

Ago 1, 2022 | Santiago

Corría el año 1921. Terminada la guerra mundial, la peste y el hambre se estaban ensañando con la población rusa, sobre todo en el sur, y especialmente en los recién nacidos y los ancianos. El Papa Benedicto XV había levantado la voz para alertar a todo el mundo de la tremenda tragedia que se abatía sobre aquellas tierras. Habían comenzado a llegar las ayudas cuando la muerte sorprendió al Santo Padre. Fue Pío XI el que, en su afán por hacer llegar con seguridad las ayudas y deseando dar un testimonio de presencia, en su Carta Annus Fere a los Obispos de todo el mundo les comunicaba que “para mayor eficacia y fruto de esta beneficencia, es de todo punto imprescindible que se hagan con orden y rectitud las colectas y distribución de las limosnas, toca a nuestra diligencia, venerables hermanos, el reunir éstas, según la oportunidad de las circunstancias, y ellas, una vez recogidas, serán llevadas por hombres de nuestra elección allí donde la necesidad más lo urja, y distribuidas entre los más necesitados sin distinción de nacionalidad ni religión”.

Efectivamente, las noticias que llegaban de la hambruna en Rusia eran trágicas. En un Informe de la Misión Pontificia de Ayuda a Rusia llegaban a escribir: “las condiciones son extremadamente penosas. Por ejemplo, en algunos pequeños pueblecitos de la Crimea Occidental, sobre todo en las localidades llamadas Tupabash, Tupkinegah y Terklinabash en el mar de Azof, la gente hambrienta ha comenzado a hervir su calzado para hacer una especie de sopa al cuero. Las escenas en los hospitales donde los enfermos y moribundos se acumulan, es particularmente deprimente. La falta de toda ayuda a la salud y del mínimo de higiene es increíble si no se ve”.

A la hora de concretar los elegidos por la Santa Sede se pensó en los religiosos de congregaciones dispuestas a llevar a cabo esta difícil y penosa misión. Entre ellos estaban los Misioneros Claretianos. Las otras tres eran los jesuitas, los salesianos y los verbitas. Los claretianos elegidos fueron los PP. Pedro Volts, como responsable, y Ángel Elorz.

El día 24 de julio de 1922 embarcaban en el vapor Galicia para atravesar el Adriático, el golfo de Otranto, el mar Jónico, el golfo de Lepanto, camino de Estambul. El día 2 de agosto salieron hacia el Bósforo y el mar Negro hasta la ciudad de Odessa. Así describe el P. Voltas la imagen de aquella antigua hermosa ciudad: “yacía a nuestra vista como un cementerio gigantesco o como habitación de esqueletos ambulantes. Niños escuálidos que se escabullían a la vigilancia de los que parecían soldados a juzgar por el fusil que llevaban, se nos acercaban diciendo en ruso, ’Señor, deme pan, tengo hambre’”. Desde allí, después de un par de días, cogieron el tren que en 24 horas les llevó hasta Rostoff na Donu, lugar de su destino. Allí habían ido a parar los habitantes de la cuenca del Volga que huían del hambre, así como los de la zona de Kouban y del Cáucaso. El hacinamiento de fugitivos, hambrientos y enfermos era enorme. Antes de la guerra mundial era una ciudad genuinamente comercial, gracias a la pesca y a la agricultura.

Apenas llegados comenzaron una imparable actividad colaborando con la Cruz Roja italiana y la American Relief Administration, que en aquellos momentos comenzaban a evacuar sus efectivos de la zona. La descripción de lo que se encontraron allí roza con lo dantesco. “Las personas, y sobre todo niños, que envueltos en un andrajo yacían por las aceras suspirando de frío y de hambre y lo más horrible es que en Rostoff, antes de llegar nosotros, se dieron casos inverosímiles de canibalismo. Se cogían a los niños en la oscuridad de la noche, y después de degollarlos se les ponía en sal para comerlos. Era muy común alimentarse casi exclusivamente de semillas de girasol, planta abundantísima en Rusia para la extracción del aceite”. Pronto los periódicos centraron su atención en la labor ingente de estos misioneros, reproduciendo testimonios y cartas. A pesar de cierto conflicto surgido en la relación entre los dos comisionados, el trabajo de los PP. Voltas y Elorz había seguido adelante sin dejarse influir por su situación personal.

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A la izquierda sentados: Ángel Elorz y Pedro Voltas

A mediados del año 1923 concluía la tarea de los Misioneros Claretianos comisionados por la Santa Sede en Rusia. A primeros de julio el Cardenal Gasparri llamaba a los dos a Roma. El 16 de octubre, el P. Nicolás García recibía un comunicado de la Secretaría de Estado que decía: “Mientras los PP. Pedro Voltas y Ángel Elorz dejan su puesto de trabajo en Rusia, donde en nombre de la Santa Sede ejercieron una de las más preciosas misiones de caridad, quiere Su Santidad que haga llegar a V. Reverendísima y, en su persona, a todo el benemérito Instituto que Usted dignamente preside, el claro testimonio de Su augusta complacencia e de Su paterna gratitud. En los dos buenos religiosos, que el difícil deber fueron tan felices de cumplir con generosas disposiciones de sacrificio y amor, el Santo Padre tuvo la satisfacción de contemplar una nueva prueba del óptimo espíritu cristiano del que el Instituto está animado. E Y de este espíritu esperando por el bien de las almas y por la prosperidad misma de Su Congregación, el Augusto Pontífice se alegra de confirmar a P.V. y a todos sus hermanos su augusta benevolencia, y con el corazón imparte a Usted, a los PP. Voltas y Elorz, a todos los misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, la Apostólica Bendición”.

Puede ser éste un testimonio no sólo de cómo la Congregación se ha implicado siempre en las tragedias humanas de la época, a pesar de sus debilidades, sino del talante abierto y disponible que ha sabido mantener a través de su historia para acudir a lo más urgente, en el momento oportuno y de un modo eficaz.

121. Mision Rusia

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