El testimonio de Jesús y la experiencia del Padre Claret nos interpelan para que salgamos del centro a las periferias.
En ellos recibimos una clara llamada a estar junto a los que más necesitan de Dios, a acompañarlos, a acogerlos, a trabajar en favor de su dignidad. Es el encuentro personal con estas personas el que nos lo posibilita.
Ello nos está pidiendo ser capaces de aceptar renuncias, salir de nuestras comodidades, y desenmascarar nuestros pretextos que nos pueden estar impidiendo ser audaces y asumir riesgos.
Es necesario que iniciemos un camino de conversión personal y social, que nos lleve a no ser cómplices de las injusticias y a ser profetas que, con nuestra forma de vivir y nuestras acciones, denuncian este mundo injusto.
En las periferias hay vida y esperanza. Experimentamos que Dios está presente en ellas y nos fortalece en nuestro ser testigos-misioneros de la alegría del Evangelio. Y así lo hemos podido vivir en este encuentro fraterno entre misioneros claretianos implicados en las periferias de muy diversos lugares del mundo. La narración de nuestra historia vivida ha sido una gran riqueza, un gran regalo que agradecemos a Dios.
En el proceso de reorganización actual en el que nos encontramos en Europa, nuestro compromiso liminal en los márgenes debe ser un elemento esencial que no puede faltar en nuestros planteamientos y en nuestras opciones. Esta misión es de Dios y es el Espíritu quien nos atrae a participar en ella.
La magnífica acogida de la comunidad claretiana y de las comunidades cristianas de Guatemala y de Centroamérica y su testimonio, indígena y también martirial, han sido un contexto muy apropiado para esta experiencia.