Queridos hermanos:
El amor misericordioso de Dios nos sorprende y supera toda clase de miseria y apatía humanas. La abismal contradicción de los eventos recordados durante la Semana Santa me ha desconcertado a menudo. Los humanos mortales y pecadores se sentaron en el tribunal para decretar la sentencia a muerte del Verbo encarnado que proclamó y vivió el Evangelio del amor y el perdón. Los poderes políticos y religiosos se unieron en la oscura hora de la humanidad. La furia de una muchedumbre movilizada movió los corazones y voluntades para crucificarlo. Después de un simulacro de juicio y ejecución rápida, el amor fue enterrado en la tumba del corazón humano endurecido por el egoísmo. Es a este callejón sin salida a donde el pecado y el egoísmo pueden conducir nuestro destino humano individual y colectivo.
Pienso en el camino de la cruz vivido por nuestros semejantes en medio de la violencia, el terrorismo y la pobreza en muchas partes del mundo. Los hombres y las mujeres, así como la tierra, nuestro hogar común, a menudo están en la cruz cuando son discriminados, rechazados, manipulados, maltratados, intercambiados o destruidos para satisfacer intereses egoístas de la humanidad. En todo ello también yo tengo mi propia participación. La agonía de su crucifixión es capturada en forma de imágenes y videos, en el ataúd digital de la red global, y transmitida por las redes sociales, en una breve difusión viral, para que todos los puedan ver antes de ser enterrados, en breve espacio de tiempo, en los cementerios privados de la memoria digital. El verdadero peligro es que, después del fugaz sentido inicial del horror, los corazones humanos puedan vacunarse contra ese sufrimiento de la humanidad y del planeta, al presenciar constantemente que esta crucifixión ocurre a diario.
La Pascua nos despierta de este sueño espiritual al señalar la vida de Jesús como la forma válida y necesaria para vivir nuestra humanidad. La supervivencia de la humanidad y del planeta, y la celebración de la vida y el amor en la tierra, no pueden producirse por la fuerza de los músculos, el poder de las armas o el atractivo del dinero. La vulnerabilidad de la entrega de amor, el perdón, el diálogo, el cuidado de los demás y el compartir los recursos podrían ser una amenaza a la ley de la carne pero poderosos en la ley del Espíritu (cfr. Rom. 7). El Señor Resucitado nos invita a caminar en la ley del Espíritu.
El huevo de Pascua es una imagen del trabajo de Dios en nosotros. Un huevo fertilizado no puede ser forzado a abrirse desde el exterior para dar vida. La semilla de la vida en el huevo debe madurar, y, a su debido tiempo, romperá la cáscara con la misma fuerza de la vida desde adentro. No es de extrañar que Cristo haya sido la semilla del amor y la vida en el centro de la creación que aguarda ansiosamente la liberación de los hijos de Dios (cfr. Rom. 8, 19). La madurez del pacto de amor escrito en los corazones humanos (cfr. Jr. 31, 31) es la esperanza de la humanidad y de nuestro planeta para vivir y celebrar nuestra unidad fundamental en la diversidad.
Gracias a la Pascua, podemos dar la bienvenida a las noches oscuras del sufrimiento y del rechazo con la certeza de que, a todo ello, seguirá un día brillante. Sin la luz de la Pascua es difícil, si no imposible, dar sentido al sufrimiento de los inocentes, al misterio del mal, a la lucha por la justicia y la paz, a la auto-donación en el matrimonio y la familia, y a la consagración religiosa. Cuando nos hemos encontrado verdaderamente con el Señor Resucitado, nos convertimos fácilmente en sus discípulos para proclamar que el Amor puede triunfar sobre las fuerzas de la muerte.
¡Os deseo Feliz Pascua! Que esta Pascua produzca en nosotros un nuevo brote de esperanza para crear un mundo mejor, un hogar para todos.
Mathew Vattamattam, cmf
Superior General