4. Comunidad profética y contemplativa
“La unción del Espíritu Santo, con la que hemos sido ungidos para evangelizar a los pobres, es participación de la plenitud de Cristo. Por eso, los que hemos sido llamados a seguir al Señor y a colaborar con El en la obra que el Padre le encomendó, tenemos que contemplar asiduamente a Cristo e imitarlo, penetrados de su Espíritu, hasta que ya no seamos nosotros mismos los que vivamos, sino que sea Cristo quien realmente viva en nosotros. Sólo de este modo seremos válidos instrumentos del Señor para anunciar el Reino de los cielos” – Constituciones, 39.
Introducción
El XXII Capítulo General centró su discernimiento en la dimensión profética de nuestro servicio misionero de la Palabra. De este modo, mostró su intencionalidad de aplicar a la Congregación una de las perspectivas más fecundas de la Exhortación Apostólica Vita Consecrata, fruto del Sínodo universal de Obispos de 1994: El testimonio profético[1].
Así mismo, nuestro XXV Capítulo General puso un especial énfasis en una dimensión de la comunidad, hasta entonces poco resaltado: la ad-oración: “Adoradores de Dios en el Espíritu”. La adoración es la respuesta a la contemplación de los “ojos abiertos”, de “los cielos y la tierra, que están llenos de la Gloria de Dios”.
Guiados por estas dos propuestas capitulares, queremos adentrarnos en el misterio de nuestra comunidad misionera, desde la perspectiva del profetismo y desde la perspectiva de la contemplación y adoración. Lo hacemos por este orden, para no caer en el “contemplata aliis tradere” (entrega a los demás lo contemplado), sino más bien en la visión unitaria del “contemplativus in missione” (contemplativos en la misión). Por esto el título de este folleto es: Comunidad profética y contemplativa.
1. Comunidades proféticas
Todas las formas de vida en la iglesia están llamadas a ser proféticas. Lo expresó muy bien Moisés cuando expresó un deseo muy íntimo y exclamó: “¡Ojalá todo el pueblo profetizara!”[2]. La vida consagrada está llamada a potenciar -de forma humilde- la dimensión profética y luminosa de toda la iglesia.
Hablar de “profecía” de la vida consagrada suscita recelos. Somos herederos de grandes tradiciones proféticas. Pero ¿quién de nosotros se siente -de una forma espontánea- “profeta”? ¿Qué comunidad se denomina a sí misma “comunidad profética”?
No nos cuesta, sin embargo, reconocer que hay entre nosotros personas proféticas, acciones e iniciativas proféticas, y que somos herederos de una tradición profética congregacional, que admiramos: nuestro Padre Fundador[3], nuestros primeros misioneros que extendieron la misión en lugares lejanos, en otras culturas, con muy pocos medios, y arriesgando su salud[4]; y, no digamos, del profetismo de tantos mártires hijos del Inmaculado Corazón de María…[5] También evocamos el testimonio profético de lo que hemos denominado “profecía de la vida ordinaria” y que hemos descubierto en los rasgos proféticos de no pocos hermanos nuestros[6].
Sin embargo, hablar de comunidades proféticas nos resulta más arriesgado, aunque entendemos que esa es la llamada de Dios para nosotros en este tiempo, y en los contextos en que se desarrolla nuestra vida. Esa es también la llamada de la madre Iglesia: ella resalta la dimensión profética de la vida consagrada. El Concilio Vaticano II dio pie a ello al presentar la vida religiosa como signo que manifiesta, testimonia, prefigura, proclama, muestra[7]. La exhortación apostólica “Vita Consecrata” ha sido el documento eclesial que más ampliamente ha desarrollado la dimensión profética, sobre todo, en la tercera parte donde presenta la Vida Consagrada como “Servitium Caritatis”[8]. J.R.M. Tillard dijo acertadamente que la vida consagrada “potencia el ala profética de la Iglesia”.
Y por esto, nos preguntamos si nuestras comunidades potencian el ala profética de la Iglesia particular en el contexto en el que nos encontramos.
Un dato muy interesante es que nuestra Congregación no quiere descubrir hoy su potencial profético, como monopolio exclusivo, sino como “profecía compartida” entre quienes formamos la comunidad y con muchas otras personas y comunidades, dentro y fuera de la Iglesia, y en primer lugar nuestra “familia carismática”. Nos sentimos, por ello, también llamados a solidarizarnos y hacer de mecenas de otros movimientos proféticos, mientras aportamos nuestra peculiaridad profética “claretiana”.
La profecía comunitaria será posible si estamos muy atentos a los signos de los tiempos, a los signos del Espíritu en el lugar y en el momento histórico en que nos encontramos y que nos pide un estilo y una actuación profética.
2. Estilo profético y acción profética en comunidad
Nos sentimos llamados -como congregación y comunidad de misioneros claretianos- a expresar nuestro don profético en diversas tonalidades: (1) La profecía de la hospitalidad o abrazar la diferencia: (2) La profecía del sentido de la vida; (3) la profecía de empobrecimiento voluntario; (4) la profecía del realismo; (5) alegría profética en comunidad; (6) sabiduría e imaginación profética.
- La profecía de la Hospitalidad y la interculturalidad comunitaria: Abrazar la diferencia.
La hospitalidad nos vuelve servidores de la Alianza de Dios con nuestra tierra y todos los pueblos que la habitan. Sin hospitalidad nuestras comunidades se vuelven autorreferenciales, e incluso hostiles y violentas ante los diferentes. La exclusión se está convirtiendo en el pecado primordial de los procesos de globalización. La hospitalidad, sin embargo, nos hace acoger “al otro”, al diferente, al extraño. Es hoy considerada como una auténtica categoría teológica[9]: su máxima expresión se mostró cuando el Hijo de Dios crucificado nos abrió sus brazos para acogernos, sin exclusiones, mientras todavía éramos pecadores e infieles a su Alianza. En nuestra congregación la hospitalidad es misionera y nos lleva a acercarnos y acoger al “otro”: necesitado, marginado, excluido, violentado, al que pertenece a otra cultura, otra religión, otra raza, otro género. La hospitalidad hacia el “otro” nos vuelve más compasivos, menos institucionales, más liminales. Por eso, hemos creado espacios institucionales para la misión compartida con los laicos, la inserción cultural, las comunidades insertas en medios de pobreza; nos vamos abriendo a la diversidad de género[10].
- La profecía del sentido de la vida
Si antes la pregunta era ¿cómo vivir según Dios?, ahora la pregunta es ¿cómo vivir, sin más? La desconexión con Dios vuelve banal todo lo demás. La modernidad ha desacralizado el mundo y ha idolatrado a realidades que había desacralizado. Para muchas personas la ciencia es hoy la “teología” que lo explica todo; la economía es el dios que todo lo resuelve: la gente adora el dinero, la ciencia. Pero los nuevos dioses son infieles: no acompañan siempre al ser humano; lo abandonan en la desesperación cuando llega la dificultad, la enfermedad, la muerte. En la vida consagrada proclamamos que “los dioses y señores de la tierra, no nos satisfacen”[11]. Nos rebelamos proféticamente contra la idolatría del dinero, del sexo y del poder por medio de nuestros votos. A través de nuestra voz y conducta disidentes intentamos ser profetas del sentido de la vida. Donde hay esperanza trascendente allí hay sentido.
- La profecía del empobrecimiento voluntario
Desenmascara “la miseria de la prosperidad”[12]. Quienes solo buscan la prosperidad económica lo hacen a costa de su salud, cultura, educación y enriquecimiento moral. El ídolo de la nueva economía es indecente porque los ricos ya no necesitan de los pobres para enriquecerse: tras la desgracia de la explotación de los pobres, ha llegado la desgracia, mucho peor, de que hayan dejado de ser explotables: son los descartados. Se supone que el dinero nos libra de nuestras preocupaciones; pero sin darnos cuenta, se transforma en nuestra máxima preocupación. Para tener dinero hay que pagar un alto precio, que nos vuelve miserables. ¿Quién podrá librar al ser humano de la economía? En este contexto el empobrecimiento voluntario emerge como una alternativa liberadora, anti-idolátrica, como una denuncia de la miseria de la prosperidad. El empobrecimiento voluntario nos pide el despojo de ciertas cosas, la renuncia a la comodidad, a la acumulación de objetos y dinero para superar la angustia de la muerte. También en el ámbito de la misión la economía ha de ser ostensivamente des-idolatrada para convertirse únicamente en un medio. La imaginación profética dará paso a nuevos modos de gratuidad, de fe en la providencia, de presencia misionera no mercantil, de servicios no focalizados en la ganancia.
- La profecía del realismo, de la vida ordinaria
Sin realismo nuestra vida se vuelve ansiosa y fácil a la depresión. Sin realismo las utopías, las visiones pierden su capacidad transformadora y se torna espectaculares, pero no dinamizadoras. Necesitamos “realismo cristiano”[13], o “realismo profético”. El principio de la realidad nos pide –por una parte- que no deseemos cosas que exceden nuestra capacidad carismática (¡el talento recibido!), pero también –por otra- que explotemos todas sus posibilidades. En nuestras comunidades no disponemos de carismas espectaculares ni de profecías de alta intensidad. Somos grupos de peregrinos que, entre zozobras, oscuridades y tentaciones, peregrinamos –con todo el pueblo de Dios- hacia la nueva Jerusalén. El ser comunidad limita no poco las aristas de los carismas y profecías individuales. En nuestro profetismo colectivo se integra lo dispar. Por eso, nuestra profecía es de baja intensidad, pero ejercida también en una franja temporal muy extensa. En este modelo profético prevalece el realismo sobre la utopía, el día a día sobre el evento, la cotidianidad sobre la sorpresa, el siglo sobre el momento. En nuestra congregación la hemos denominado “profecía de la vida ordinaria”[14]. La imaginación profética y el realismo profético mantienen una permanente tensión y contraste. El Jesús de las tres tentaciones en el desierto es para nosotros el paradigma de un profetismo realista. El Jesús apocalíptico que llora ante Jerusalén es para nosotros el paradigma de un profetismo utópico. Ambos tipos de profetismo, el realista y el apocalíptico, han coexistido tensamente a lo largo de la historia.
- Alegría profética en comunidad
Nuestra cultura posmoderna y globalizada busca obsesivamente la felicidad. Se confunde con el placer y se pretende conseguirla a través del consumo, el despilfarro, el disfrute de la sexualidad. Salud y sexualidad se han convertido en obsesiones cada vez más predominantes. Quien no esté a la altura de la corporalidad y sexualidad culturales, no tiene nada que hacer[15]. Es mayor el deseo de felicidad que el disfrute real de ella. Todo lo que no es placer se considera infelicidad. Es evidente que esta cultura nos afecta a los consagrados. Pero en nuestra tradición ascética tenemos resortes que nos permiten cultivar nuestra profecía contracultural. Sabemos el arte de mantener a raya la desgracia, de manera que no nos domine. Sabemos que no toda adversidad es un castigo, que nada se consigue sin esfuerzo. Sabemos que podemos vivir con el sufrimiento y contra él. Muchos de nuestros hermanos muestran un rostro feliz y bienaventurado, porque en ellos acontecen las bienaventuranzas de Jesús. Cuando más fascinante resulta la vida consagrada es cuando mantiene la esperanza, el buen humor y la alegría, en medio de los dramas del mundo y personales, cuando mantiene una “euforia permanente”. Esto no obsta para que reconozcamos, por el realismo profético, que esta dimensión de la profecía está mediatizada por la profecía de las lágrimas[16]. El vivir alternativo que la vida consagrada propone conlleva el paso simbólico por Getsemaní, por el juicio religioso o político, por el desprecio popular o la subida y condenación en el Calvario. También como Jesús hemos de llorar por pérdidas y ante el drama de las culturas que cierran sus puertas a la visita de Dios. La bienaventuranza profética cree que “son bienaventurados los que lloran” porque Dios secará las lágrimas de sus ojos. Por eso, el llorar puede convertirse en sonrisa y esperanza, a pesar de todo.
- La Sabiduría y la imaginación profética
Se advierte cada vez más la añoranza de hombres y mujeres “sabios” capaces de orientar a la humanidad en momentos de confusión, caos y cambio. La sabiduría es un don del Espíritu, que interconecta y unifica nuestros conocimientos, sentimientos, experiencias y vivencias. El don de sabiduría conecta e integra las tres etapas del tiempo: pasado, presente y futuro. La profecía bíblica tiene mucho que ver con el don de la Sabiduría. La sabiduría es concedida a ciertas personas para iluminar y guiar a la humanidad, a la iglesia. La persona agraciada con este don no solo tiene capacidad de información sobre lo que sucede, sino que penetra en el misterio de la realidad y le es concedido “abrir el libro y desatar sus sellos”; utiliza los “siete ojos” del Espíritu para percibir la realidad y la historia; le es concedida la sensibilidad de Dios. Por eso, la persona sabia está sólidamente fundada y sirve de apoyo y guía a los demás. Es un guía que ve, que siente, que refleja en sí mismo la sabiduría de Dios. La sabiduría es transcultural. Los sabios son personas que revalorizan las culturas, las abren a nuevos horizontes y les dan solidez. La sabiduría es la mejor mediación para posibilitar el diálogo intercultural y la alianza de civilizaciones. Por eso, en estos tiempos de transformación, de intercomunicación, de mutua dependencia, la sabiduría es un don inapreciable. La sabiduría profética es un don necesario para superar las visiones fundamentalistas, los dogmatismos, las actitudes condenatorias ante “lo diverso”. El don de la sabiduría ve alternativas, allí donde al parecer se entra en callejones sin salida, descubre la vida donde prevale la muerte. La sabiduría es serena, imaginativa, creadora; hace posible lo imprevisible, fácil lo difícil, viable lo inviable. Jesús fue la Sabiduría de Dios que proclamaba: “Aprended de mi… mi yugo es llevadero y mi carga ligera”.
Estamos en un tiempo en que nuestras comunidades pueden potenciar el ala profética de la Iglesia, precisamente en el ámbito de la sabiduría. El hecho de que en las zonas más antiguas de la Congregación estemos envejeciendo, no es una desgracia, sino la oportunidad de derramar el don de la sabiduría sobre el pueblo de Dios, la sociedad, La profecía y la sabiduría nos llevará a descubrir el posible don de paternidad espiritual que nos es concedido. Así se realizará aquello de “vuestros ancianos y ancianas profetizarán”. Es la profecía de la sabiduría.
Propio de la profecía es atreverse a navegar contracorriente en la marea de la linealidad y los convencionalismos. Semejante atrevimiento nace de un cambio de visión, de pensamiento; surge de la gracia de una auténtica “meta-noia”. Quien ha recibido la gracia de tal cambio, de tal experiencia, se convierte en algo así como una detonación, como un estallido dentro de un grupo acostumbrado. El ministerio profético que hoy necesitamos ha de surgir como una nueva conciencia no lineal, integradora, relacional.
El estilo profético comunitario nos energiza para estar atentos a los desafíos de nuestro tiempo, de nuestros lugares y darles respuesta profética. El último capítulo general nos planteó las siguientes interpelaciones de Dios: (1) El grito de la madre tierra; (2) El clamor de los pobres y por la justicia; (3) El sueño de la paz y la reconciliación; (4) El sentido de la vida y su cuidado; (5) el nuevo continente digital y tecnológico.
3. Comunidad contemplativa
La contemplación es una forma de oración, pero es también una forma de ser y actuar de la comunidad “en misión”[17]. Contemplar no es cerrar los ojos, mirar hacia dentro, imaginarse asuntos trascendentes que apenas tienen que ver con los asuntos que preocupan hoy a la humanidad. Y “si tanto amó Dios al mundo que le envió a su Hijo único”, ¿cómo vamos a llegar a su contemplación desconectados de este mundo? La “mística de los ojos abiertos” (J.B. Metz), nos dice que no se encuentra a Dios “excavando fosos en el alma” (Erich Przywara), ni alejándonos o liberándonos del mundo real, sino trasladándonos a otros niveles de percepción. Pero ¿cómo hacerlo?
La postura contemplativa es aquella que nos abre a la ambigüedad, a la paradoja y lo desconocido; nos separa de un conjunto de modos preconcebidos de ser y pensar. Entrar en contacto con nuestro Dios, seguir a Jesús y estar abiertos al Espíritu es hacer uno de los trabajos interiores más difíciles, pero esenciales. Nos lleva a amar al mundo, como Dios lo ama.
Buscar seriamente a Dios en nuestro mundo real es una aventura exigente y peligrosa: significa exponerse a Dios en una realidad humana que tantas veces lo cuestiona y niega; porque Dios es cuestionado y negado allí donde hay injusticia, violencia, salvajismo, muerte, catástrofes naturales, enfermedad, depresión… Dietrich Bonhoeffer buscó a Dios en tales circunstancias -¡en el campo de concentración y el contexto de la guerra mundial!- y lo encontró en el sufrimiento; por eso, se dijo a sí mismo: “Sólo un Dios que sufre, me puede salvar”. Experiencia contemplativa y mística fue también la de Etty Hillesum, en la fase última de su estancia en el campo de exterminio de Auszchwitz que le permitió escribir en su diario: “Y si Dios no me ayuda ya para seguir adelante, yo tengo que ayudar a Dios”[18].
Nuestra vida consagrada es contemplativa cuando descubre a Dios -entristecido, sufriente, marginado, descartado- en las víctimas; cuando identificada con el Crucificado grita “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”; es contemplativa cuando descubre la energía divina por doquier, en torno a nosotros y a través de todo: como una dinámica personal que se manifiesta en la reciprocidad, la creatividad, la inclusión, la hospitalidad. En nosotros se encarna esa energía. Todo es como una pieza del misterio de cómo Dios está desde toda la eternidad haciendo nacer: porque es “padre eterno – madre eterna”. La energía de Dios está siempre actuando en favor de la creación[19]. Vive contemplativamente quien se siente fundamentado en Dios, incorporado a Jesucristo, quien deja que el Espíritu Santo respire y se mueva a través de él o ella. El deseo de vivir más contemplativamente es obra del Espíritu en este tiempo.
La contemplación abre nuestro corazón a escuchar a “los otros” de verdad, sin focalizarnos en aquello que quisiéramos oír o recibir de ellos. En el espacio contemplativo perdemos el control del otro y descubrimos que no siempre nosotros tenemos la mejor respuesta a lo que nos desafía. Cuando nos volvemos más contemplativos somos más capaces de darnos cuenta de las diferencias y comprenderlas, sin ponerles una etiqueta despectiva. Uno aprende a “negarse a sí mismo”[20], que es una condición indispensable para seguir a Jesús.
Vivimos tan acelerados, con tanto frenesí, que nos negamos la contemplación por falta de tiempo personal y colectivo. La contemplación requiere tiempo ¡y no lo tenemos! Ordinariamente ante las situaciones “reaccionamos”, pero no “respondemos” porque decimos que no tenemos tiempo. No entramos en espacios de contemplación porque nos da miedo quedar paralizados, sin actividad, sin amor al trabajo. Y, sin embargo, lo cierto es que la auténtica contemplación es fuente de capacidad creadora y generativa. Los místicos, los contemplativos saben que la verdadera contemplación acaba en la acción y que frecuentemente la acción es más radical porque tiene en ella su raíz.
La atmósfera contemplativa hace surgir reuniones “diferentes” en las que hay pausa, quietud y no inmediata necesidad de hablar, de tomar el micrófono; pero nunca pasividad, pasotismo, inquietud. Contemplación no es estar callados, enclaustrados en nuestros pensamientos: es dejarse tocar por el Espíritu, dejar que se derrame en nuestro corazón y lo transforme[21]. Y esto requiere una cierta disciplina. Hay sinergia cuando nos olvidamos de nosotros mismos y escuchamos con cuidado y amor a los demás.
En los textos paulinos encontramos exhortaciones como éstas: “No entristezcáis al Espíritu Santo”[22], “no sofoquéis o extingáis al Espíritu Santo”[23]; y es que podemos impedir que el Espíritu respire y sople en y a través de cada uno nosotros. La Iglesia es la esfera de influencia del Espíritu Santo: “donde está el Espíritu allí está la Iglesia; y donde está la Iglesia, allí está el Espíritu” (San Ireneo).
La tan conocida frase de Karl Rahner de que un cristiano del siglo XXI “o será un místico o no será nada”, aplicada a nuestra comunidad, es una invitación a emprender el viaje hacia la mística para que nuestra vida tenga sentido y atractivo.
4. Comunidad litúrgica – cuando la contemplación se convierte en adoración
No hemos de olvidar que una de las características fundamentales de la Comunidad misionera es su condición de contemplativa y litúrgica[24]. Es muy importante, para ser comunidad inserta en la “Missio Dei”, conocer a Dios, contemplarlo en el silencio, adorarlo y celebrar su presencia, buscar apasionadamente su voluntad:
“Guarda silencio y reconoce que yo soy Dios. Seré exaltado entre las naciones. Seré exaltado sobre la tierra” (Sal 46, 11).
La “missio Dei” que define nuestra forma misionera y comunitaria debe convertirse en el gran centro de nuestra contemplación. Esto tiene mucho que ver con la liturgia comunitaria. Una liturgia configurada por la “missio Dei” da forma, nutre y envía a la comunidad misional: “Como el Padre me envió, así os envío yo”[25].
A veces pensamos que lo más importante en la liturgia es volverla atractiva, que responda a los gustos de la gente. La liturgia no debe ser manipulada en ese sentido. No es teatro, ni pasarela de personajes que se ganan a la gente por sus destrezas y artes. Se trata de una liturgia en la que el Espíritu crea visiones alternativas, relata el querer de Dios sobre nuestro mundo y nuestra historia concreta[26].
Una liturgia configurada por la misión –y nos referimos a la Eucaristía, pero también a la Liturgia de las Horas, a la celebración comunitaria del perdón, a la celebración de la oración y unción en nuestras enfermedades psíquicas y físicas, en adicciones que nos resultan insuperables– es aquella en la cual la comunidad es pasiva y activa al mismo tiempo, como la comunidad del libro del Apocalipsis. La comunidad en estado de liturgia es asamblea de cristianos en misión con Dios, cómplices del Espíritu Santo, que encarnan el Evangelio de Jesucristo[27]. El ite missa est debe ser no una fórmula rutinaria, sino el envío diario que configura la comunidad.
La liturgia eclesial es para nuestra comunidad el eco-sistema espiritual -profético y contemplativo- en el que ella se integra cada día. El año litúrgico con todos sus colores y perspectivas es un auténtico camino de espiritualidad que recorremos comunitariamente y con todo el pueblo de Dios. La comunidad litúrgica no se aísla, ni separa de la historia. En cada momento litúrgico la comunidad se siente conectada con el Espíritu Santo que convierte los dones en cuerpo y sangre de Jesús y nos los ofrece en comunión -como alimento y bebida-:
“Por eso te pedimos que santifiques estos dones con la efusión de tu Espíritu de manera que sean para nosotros Cuerpo y Sangre de Jesucristo, nuestro Señor” (Plegaria Eucarística II, primera epíclesis).
El Espíritu es también quien hace que la “Palabra” que escuchamos exteriormente proclamada penetre en lo más profundo de nuestro corazón y nos transforme. Es el Espíritu el principal generador de la comunión comunitaria:
“Te pedimos humildemente, que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo” (Plegaria Eucarística II, segunda epíclesis).
Para la reflexión personal y comunitaria |
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NOTAS
[1] Cf. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Vita Consecrata, 84-95; Misioneros Claretianos, Declaración del XXII Capítulo General “En misión profética” (Roma 1997), n. 1, p. 8.
[2] Núm 11, 25.
[3] “Nuestro Padre Fundador se sintió ungido por el Espíritu de Jesús. Encontró estímulos para su vocación misionera en los profetas, sobre todo, en Jesús, profeta sencillo y encantador, cercano al pueblo, pero también signo de contradicción, perseguido hasta morir en cruz… A Claret le fue concedida una fuerte sensibilidad ante los males de su tiempo. Fundo nuestra Congregación y nos transmitió en la “forma del Misionero” cómo prolongar proféticamente su proyecto” EMP, n. 17.
[4] “Durante los casi 150 años de existencia nuestra congregación ha profundizado en el carisma claretiano y en su dimensión profética… Nuestros hermanos se hicieron presentes en lugares de misión que otros consideraban de acceso imposible por su especial dificultad (Guinea Ecuatorial, Chocó…)” EMP, n. 18.
[5] “Hubo quienes dieron su vida por Jesús y por los hermanos sin echarse atrás… La Iglesia nos ha propuesto como ejemplo profético a nuestros Mártires de Barbastro” EMP, n. 18.
[6] “Muchos asumieron un estilo apostólico de vida marcado por la sencillez, la itinerancia, el servicio desinteresado a la Iglesia, el espíritu comunitario y congregacional, y la intercesión misionera permanente, como los PP. Clotet y Avellana. La “forma del misionero” se ha hecho realidad en muchos de nosotros: presbíteros, diáconos, hermanos y estudiantes” EMP, n. 18.
[7] A ello se refiere el Concilio Vaticano II en LG 44, cuando presenta la profesión de los consejos evangélicos como “signo” que puede y debe atraer eficazmente a todos los miembros de la iglesia a cumplir sin desfallecer los deberes de la vida cristiana. E indica, además, que esta forma de vida tiene la misión de imitar y representar en la Iglesia el estilo de vida de Jesús, y manifestar, de testimoniar, de prefigurar, de proclamar y de mostrar a vida nueva y eterna conquistada por la redención, el poder de Cristo glorioso. La razón de ser de la vida religiosa “ser signo” queda explicitada con siete verbos o acciones. Destinatarios de esas acciones son los miembros de la iglesia, todos los fieles, todos los hombres. Documentos posteriores han resaltado la dimensión profética de la vida religiosa: “En la variedad de sus formas, la vida fraterna en común se ha manifestado siempre como una radicalización del común espíritu fraterno que une a todos los cristianos. La comunidad religiosa es manifestación palpable de la comunión que funda la Iglesia y, al mismo tiempo, profecía de la unidad a la que tiende como a su meta última” (Vida fraterna en comunidad, n. 10).
[8] “La profesión de los consejos evangélicos los presenta como signo y profecía para la comunidad de los hermanos y para el mundo” (VC, 15). En la exhortación hay también un apartado amplio dedicado al “testimonio profético de la vida consagrada ante los grandes desafíos de nuestro tiempo” (VC, 84-95).
[9] Cf. Hans Boersma, Violence, Hospitality, and the Cross. Reappropriating the atonement tradition, Baker Academic, 2004; Leonardo Boff, Virtudes para otro mundo posible. La Hospitalidad: derecho y deber de todos, Sal Terrae, Santander 2006; Luke Bretherton, Tolerance, hospitality and education: a theological proposal, en SCE, 17. 1 (2004), 80-103; Byrne, Brendan, The Hospitality of God: A Reading of Luke’s Gospel, Liturgical Press, Collegeville, 2000; Innerarity, D, Ética de la hospitalidad, Peninsula, Barcelona 2001; Pohl, Christine, Making Room: Recovering Hospitality as a Christian Tradition, Eerdmans, Grand Rapids, 1999; Richard, L, Vivir la hospitalidad de Dios, OIUMSA, Buenos Aires, 2000.
[10] Es interesante evocar aquí la circular del P. Mathew Vattamattam, superior general, sobre la Interculturalidad y nuestras relaciones comunitarias.
[11] Sal 16.
[12] Cf. Pascal Bruckner, La miseria de la prosperidad, Tusquets, Barcelona, 2002. Pascal Bruckner lo publicó en 2002 y mereció el premio “Libro de Economía 2002”. El título se hacía eco de la frase “miseria de la filosofía” de Marx.
[13] Cf. Reinhold Nieburh, Christian realism and political problems, Scribners, New York 1953.
[14] “La profecía de la vida ordinaria, frecuente entre nosotros, es la que hace posible la gran profecía de los momentos extraordinarios. Se muestra en la oración, como expresión de amistad con Dios, en la búsqueda incesante de su voluntad, en las relaciones en las que prima la ternura, la alegría vital, la compasión, la fe en el otro, el servicio” EMP, n. 24, pp. 37-38.
[15] Pascal Bruckner, La euforia perpetua (Sobre el deber de ser feliz), Tusquets. Barcelona, 2001. Cf. Id., La tentación de la inocencia, 1996
[16] Cf. A. Arvalli, Vita religiosa come profezia? Le lacrime di una difficile transizione incompiuta, en “Credere Oggi” 27 (2007), pp. 131-144.
[17] “Al contemplar la situación del mundo, de la Iglesia, de la Congregación y de nuestras propias vidas a la luz de la Definición del Misionero, hemos sentido la llamada a descubrir cómo Jesús camina a nuestro lado, a escuchar su palabra, a sentarnos a su mesa y encendidos, a volver a la comunidad para ser de nuevo enviados”: Misioneros Claretianos, Declaración del XXIV Capítulo General “Hombres que arden en caridad”, n.51, pp. 61-62.
[18] Etty Hillesum, Diario, 11 de Julio de 1942.
[19] Cf. Anna Hunt, What are they saying about the Trinity, Paulist (Australia), 1998.
[20] Mt 16,24.
[21] Rom 5, 5.
[22] Ef 4, 30.
[23] 1Tes 5, 19.
[24] “Fomentaremos que cada uno de nosotros concede un lugar prioritario en su vida a la escucha atenta de la Palabra, la celebración digna de la Eucaristía, la oración diaria y a la piedad cordimariana. Cuidaremos igualmente el retiro mensual y los Ejercicios Espirituales y que la comunidad nos facilite para todo ello los ritmos y condiciones necesarios” HAC, n. 54, 1, p. 63.
[25] Jn 20, 21; Cf. András Lovas, “Mission-Shaped Liturgy”, International Review of Mission 95 (2006) 352-358.
[26] Cf. Timothy Miller (ed.), Spiritual and Visionary Communities: out to save the World, Burlington, Ashgate, 2013.
[27] Tim Suttle, Public Jesus: exposing the nature of God in your community, Kansas City, The House Studio, 2012.
Fuente del espíritu profético
Sin corazón, sin ternura, sin amor, no hay ninguna profecía creíble (EMP 20). La profecía de la vida ordinaria es vivir amando al Señor con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas. Estos videos explican las palabras del “Schema Israel”.
- Comunidades configuradas por la misión
- La comunidad “oikos”
- La comunidad escuela de discípulos en misión
- Comunidad profética y contemplativa
- Comunidad litúrgica y celebrativa
- Avanzando en el Espíritu. Practicando el discernimiento en la vida personal y en las comunidades
- Liderazgo y organización de la comunidad
- Transformación de conflictos en comunidad
- Perdón y reconciliación en la comunidad
- Celebrando vida y misión en comunidades interculturales e intergeneracionales
- El sueño de ser comunidad
- El misterio pascual en nuestras comunidades