3. La comunidad escuela de discípulos en misión

“[Jesús] subió después a la montaña, llamó a los que él quiso y se acercaron a él. Designó entonces a Doce, a los que llamó para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar con poder de expulsar demonios” – Mc 3, 13-15.

“A nosotros, Hijos del Inmaculado Corazón de María, llamados a semejanza de los Apóstoles, se nos ha concedido también el don de seguir a Cristo en comunión de vida y de proclamar el Evangelio a toda creatura, yendo por el mundo entero” – CC 4.

INTRODUCCIÓN

Nuestro seguimiento de Jesús es “al estilo de los apóstoles”; es decir que está referido a “la especial comunión de vida con Cristo, ahora, resucitado, y la misión de predicar el Evangelio, ahora, al universo entero”[1]. En tanto “oyentes-servidores de la Palabra”[2], vislumbramos cómo vivir nuestra comunión de discípulos misioneros de Jesús al confrontarnos con la experiencia de los Doce.

La lectura “vocacional” de la Biblia, acogida como Palabra de Dios hoy, puede ayudarnos a potenciar en nosotros la radicalidad evangélica a la cual nos sentimos llamados, ayudándonos a crecer como discípulos misioneros de la alegría del Evangelio[3]. Y dado que nosotros, como los Doce, “comunicamos a los demás el misterio íntegro de Cristo”[4], en este folleto nos proponemos abordar algunos textos del evangelio de Marcos referidos a la experiencia de discipulado apostólico de los Doce para relacionarlo con nuestro seguimiento de Cristo en la Congregación.

1. CARACTERÍSTICAS DEL SEGUIMIENTO APOSTÓLICO DE JESÚS EN MARCOS

Dos preguntas recorren el texto de Marcos y le dan cohesión narrativa. Una está referida a la identidad de Jesús, y la otra tiene que ver con nuestra identidad de discípulos y el modo de seguir a Jesús. Cristología y discipulado misionero de Jesús son dos ejes fundamentales en el Segundo Evangelio.

Con el objetivo de enmarcar esta reflexión, queremos resaltar algunas características comunes que encontramos entre la predicación de Juan Bautista, la de Jesús y la de sus discípulos, por una parte, y las consecuencias que les acarrea dicho anuncio, por otra. Veámoslo en el siguiente cuadro:

La misión de

Juan Bautista Jesús Los Doce
Se presentó Juan el Bautista en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados (Mc 1, 4). Proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: “El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia” (Mc 1, 14-15). Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo (Mc 6, 12).
el trágico final de
Juan Bautista Jesús Los Doce
Pero Herodes, al oír todo esto, decía: “Este hombre es Juan, a quien yo mandé decapitar y que ha resucitado” (Mc 6, 16 (-29). Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días (Mc 8, 31 (+ 9, 30-31 y 10, 32-34). Estén atentos: los entregarán a los tribunales y los azotarán en las sinagogas, y por mi causa serán llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos… El hermano entregará a su hermano para que sea condenado a muerte, y el padre a su hijo; los hijos se rebelarán contra sus padres y los matarán. Serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero el que persevere hasta el fin, se salvará

(Mc 13, 9. 12-13).

Las coincidencias se dan respecto de la proclamación, anuncio o reclamo de conversión que expresan y en las violentas consecuencias que ella les trae aparejada. Ubicadas en la primera parte del evangelio, las referencias a Juan Bautista proyectan anticipadamente lo que le sucederá a Jesús en el transcurso de los acontecimientos históricos narrados y a sus discípulos, en la época en que Marcos escribe su Evangelio. Mateo lo explicita claramente a su comunidad cuando advierte que “desde que apareció Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos pretenden apoderarse de él” (Mt 11, 12).

El evangelio sale al cruce de las resistencias que el kerigma apostólico encontraba en los primeros tiempos de la Iglesia. Era necesario aclarar por qué el anuncio de un Cristo crucificado era una “Buena Nueva” siendo que los oyentes tenían otras expectativas respecto del Mesías. Pablo expresa claramente esta disyuntiva en la carta que escribe a los corintios hacia mediados del año 56: “Nosotros predicamos a un Cristo crucificado, que es escándalo para los judíos y locura para los paganos” (1Co 1, 23). Pocos años después, entre el 60 y el 70, el evangelio de Marcos retoma y desarrolla este mismo argumento y explica la paradoja de ese “Cristo (crucificado) que es fuerza y sabiduría de Dios” para quienes creen (1Co 1, 24).

En la época de Jesús, la cruz era el instrumento de tortura por excelencia de los romanos y la Ley de Moisés consideraba que “el que cuelga del madero es maldito de Dios”[5]. Para nosotros, en cambio, la cruz representa la entrega del amor más sublime; porque hemos crecido en la tradición cristiana y no tuvimos que dar ese salto.

Con todo, a lo largo de la historia, la experiencia de la cruz, tanto la cruz de Cristo como la de la cruz asumida voluntariamente a causa de su seguimiento es y será algo difícil de explicar a los demás o de entender nosotros mismos; especialmente cuando nos toca experimentar alguna de sus consecuencias en carne propia. Paradójicamente existen miles y miles de cristianos perseguidos y asesinados hoy en día a causa de la fe en Jesucristo[6]. Por distintas razones no siempre somos del todo conscientes de estas situaciones e incluso las consideraciones que hace Claret acerca del martirio pueden sonarnos alejadas de nuestra experiencia vital. Sin embargo, muchos hermanos de Congregación han certificado con su sangre el testimonio de su seguimiento y, recientemente, en Camerún, algunos de los nuestros también han sufrido las consecuencias que conlleva ser solidarios con el pueblo que sufre. Teniendo este marco de comprensión en mente, podremos comprender mejor cuál es el mensaje del Segundo Evangelio y responder adecuadamente las dos preguntas que constituyen la trama de la narración.

Como en toda obra escrita, el autor es el único que tiene las cosas claras desde el principio y el diseño de la historia que pretende contar. Por eso, Marcos pone este título a su Evangelio: “Comienzo de la Buena Noticia de Jesús Mesías, Hijo de Dios”[7].

El evangelista informa que Jesús es el Cristo Hijo de Dios a quienes leen o escuchan el texto desde el inicio. Así, los destinatarios de su obra -la comunidad de Marcos, en primer lugar, pero también nosotros que lo leemos casi dos mil años después- partimos con cierta ventaja tanto con respecto a los protagonistas históricos de los hechos narrados como a los personajes que intervienen en el texto. Todos ellos lo irán descubriendo paso a paso, a medida que avanza la narración; se refleja de este modo lo que ha sucedido históricamente. Y esto vale incluso para Jesús y los Doce. A ellos, recién al final del evangelio, Marcos les da una clave para que puedan comprender cabalmente quién es Jesús. Para encontrarse con Jesús Resucitado y entender cabalmente que Jesús-es-el-Mesías-Hijo-de-Dios, los Doce deberán volver a Galilea; “allí lo verán”[8].

1.1. Tengan en cuenta quiénes son los que han sido llamados. (1 Co 1, 26)

El contexto de esta frase refuerza la idea anterior de que el comportamiento de Dios resulta paradójico para los sabios y entendidos; lo que es evidente en su explicación sobre el Mesías crucificado. Pero también lo es a propósito de los convocados por Dios al discipulado de Jesús. La frase es un llamado de atención contra la vanagloria de sus discípulos y una invitación paulina para que vivamos con sano realismo nuestra vocación[9].

La llamada al “seguimiento” supone una disrupción en nuestra vida. Quien se descubre llamado por Dios es capaz de dejar todo lo que constituye su mundo conocido y aventurarse a una nueva situación. Quien es vocacionado va detrás de Jesús sin más certezas que la de una promesa fundada en su palabra o la autoridad del Maestro. Marcos lo deja en claro en las escenas de vocación junto al lago de Galilea: Los dos pares de hermanos, Simón y Andrés y Santiago y Juan, dejan las redes o a su padre con sus trabajadores en la barca y se van detrás de Jesús. Poco más adelante, Leví también deja su empleo, su oficina de impuestos y lo sigue[10].

Marcos nos permite distinguir de un pantallazo los varios grupos de seguidores y antagonistas de Jesús en 3, 7-30. De estos grupos podemos inferir distintos intereses que los mueven a seguirlo u oponerse a Jesús.

El grupo de los discípulos comienza a conformarse ni bien Jesús inicia su predicación en Galilea. Los Doce surgen, por pura iniciativa de Jesús, de su grupo de discípulos y discípulas. Él los constituye como tales y asigna un doble cometido a su vocación apostólica: “Para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar con poder de expulsar demonios”[11].

Marcos constata que ambos objetivos se cumplen a lo largo de la vida pública de Jesús. Por una parte, él se dedica de manera especial a la formación de los Doce; en la intimidad les dice que “Dios les ha confiado el misterio de su reino”[12]. Por otro, los Doce siguen efectivamente a Jesús por todos lados adonde él va y llevan adelante una predicación portentosa[13].

Sin embargo, el grupo apostólico está herido por la traición de uno de sus miembros[14], por la defección de todos en el momento de la prueba[15] y por la negación de su principal referente[16]. Ellos son los que comparten con Jesús la vida y la misión desde el inicio.

A lo largo de toda su acción misionera en Galilea, pero muy particularmente en la segunda parte del Evangelio, en la sección del camino (Mc 8, 22 – 10, 52), Jesús les dedica su mayor empeño pedagógico. Pese a ello, los Doce tienen grandes dificultades para entender a Jesús[17].

Ahora bien… No todos sus discípulos defeccionan en el momento de la pasión: “Algunas mujeres contemplaban la escena [de la cruz] desde lejos. Entre ellas María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé, que habían seguido a Jesús y lo habían asistido cuando estaba en Galilea…”[18].

Resulta significativo que Marcos haga explícito el discipulado de estas mujeres como servicio (διηκόνουν αὐτῷ) recién al final del evangelio[19]. Marcos usa esta misma expresión solo en dos oportunidades para aludir al servicio que se le prodigaba a Jesús y esta de las mujeres es la segunda vez. La primera vez que usa esta expresión era para indicar la asistencia que le prodigaban los ángeles durante su estancia de cuarenta días en el desierto, antes de aparecer él en la escena pública[20]. De este modo, el seguimiento como servicio a Jesús constituye una inclusión que abarca toda la Buena Noticia descrita por Marcos.

En Marcos, pareciera que ninguno de sus amigos estuviera presente junto a la cruz. Sólo Marcos nos cuenta la escena y registra la burla del oficial romano que constituye una confesión y hace justicia al título de su obra: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”[21]. Las discípulas, que “contemplaban la escena desde lejos”, se convierten en testigos exclusivas de la crucifixión de Jesús y destinatarias privilegiadas, protagonistas del anuncio de su resurrección[22].

Inesperadamente, en Marcos queda trunco el mensaje de Jesús Resucitado. El evangelista finaliza su narración diciendo que “ellas no dijeron nada a nadie por el miedo que tenían”[23]. ¿Por qué? Porque Marcos quiere movilizar a su auditorio haciéndoles saber que lo más fundamental de la Buena Noticia de Jesús es algo que todavía está pendiente. Por tanto, es una tarea que les compete a los escuchas de su Buena Nueva.

Para ver a Jesús Resucitado es necesario que los apóstoles vuelvan a encontrarse con él en Galilea[24]. Esto equivale a repasar en el corazón los acontecimientos más significativos de lo vivido junto a él a la luz de la nueva situación. El anuncio de Jesús Vivo, que los precede camino a Galilea, nos ayuda a redimensionar el espesor de nuestro seguimiento en los momentos de oscuridad y redescubrir a Jesús presente en nuestro destino.

Muchas veces necesitamos reencontrarnos con Jesús y volver a verlo en nuestro camino; porque en lo cotidiano de nuestros días nuestro empeño en el seguimiento de Jesús sufre el embate de la cultura y el mundo en el que estamos inmersos. Como los Doce, necesitamos “volver a Galilea” para recrear nuestra vocación de seguidores de Jesús repasando los acontecimientos que dan sentido a lo que somos y hacemos, y al modo en que vivimos. No pocas veces flaqueamos en nuestra adhesión vital a Cristo y su propuesta de discipulado misionero en comunidad.

En el discernimiento del XXV Capítulo General, Dios apela a nuestra identidad de discípulos y nos interpela a través de los acontecimientos del mundo, de la Iglesia y de nuestra propia comunidad apostólica[25]. ¿Cómo capitalizamos nuestra experiencia vocacional de discípulos misioneros? ¿Qué supone en nuestra vida cotidiana lo que es Gracia de Dios en nosotros? ¿Cómo traducimos el doble objetivo de nuestra vocación apostólica de “estar con Jesús y ser enviados a predicar con poder de expulsar demonios”?

1.2. Nada vale la pena si se compara con el conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. (Flp 3, 8)

Indicamos anteriormente que los protagonistas del evangelio irán descubriendo paulatinamente la identidad de Jesús.

Jesús se descubre como el “Hijo amado” en quien Dios encuentra complacimiento en el momento en que es bautizado por Juan en el Jordán. Una voz de Dios se lo revela en la teofanía que Marcos relata cuando Jesús sale del agua[26]. La experiencia del desierto marca un antes y un después en su vida, como si fuera el tiempo propicio para que él pudiese madurar esa revelación[27].

Los demonios, en cambio, como nosotros, pero porque el autor nos lo ha dicho, también saben quién es Jesús desde que él aparece en escena. Los espíritus impuros lo reconocen porque ellos experimentan en sí mismos las consecuencias de su predicación poderosa[28].

Las personas aquejadas por distintos tipos de aflicción lo buscan y lo siguen porque se ven liberadas de sus padecimientos[29]; parecen haberlo comprendido todo desde el inicio. Ellos saben que lo necesitan y, por eso, están junto a él, lo escuchan, le creen, no necesitan hacerse más preguntas ni descubrir quién es el hombre a quien siguen. Jesús, por su parte, los reconoce como su familia[30].

Por su parte, los Doce, y, entre ellos, un pequeño subgrupo conformado por Pedro, Santiago y Juan, son objeto de la dedicación especial casi exclusiva de Jesús[31]. Los acontecimientos vividos junto a él y las enseñanzas con las cuales los instruye les permiten discernir mejor que los demás quién es el que los ha llamado a su seguimiento.

La sección de Mc 4, 35 – 5, 43 evidencia un crescendo de la revelación divina en las acciones de Jesús. A su predicación portentosa en Galilea, Marcos añade una serie de eventos por los cuales los apóstoles van progresando en su comprensión de Jesús. El inicio es una pregunta llena de miedo: “¿Quién es este?”[32]. El punto de llegada es la confesión de Pedro: “Tú eres el Mesías”[33], y la confesión del oficial romano: “Este era Hijo de Dios”[34].

Gradualmente, los apóstoles comienzan a entender que, cuando Jesús domina la bravura del mar[35] y libera a las personas del poder del demonio[36], la enfermedad[37] y la muerte[38], es Dios mismo el que actúa. La escena de la transfiguración también es fundamental en este sentido; no sólo por la escena en sí sino porque Dios lo revela abiertamente a los presentes, aunque los discípulos no entienden[39].

Con todo, la confesión de los Doce es un punto de llegada. Ellos van más allá de quienes lo reconocen sólo como un profeta comparable a Juan Bautista o Elías[40]. Pero tanto los unos como los otros se encuentran en las antípodas de los maestros de la Ley, a quienes Jesús llama blasfemos; porque atribuían la obra de Dios a Satanás. Ellos decían: “Está poseído por Belzebú” y “tiene un espíritu impuro”[41].

Salvando las enormes diferencias, seguramente existen en nuestra experiencia de discípulos algunos momentos o acontecimientos que dan certeza a nuestra vocación y sentido a nuestras vidas; por algo estamos aquí. También nosotros podemos hacer nuestras las palabras de Pedro: “Lo hemos dejado todo y te hemos seguido porque para Dios todo es posible”[42]. También nosotros somos discípulos en comunidad de vida y misión que caminamos tras las huellas de Jesús con la impronta apostólica de Claret.

Nuestra comunidad misionera reconoce y celebra la obra de Dios en nosotros y, por eso, unidos a María el XXV Capítulo General nos invita a que proclamemos nuestro Magníficat[43].

Se cumple en nosotros la visión que tuvo el P. Claret el 24 de septiembre de 1859 y que aquí recreamos: “Desde los cuatro vientos”[44] se escucha nuestra acción de gracias multiplicándose al infinito; es la voz de los escogidos “hijos de la Congregación del Inmaculado Corazón de María”[45] que celebramos cantando: “El Señor ha estado grande con nosotros; por eso estamos alegres”[46].

1.3. Tengan los sentimientos que corresponden a quienes están unidos a Cristo Jesús (Flp 2, 5)

Aprendan de Mi Det Sem Sta Rosa aracas VenCon la confesión de Pedro en las inmediaciones de Cesarea de Filipo comienza la segunda parte del Evangelio de Marcos. Jesús y sus discípulos se dirigen a Jerusalén y, en el trayecto, él les indica, con claridad y detalladamente, todo lo atinente a su pasión y resurrección[47]. Porque es necesario que entiendan ahora qué tipo de Mesías es Jesús; ciertamente no el que ellos tenían en mente.

Los Doce no están preparados para procesar el anuncio de Jesús y reaccionan negando lo que él les expone con crudeza, una y otra vez. Las reacciones nos dejan ver cuán afectados que se encuentran a causa del miedo, la confusión y la falta de entendimiento[48]. Están tan conmovidos que se vuelven incapaces de expulsar demonios como lo habían hecho durante su experiencia de misión[49].

En los tres anuncios de su pasión Marcos utiliza una misma estructura narrativa: Al presagio de la pasión y resurrección (1) le corresponde una conducta inapropiada por parte de los discípulos (2); entonces, Jesús les enseña algunas cuestiones que son fundamentales para el discipulado (3). Luego, el evangelista complementa esto con otros acontecimientos y enseñanzas, a modo de catequesis.

Las curaciones del ciego de Betsaida, en las inmediaciones del Mar de Galilea, y de Bartimeo, en Jericó[50], constituyen el marco narrativo de la sección. Pero el camino refleja el itinerario interior que deben recorrer los discípulos más que un trayecto geográfico propiamente dicho. Los Doce deberán transitar ese itinerario para comprender la naturaleza mesiánica de Jesús y descubrir cómo seguirlo.

Dejando de lado el primer aspecto, al cual en cierto modo nos hemos referido con anterioridad al hablar del Mesías sufriente, en los próximos puntos nos centramos en el segundo punto, relacionado con las enseñanzas de Jesús sobre el discipulado.

  • Primera Lección: El lugar del discípulo en el seguimiento y las exigencias del discipulado (cf. Mc 8, 33 – 9, 1).

Dominado por la contradicción, Pedro reprende fuertemente a Jesús en privado; pero él, a la vista de todos y a causa de su reacción, lo increpa como a un demonio[51] recordándole cuál es el lugar que le cabe en el seguimiento: “Ve detrás de mí, Satanás”[52]. Estas palabras lo remiten al inicio de su vocación de discípulo; al fin y al cabo, en eso consiste la llamada por la cual él y los demás (y también nosotros) lo habían dejado todo: “Vengan detrás de mí… Sígueme”[53].

Los otros Sinópticos, Mateo y Lucas, indican claramente que el discípulo es y será siempre un aprendiz. Jamás ocupará el lugar de su maestro, aunque corra su misma suerte o llegue el discípulo a ser como él[54]. Y en Mateo, Jesús es tajante: “Ustedes no se dejen llamar maestros; porque uno solo es su maestro, y todos ustedes son hermanos”[55].

Luego de haber ubicado a Pedro en el lugar que le corresponde, Jesús explicita tres condiciones intrínsecas al discipulado a todos los que lo siguen; no sólo a los Doce:

La primera es que “los pensamientos de Dios” tienen que ganar cada vez más y más espacio en sus vidas hasta que constituyan el núcleo vital de todas sus acciones; por encima de cualquier otro tipo de expectativas y planes personales o humanos[56]. Sólo de este modo los discípulos de Jesús podremos abrazar nuestra condición de asumiendo el destino de Jesús Maestro como una cruz querida, conscientemente aceptada. Sobre esta base son posibles las otras dos condiciones del seguimiento que señalamos a continuación.

La segunda es que el discípulo adquiera la capacidad de proyectar su vida como donación y entrega solidaria a causa de Jesús y su Buena Noticia[57].

La tercera, que el discípulo testimonie su condición con determinación[58].

  • Segunda Lección: El servicio como vínculo de comunión fraterna (cf. Mc 9, 33-37; 10, 42-45).

La segunda instrucción viene a cuento de dos situaciones conflictivas. Una es una discusión de la cual los Doce prefieren no hablar porque los avergüenza; “habían discutido acerca de quién era el más importante”[59]. La otra, es a propósito del pedido que los hijos de Zebedeo hacen a Jesús e indigna al resto de los apóstoles: “Concédenos que nos sentemos uno a tu derecha y otro a tu izquierda cuando se manifieste tu gloria”[60].

La enseñanza de Jesús propone arrancar de cuajo el afán de dominio que exalta a quien lo detenta por encima de los demás: “El que quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. Su planteo trastoca la lógica que reproduce el orden establecido por los poderosos del mundo y sus estructuras de dominación en la dinámica interna de la comunidad alterando la fraternidad debida.

La respuesta de Jesús se ubica en el ámbito de lo paradójico. Y la veracidad de su enseñanza se demuestra en el ejemplo de su propia vida. Jesús se constituye en el paradigma de lo que enseña y reclama a sus discípulos: “El Hijo del hombre tampoco ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por todos”[61].

Luego, y para que podamos comprender a qué se refiere Jesús cuando habla del servicio, él abraza a un niño y lo colocando en medio de todos. Su ejemplo es elocuente. Un niño es alguien que necesita de otras personas para vivir; es un ser vulnerable y desvalido, que no depende de sí mismo. Pero el cuidado que necesita un niño no consiste únicamente en brindarle techo y comida. El cuidado necesario está hecho también de cariño, ternura, caricias y besos. La dimensión afectiva es fundamental. Ninguno de nosotros hubiera sobrevivido sin el cuidado ni la protección que nos prodigaron nuestros padres cuando éramos niños. El amor con que nos protegieron hizo posible que creciéramos y nos desarrolláramos positivamente en la vida.

Desde la perspectiva de Jesús, lo que engrandece a sus discípulos frente a los demás es el servicio que se brindan unos a otros cuando se desviven en la atención de los demás. Semejante grandeza sólo puede crecer y construirse desde el no-poder; disponiéndonos a servir a quien se encuentra indefenso, prodigándole el cuidado y la atención que necesita para salir adelante en la vida.

Además, el servicio a los pequeños atesora una dimensión sacramental que ningún discípulo que bien se precie puede desconocer. San José Gabriel del Rosario Brochero, el santo cura de Traslasierra, en Córdoba, Argentina, lo expresaba de un modo muy particular a sus feligreses: “Dios es como los piojos, está en todos lados, pero prefiere a los pobres”[62].

  • Tercera Lección: El vínculo de los Doce con los de fuera de la comunidad y con los pequeños que la integran (cf. Mc 9, 38-41. 42-48).

En el camino a Jerusalén se plantea otra situación en la que intervienen los apóstoles y un fulano que expulsaba demonios en nombre de Jesús. Al verlo proceder de este modo, los discípulos le prohíben que continúe haciéndolo porque él no formaba parte de su comunidad de seguidores; “no nos acompaña”[63].

La respuesta de Jesús es un antídoto contra el sectarismo de la comunidad apostólica: “El que no está contra nosotros está a favor nuestro”[64]. Y, por si semejante criterio de inclusión no fuese suficiente para su pequeña cabeza, Jesús añade que Dios atesora los más pequeños detalles que cualquier persona, sin especificar su pertenencia a la comunidad o no, ofrezca a sus discípulos “por ser de Cristo”. Ninguno de estos gestos “quedarán sin recompensa”[65]. Es decir que el criterio de comportamiento que Jesús exige a sus discípulos respecto de las personas que no pertenecen a la comunidad está calcado del modo de proceder de Dios.

En estos tiempos en que la Iglesia y la Congregación nos piden que salgamos al encuentro de quienes habitan en los márgenes de la sociedad y las periferias de la existencia humana, Jesús contrapone el argumento de los Doce con un criterio que desarma sus (y nuestras) pretensiones desmedidas, sus (y nuestros) recelos de grupo.

Luego, Jesús les llama la atención sobre el comportamiento que los apóstoles deben prodigar a los más pequeños de la comunidad y les lanza una dura advertencia: “¡Ay del que sea una ocasión de pecado para los pequeños que creen en Jesús!”[66]. Esta advertencia de Jesús encuentra su correlato en los escándalos de abusos que sacuden a la Iglesia de nuestros días.

En Marcos, las imágenes de la mano, el pie y el ojo son por demás elocuentes, pero pueden incluso ser traducidas por el ansia incontrolada de dominio, la megalomanía del deseo y las intenciones viles o la envidia y los celos o proyectos egoístas.

El lenguaje hiperbólico de Jesús ilustra el daño y las derivaciones de las conductas originadas en impulsos y tendencias indebidas. Actualmente, muchos hermanos y hermanas nuestros dejan de creer en la Buena Noticia de Jesús y desertan de nuestras comunidades a causa de este tipo de escándalos que echan por tierra tanto la credibilidad de la Iglesia como la buena fama de sus pastores y evangelizadores.

Frente al drama que sufren los menores, víctimas de abusos por parte de clérigos y religiosos, el Santo Padre convocó a los presidentes de las conferencias episcopales para un encuentro en Roma, en febrero de 2019. Dicha reunión tuvo como objetivo, en primer lugar, suscitar el sentido de responsabilidad de los obispos en cada episcopado y en toda la comunidad eclesial. En segundo lugar, orientarlos para que sepan cómo proceder: implementando tareas a distintos niveles, priorizando la atención a las víctimas, la búsqueda de justicia y el comportamiento que se espera de los discípulos de Jesús.

El vademécum y protocolo de la Congregación para los casos de abuso sexual a menores y adultos vulnerables se encuadra dentro de esta perspectiva, y reconoce además que existen otros distintos tipos de abuso a los cuales es urgente que le prestemos la debida atención e imprescindible que actuemos en orden a su prevención, ya desde la formación inicial de nuestros misioneros en nuestras comunidades formativas.

Un parámetro para medir la calidad de nuestras relaciones fraternas es el cuidado que nos prodigamos (o no) unos a otros en nuestras comunidades. Y a veces llama negativamente la atención el modo en que nos tratamos en nuestras casas o la indiferencia con que vivimos entre nosotros. Y a veces vemos a que algunos de nuestros hermanos de Congregación lo pasan mal o erran en el rumbo de sus vidas o nos cuentan acerca de conductas suyas inapropiadas y no atinamos a nada. En ocasiones sólo nos movemos en el ámbito de la crítica, el desprecio o el silencio cómplice…

¿Qué es lo que nos pasa que en muchas ocasiones sí podemos acompañar a otras personas, fuera de la comunidad y en los espacios pastorales, pero nos volvemos incapaces de comprometernos con el hermano con quien compartimos techo y comida e ideales en la vida?

2. MISIONEROS CON ESPÍRITU EN LA CONGREGACIÓN

Es propio del Espíritu Santo el discernimiento que guía y acompaña a la comunidad apostólica hacia el conocimiento más pleno de la verdad de Jesucristo. El Espíritu ilumina y explica las enseñanzas de Jesús para que sepamos cómo crecer en nuestro seguimiento. En nuestra comunidad misionera, este discernimiento es propio de los Capítulos Generales que son la máxima autoridad de la Congregación. En ellos, el discernimiento se expresa como obediencia al Espíritu y fidelidad al carisma[67].

El Capítulo General de 1967, al discernir el carisma congregacional heredado de nuestro Fundador en el inmediato posconcilio, indica que “el carisma, el espíritu y la misión de la Congregación dentro de la Iglesia, es el servicio misionero de la Palabra que consiste en la comunicación del ‘misterio íntegro de Cristo’”[68]; y señala como primera característica de este servicio “la imitación de la vida evangélica de Cristo como expresión de nuestra donación para vivir con Él y asociarnos a su obra salvadora anunciando a los hombres su salvación”[69].

Para nosotros, “seguir a Jesús y colaborar con Él en la obra que el Padre le encomendó” no es posible sin la unción del Espíritu que nos habilita para contemplar a Cristo e imitarlo hasta configurarnos con él[70]. La Fragua del Corazón de María nos configura con Jesús y ora con nosotros para que venga el Espíritu y llegue la victoria definitiva contra el Mal que intenta destrozar la creación de Dios”[71].

Los votos que profesamos en la comunidad claretiana y las virtudes propias de nuestro carisma en la Iglesia nos ayudan en este cometido y son expresión de nuestra configuración con Cristo:

  • La caridad apostólica para que Dios sea conocido, amado y servido por todos (CC 40).
  • La humildad para servir con los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo (CC 41).
  • La mansedumbre para ganar a los más posibles para Cristo con nuestro ministerio apostólico (CC 42).
  • El cuidado de los sentidos, frugalidad y templanza, para ser hombres apostólicos (CC 43).
  • El anonadamiento por Cristo para ganar la vida solidarizándonos con los que sufren (CC 44).
  • La aceptación de la enfermedad y de las consecuencias de la pobreza como testimonio de la propia vida (CC 45).

En 2015, el XXV Capítulo General añadió a estas virtudes apostólicas que hemos reseñado otras nuevas virtudes, igualmente propias de nuestro carisma y en consonancia con el modo de concebir la misión congregacional -como Missio Dei, misión compartida, misión profética, misión en diálogo- en la Iglesia de nuestros días.

“Para ser creíbles, para ser capaces de comunicar el Evangelio, para llegar a ser místicos en la misión” hemos de cultivar entre nosotros “la audacia, la creatividad, la cordialidad, la alegría, la cercanía y la capacidad de gloriarnos en la cruz de Cristo”[72] junto con las virtudes carismáticas propias que detallan nuestras Constituciones.

Notas:

[1] Misioneros Claretianos, Nuestro Proyecto de Vida Misionera. Comentario a las Constituciones II. Constitución Fundamental y la Vida Misionera de la Congregación. Roma, 1991. Pág. 89.

[2] Misioneros Claretianos, Declaración del XI Capítulo General “Servidores de la Palabra”, Roma 1991, n. 14.

[3] Cf. Misioneros Claretianos, Declaración del XXI Capítulo General “Servidores de la Palabra”. Nuestro servicio misionero de la Palabra en la “Nueva Evangelización”. Roma, 1991. N. 13-14.

[4] CC 46.

[5] Dt 21, 33; Gál 3, 13.

[6] Cf. Datos de la lista mundial de la persecución aportada por la organización cristiana “Puertas Abiertas” disponible en https://www. puertasabiertas.org /persecucion-de-cristianos – Acceso: 19/12/19 y la homilía de Francisco durante la celebración de la eucaristía en las Catacumbas de Priscilla, el pasado 2 de nov. de 2019, disponible en https://www.religiondigital. org/vaticano/Papa-cristianos-perseguidos-primeros-siglos-catacumbasprisc ila-francisco_0_2173282666.html – Acceso: 19/12/19.

[7] Mc 1, 1.

[8] Cf. Mc 16, 7.

[9] Cf. 1Co 1, 26-31.

[10] Cf. Mc 1, 16-20; 2, 13-15.

[11] Cf. Mc 3, 14s.

[12] Mc 4, 11; cf. también 7, 17 y 8, 31.

[13] Cf. Mc 6b-13.

[14] Cf. Mc 3, 19; 14, 43-49.

[15] Cf. Mc 14, 50-52.

[16] Cf. Mc 14, 66-72.

[17] Cf. Mc 4, 13; 6, 52; 8, 17. 21; 10, 38.

[18] Mc 15, 40s.

[19] Según Lucas, ellas habían sido curadas o liberadas por Jesús (cf. Lc 8, 1-3).

[20] Cf. Mc 1, 13.

[21] Mc 15, 39.

[22] Cf. Mc 15, 40-41. 47; 16, 1-8. La relevancia de María Magdalena en el grupo apostólico, su amor y entereza en el seguimiento de Jesús y su testimonio de la resurrección hizo que el papa Francisco la haya reconocido recientemente como apóstola de los apóstoles. De este modo hace justicia a siglos de mala fama a causa de la confusión de haberla identificado con la mujer que unge a Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso (cf. Mc 14, 3-9), de quien el texto paralelo de Lucas dice que es una pecadora pública (cf. Lc 7, 36ss) cuando incluye a María Magdalena como una de las discípulas a quienes Jesús había sanado: “De quien (Jesús) había expulsado siete demonios” (Lc 8, 2). Cf. Oficina de prensa de la Santa Sede, “María Magdalena, apóstola de los apóstoles, 10.06.2016”. Disponible en: https://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2016/06/10/apostol.html – Acceso: 22 dic. 19.

[23] Mc 16, 8. Lo que sigue, Mc 16, 9-20, como es bien sabido, es un apéndice canónico que armoniza el desconcertante final de Marcos con los otros relatos evangélicos.

[24] Cf. Mc 16, 7.

[25] Cf. Misioneros Claretianos, Declaración del XXV Capítulo General “Testigos Mensajeros de la alegría del Evangelio”. Roma, 2015. MS 8, 10, 13, 16, 18, 20, 22, 24, 27, 30.

[26] Cf. Mc 1, 10s.

[27] Cf. Mc 1, 12s.

[28] Cf. Mc 1, 24-27.

[29] Cf. 1, 32-34. 37.

[30] Cf. Mc 3, 32. 34b-35.

[31] Cf. Mc 5, 37-42 (la resurrección de la hija de Jairo); 9, 2-13 (la transfiguración de Jesús); 14, 32-42 (la oración de Jesús en Getsemaní) donde los únicos testigos privilegiados de los acontecimientos son Pedro, Santiago y Juan.

[32] Mc 4, 41.

[33] Mc 8, 29.

[34] Mc 15, 39.

[35] Cf. Mc 4, 35ss.

[36] Cf. Mc 5, 1-20.

[37] Cf. Mc 5, 24-34.

[38] Cf. Mc 5, 21-23. 35-43.

[39] Cf. Mc 9, 2-13.

[40] Cf. Mc 8, 27-29.

[41] Mc. 3, 22. 30.

[42] Mc 10, 27s.

[43] Cf. MS 36.

[44] Mc 13, 27.

[45] Cf. Antonio Ma. Claret, Autobiografía, n. 686.

[46] Sal 125, 3.

[47] Cf. Mc 8, 31; 9, 30; 10, 33-34.

[48] Cf. Mc 8, 32; 9, 33; 10, 35-37.

[49] Cf. Mc 6, 13; 9, 18. 28.

[50] Cf. Mc 8, 22-26; 10, 46-52.

[51] En el choque que se da entre Pedro y Jesús, tanto uno como el otro usan el mismo término con el cual Jesús expulsa a los demonios (Mc 1, 25); el mismo con el que ordena al mar y el viento que se calmen en el pasaje de la tempestad del lago (4, 39), ἐπιτιμάω (“advertir” o “reprender severamente”).

[52] Mc 8, 33.

[53] Mc 1, 17; 2, 14.

[54] Cf. Mt 10, 24; Lc 6, 40.

[55] Mt 23, 8.

[56] Cf. Mc 8, 33b; 9, 34b.

[57] Cf. Mc 9, 35-37.

[58] Cf. Mc 9, 38. Viene bien traer a colación aquí la ofrenda de la propia vida de nuestros hermanos mártires de Barbastro en el testimonio del Beato Faustino Pérez CMF: Congregación querida te llevamos en nuestros recuerdos hasta estas regiones de dolor y muerte. Morimos todos contentos sin que nadie sienta desmayos ni pesares; morimos todos rogando a Dios que la sangre que caiga de nuestras heridas no sea sangre vengadora, sino sangre que entrando roja y viva por tus venas, estimule su desarrollo y expansión por todo el mundo. ¡Adiós, querida Congregación! Tus hijos, mártires de Barbastro, te saludan desde la prisión y te ofrecen sus dolorosas angustias en holocausto expiatorio por nuestras deficiencias y en testimonio de nuestro amor fiel, generoso y perpetuo”.

[59] Cf. Mc 9, 33-34.

[60] Cf. Mc 9, 35-42.

[61] Mc 10, 45. El Evangelio de Juan, por su parte, complementa y enriquece esta perspectiva con la escena del lavatorio de los pies en la que Jesús se presenta como el “Maestro y Señor” que se pone al servicio de los demás. Siguiendo su ejemplo, los discípulos encontrarán en el servicio fraterno la clave de la felicidad (cf. Jn 13, 13-17).

[62] Cf. Mc 9, 37; Mt 25, 31-46.

[63] Mc 9, 38.

[64] Mc 9, 40.

[65] Mc 9, 41.

[66] Cf. Mc 9, 42-48.

[67] Cf. CC 153; Dir. 16.

[68] DC 19-20.

[69] DC 24 § 1.

[70] Cf. CC 39.

[71] MS 73.

[72] Cf. MS 39-40.