5. Comunidad litúrgica y celebrativa

“Y por encima de todo, revestíos del amor… Que la paz de Cristo reine en vuestros corazones: a ella os ha llamado Dios para formar un solo cuerpo. Y sed agradecidos. Que la Palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza: enseñaos y exhortaos unos a otros y cantad a Dios con un corazón agradecido salmos, himnos y cánticos inspirados” – Colosenses 3, 14-16.

La vida fraterna se significa sobre todo y se realiza plenamente en la Eucaristía, que es signo de unidad y vínculo de caridad. Nuestra fraternidad se alimenta también con la oración común, principalmente litúrgica; se fomenta con un estilo de vida familiar en el que convivimos todos con Espíritu sincero y abierto; y se expresa además en la participación en el gobierno y en la ordenación de la Comunidad. Fortalecidos por todos estos medios, intentamos conseguir en la Comunidad misionera la plenitud personal a la que hemos sido llamados” – Constituciones, 12.

Introducción

Todos, alguna vez, lo hemos soñado, anhelado y hasta lo hemos dicho: «Sí, Otra Comunidad es posible» Y hasta algún hermano entre nosotros se ha atrevido a apalabrar estos anhelos profundos.[1] No solamente es posible, no es solo un sueño factible. Es mucho más. Es una realidad que ya existe. Esa Comunidad que reúne los anhelos más profundos de verdadera relación humana y fraterna existe. Ese lugar en que es posible alcanzar “la plenitud personal a la que hemos sido llamados”[2] es real. Y no está lejos de ti. Tu comunidad, esa en la que vives y que te resulta tantas veces más una cruz que una delicia[3], donde parece que no es posible experimentar el gozo y la maravilla de estar juntos como si fuese “rocío del Hermón[4] o “aceite que baja por la barba de Aarón[5], en realidad es “otra”.

Eucaristia det 2 Coclesito Costa Abajo PanamaY lo es no porque tú te lo imagines o lo sueñes. Lo es ya porque Alguien la ha soñado, la ha hecho realidad y te la puesto a tiro, detrás de la chimenea de tu casa. Ante todo, como regalo inmerecido que hay que desenvolver, contemplar y admirar. Y después, como tarea que hay que realizar y encarnar coralmente: codo con codo, adorando, alabando, celebrando y caminando juntos.

Cuando decimos “comunidad” tendemos a pensar en documentos que hablan de fraternidad en términos sublimes o con fórmulas morales y repetitivas, que nos deprimen más que animarnos. Nuestra forma de vida comunitaria es mucho más que una institución. Es la realización del modo nuevo de relación interpersonal para el que Dios creó al hombre y que está amenazado desde el comienzo de la historia por el repliegue sobre nosotros mismos, el individualismo y la lucha por el poder. Jesús mismo lo hace realidad en su existencia terrena (donde el servicio y la entrega de la propia vida por el otro es el eje en torno al cual todo gira), y lo culmina en su muerte en Cruz “para reunir a los hijos dispersos[6]. Ese don explosiona como fuerza creadora (Ruah) que restaura la división del Babel prometeico en la epíclesis pentecostal del Espíritu[7]. Desde entonces, la comunidad de los seguidores-creyentes en Jesús unidos “en la fracción del pan y en las oraciones[8] hacen memoria y anuncian “hasta que él venga[9] este proyecto salvífico de Dios realizado en su Hijo Jesús. Nuestra vida de comunidad es el don profético de vivir como familia de Dios concebida como un modelo de relaciones entre personas en la que se hace visible el sueño de Dios sobre la humanidad. Y eso no es posible si la comunidad no vive permanentemente anclada en el don del cual brota y al que tiende (“fuente y cumbre de la vida de la Iglesia[10]) y que se mantiene y actualiza en la celebración litúrgica.

DECIR LO MISMO CON OTRAS PALABRAS…

“Rabbi Eisik ben Jekel, un piadoso rabino de Cracovia, después de muchos años de dura miseria, que no habían hecho mella alguna en su confianza en Dios, tuvo un sueño en que se le ordenaba ir a Praga, pues allí, debajo del gran puente que conduce hacia el castillo real, iba a descubrir un tesoro que se encontraba oculto. Como dicho sueño se repitió tres veces seguidas, Eisik ben Jekel de Cracovia, decidió hacer caso y ponerse en camino hacia Praga. Después de casi dos semanas de camino a pie, logró alcanzar su objetivo. Una vez allí, encuentra el puente de su sueño, pero comprueba que estaba siempre vigilado, tanto de día como de noche, por centinelas y no se podía cavar en el sitio indicado por el sueño sin levantar sospechas. A pesar de todo, durante varios días, Eisik ben Jekel de Cracovia, se acercaba todas las mañanas al lugar y daba vueltas por allí hasta la puesta del sol. Lógicamente, los guardias habían advertido su presencia y se lo comunicaron al Capitán de la guarnición. Este, se le acercó amablemente y le preguntó si había perdido algo o estaba esperando a alguien.

Después de varias respuestas evasivas, Eisik ben Jekel de Cracovia, sintiéndose descubierto, se sintió obligado a contarle al capitán, con gran simplicidad, el sueño que había tenido. La respuesta del oficial al oír la historia fue una gran carcajada que culminó con estas palabras: “Pero de verdad, pobre hombre, ¿has gastado tus zapatos para andar todo este largo camino simplemente a causa de un sueño?” Y añadió: “Vamos a ver: ¿qué persona razonable creería en un sueño?” El oficial, roto el hielo de la desconfianza, le confesó al rabino que él también había tenido un sueño. En él se le decía que tenía que viajar hasta Cracovia en busca de un gran tesoro que estaba escondido detrás de la chimenea de la casa de un rabino llamado Eisik, ben Jekel. «¿Te das cuenta?—le dijo el capitán—¿Te imaginas ir hasta Cracovia y preguntar en una ciudad donde la mitad de los judíos se llaman Eisik y la otra mitad Jekel?» Y rompió a reir con todas sus fuerzas.

Eisik ben Jekel, lo saludó amablemente y volvió a toda prisa a Cracovia, entró en su casa y desenterró el tesoro escondido detrás de su chimenea y con él construyó la Sinagoga que hasta el día de hoy se llama “Escuela de Reb Eisik ben Reb Jekel”. «Recuerda esta historia—decía Rabbí Bunan—y aprende el mensaje que te toca: hay algo que no podrás encontrar en ninguna parte del mundo, pero que existe en un lugar, donde lo podrás encontrar[11].

Martin Buber, que ha recogido esta leyenda jasídica, la continúa diciendo: “Existe una cosa que se puede encontrar en un único lugar del mundo. Es un gran tesoro, que se puede llamar la plenitud de la existencia. Y el lugar en que se encuentra dicho tesoro es precisamente el lugar en que uno se encuentra[12].

1. Lo que el Oriente cristiano nos recuerda de la vida litúrgica

Como misionero claretiano he redescubierto muchos aspectos del tesoro de mi vocación comunitaria, que estaban—por así decir—ocultos tras la chimenea del hogar de mi comunidad y que yo mismo desconocía. Como en la leyenda jasídica, he tenido que venir lejos de mi lugar de nacimiento, perder de algún modo la patria, para descubrir lo que tenía en realidad muy cerca, delante de los ojos, en mi propia casa.

Cuando se habla del Oriente cristiano, con frecuencia se le objeta, e incluso se le acusa, de limitar su interés práctico e intelectual a todo lo relacionado con el culto y la liturgia, como si no existiese nada más en el cristianismo. La reflexión y la práctica pastoral de los cristianos orientales (particularmente los ortodoxos) parece no estar interesada en cuestiones que, para nosotros, los latinos, son vitales, como la evangelización, el diálogo con la cultura contemporánea, la acción social y la lucha por la justicia, la paz o la salvaguardia de la creación. Es obvio que esta acusación es una caricatura que no resiste una leve confrontación con la realidad. Sin embargo, como suele pasar con toda caricatura, pone de relieve de un modo hiperbólico algo real y evidente. Incluso admitiendo como cierta la afirmación de que la liturgia o la espiritualidad ocupen el máximo interés del pensamiento del Oriente cristiano, nos encontraremos con algo muy valioso, inesperado y que afecta profundamente a otras dimensiones del pensamiento teológico y la praxis cristiana.

Las mejores reflexiones acerca del culto y la liturgia presentan, no tanto una elucubración sobre prácticas exotéricas o rúbricas vacías, cuanto una visión fresca y originalísima acerca del ser humano, de las relaciones del hombre con la tierra, el cosmos o los demás seres humanos. Pienso, por ejemplo, en la obra del profundo pensador ruso Pavel Florenski, y más especialmente en su obra La filosofia del culto[13]. Según Florenski para entender la realidad del ser humano o del cosmos que le rodea es preciso ir más allá del positivismo naturalista (ese que dice que “no hay más cera que la que arde”) que es incapaz de romper la corteza visible de lo que existe y acceder a las cosas en su verdad más radical y real. “Las raíces de lo visible están en lo invisible y los límites de lo inteligible en lo no-inteligible. El culto es el punto fijo del universo, fundamento y causa de todo lo que existe”. En una de las páginas de dicho libro encontramos la siguiente afirmación: “Existe una fuente eterna que es al mismo tiempo agente de este movimiento antinómico: el motor permanente del “sí” y del “no” de nuestra vida. Es un cráter en el cual la lava no llega a recubrirse nunca de una corteza de piedra. Es una ventana abierta a nuestra verdadera realidad desde la cual se ven otros mundos. Es una brecha en la existencia terrena a través de la cual se vierten sobre ella provenientes de otro mundo flujos que la nutren y la refuerzan. En pocas palabras, eso es el culto”[14].

Pensando cómo el culto y la celebración litúrgica pueden oxigenar y ensanchar el horizonte de las relaciones comunitarias, me parece muy sugerente el comentario que el mismo autor hace del himno que se canta al comienzo de la Liturgia eucarística y que comienza con las palabras “nosotros que representamos a los querubines” (Yezhi Jerubimy en eslavón antiguo)[15]. La liturgia nos presenta una realidad que para nosotros es opaca fuera del ámbito del culto, pero que éste vuelve transparente y accesible[16]: “En cada uno de nosotros hay algo similar a un Querubín, algo semejante al Ángel divino de los muchos ojos, como la conciencia. Pero esta semejanza no es exterior, ni aparente. No es patente, no es corporal; no es como la semejanza del hombre con su retrato. La semejanza con el Querubín es interior, misteriosa y escondida en lo profundo del alma. Es una semejanza espiritual. Hay un gran corazón querúbico en nuestra alma, un núcleo angélico del alma, pero está escondido en el misterio y es invisible a los ojos de la carne”[17].

Se nos invita a contemplar algo real, pero invisible a la mirada superficial y analítica. Se nos invita a descubrir nuestra propia realidad y la realidad de los que están a nuestro lado. Una metánoia profunda, un cambio total de visión. La liturgia me posibilita ensanchar y profundizar mi campo de visión. No soy un ciego incapaz de ver nada, ni un cíclope con un solo ojo que capta solo la epidermis de las cosas y las personas. En realidad, estoy lleno de ojos. Soy todo ojos[18] y puedo ver lo poliédrica que es la realidad que existe en mí y en mis hermanos, en nuestras relaciones y en las relaciones con el mundo y el cosmos. Nuestras tareas por un mundo más justo y humano, donde todos sean tratados según esta dignidad de hijos de Dios no son solo expresión de nuestros buenos deseos, sino verdadero culto al Dios cuya gloria es la vida del hombre (Ireneo de Lyon), parte de ese “culto después del culto”[19]. El culto litúrgico vivido en comunidad me hace descubrir el tesoro que se esconde en mi propio corazón querúbico y en el de los que viven conmigo.

Hay que mirar bien, dejarse llenar de la luz que viene de dentro. En esa luz divina podemos ver con claridad la luz (“Tu luz, Señor, nos hace ver la luz”[20]) y darnos cuenta de la verdadera identidad de todo lo que existe. Ese hermano, cuya forma de pensar o de actuar te saca de tus casillas. El mal carácter de otra persona que no puedes soportar, o la crítica tan certera, pero tan ácida, que te hizo alguien la semana pasada y que no logras quitarte de la cabeza. Todo eso, se puede ver con otros ojos y se puede afrontar y sobrellevar desde esa vivencia profunda del cráter de la liturgia, que muestra la realidad viva y ardiente más allá de la costra dura, rocosa y cortante.

No es poesía fácil ni espiritualidad desencarnada. Al contrario, se trata de recursos profundos de gran energía para restañar relaciones, rehacer personas y abrir posibilidades, veneros de gracia fresca que están a nuestro alcance y se nos regalan (¡¡¡sí, hermanos, es de regalo!!!) para rehabilitar y poner en pie lo que parecía muerto. Están ahí, encerrados en viejas fórmulas añosas y aprendidas de memoria. En la liturgia de la Iglesia se esconden tesoros incalculables.

Cuando estoy harto de ser siempre yo el que recoge y ordena la casa, o de perdonar impertinencias, o de poner paz cuando comienzan las críticas «constructivas», cuando vienen ganas de decir «¡basta!» y mandarlo todo a paseo, emerge del corazón contemplativo lo que he pedido tantas veces al Señor en la Liturgia “Que Él nos transforme en ofrenda permanente[21].

Hace poco el papa Francisco recordaba estas cosas en su discurso a la Plenaria de la Congregación para el Culto Divino: “El punto de partida es reconocer la realidad de la liturgia sagrada, un tesoro viviente que no puede reducirse a gustos, recetas y corrientes, sino que debe ser recibido con docilidad y promovido con amor, como un alimento insustituible para el crecimiento orgánico del Pueblo de Dios. La liturgia no es “el campo del hágalo usted mismo”, sino la epifanía de la comunión eclesial. Por lo tanto, en las oraciones y en los gestos resuena el “nosotros” y no el “yo”; la comunidad real, no el sujeto ideal. Cuando se añoran con nostalgia tendencias del pasado o se quieren imponer otras nuevas, existe el riesgo de anteponer la parte al todo, el “yo” al Pueblo de Dios, lo abstracto a lo concreto, la ideología a la comunión y, en el fondo, lo mundano a lo espiritual”[22].

Celebrar la liturgia en comunidad es, pues, abrirnos desde la comunidad real a la epifanía de la comunión eclesial, el nosotros profundo, siempre amenazado por egoísmos, ideologías y mundanidad. Hay que abrir esas ventanas que dan acceso a otros aires frescos y cargados de vida. Hay mucha vida, mucha capacidad de perdón y mucha posibilidad de transformación en la liturgia de la Iglesia. Y no porque nos guste a nosotros, sino porque es—por encima de todo—anamnesis, memoria de un Viviente, cuya fuerza y capacidad sigue siendo omnipotente. Él es quien nos ha convocado a estar en esta comunidad y nos ha regalado los unos a los otros. Cuando la comunidad se reúne para revivir y memorar su presencia y su acción, para bendecir y adorar sus designios, se desboca el cráter de lo que realmente somos en lo más profundo cada uno y como grupo y descubrimos, tras la corteza dura de lo visible, el magma de la gracia, del perdón y el entusiasmo que dan sentido a todo lo que somos y hacemos.

2. ADORAR, BENDECIR, PROCLAMAR

Basta abrir el Misal y hacer un recuento de la frecuencia con que aparecen estos verbos, íntimamente ligados a la acción litúrgica de la Iglesia para darnos cuenta de su importancia. Todos ellos forman parte del fundamento de la liturgia: la acción de gracias. No se trata solo de expresiones vacías. En ellas se vertebra la fe de la comunidad y su forma de encontrarse con el Dios de la vida (lex orandi, lex credendi). A fuerza de repetir estas palabras y dejarlas entrar en el corazón se convierten en un modus credendi et vivendi, en un estilo peculiar de pensamiento, vida y actuación. Adorar, bendecir y proclamar la gloria de Dios equivale a decir algo así como: cuando alabamos, bendecimos y proclamamos la obra de Dios llegamos a ser lo que realmente somos.

2.1. ADORAR

En las paredes de un edifico del Palatino en Roma (Domus Gelotiana) se descubrió en 1857 un grafiti escrito en griego (era la lengua más usada en la calle a finales del siglo I). En el dibujo se ve a un jovencito, casi un niño, que está frente a un hombre crucificado con cabeza de asno. Al lado está escrito “Alexamenos sebete Theon (Alexámenos adora a su Dios)”. La casa era una especie de internado de pajes para la corte imperial. Alexámenos era cristiano y sus compañeros, que lo sabían, lo ridiculizaban de ese modo.

Lo que nos interesa aquí es la acción del joven paje: sebete, significa honrar, adorar. ¿Cómo adora ese joven cristiano a su Dios? El dibujo muestra a una persona que se lleva la mano a la boca y luego la dirige hacia quien está crucificado. Es decir, “adorar: ad-ora-re” significa echar la boca (os-oris) hacia adelante, o por decirlo de otro modo, besar, lanzar besos a quien respetas y honras.

Me detengo en este gesto, porque cuando hablamos de adoración solemos pensar instintivamente en las rodillas o en la espalda curvada como gestos para expresar el respeto profundo. Jamás hubiésemos pensado que tiene que ver con la boca y con los besos.

La Adoración es, pues, el movimiento espontáneo que provoca la sorpresa, el asombro y la seducción de sentirse amado, elegido y rodeado de la ternura y la compasión de Dios que me invita a ser su amigo. Encontrarse con Él y adorarlo (cubrirlo de besos) es todo uno. Una comunidad que vive su elección y su experiencia de encuentro con Dios, que se estremece ante sus palabras, su misterio y su sueño de relaciones entre los seres humanos como regalo inmerecido y grandioso, adora lo que le supera (“es sublime y no lo abarco) y vive siempre sobrecogida, con el “¡OH!” en el corazón y los labios.

En una sala contigua a la del grafiti que hemos comentado, otra mano ha escrito en la pared, y en latín: “Alexamenos fidelis” Alexámenos es fiel. Probablemente es la respuesta del mismo joven o de alguien que le conoce bien. La Adoración lleva a reforzar la fidelidad, no porque nos haga más voluntaristas, sino porque nos invita a contemplar la obra escondida de Dios en los acontecimientos de la propia historia y en los de los que nos rodean. Adorar al Dios que es fiel y mantiene su amor y su alianza perpetuamente, nos lleva a seguir esperando que de nuestra comunidad puede salir mucho de bueno, nos ayuda a poner atención en los cientos de detalles (¿o eran miles?) de la fidelidad de Dios en la vida ordinaria y también de los innumerables gestos de atención, ternura, discreción, cariño, delicadeza y fidelidad de los hermanos.

Normalmente nuestra forma tradicional de adoración es la Adoración eucarística y solemos restringir el término a ese momento de piedad litúrgica. Pero se trata de mucho más. Es una manera alternativa de ver y afrontar la vida, de pensar las relaciones y de servir a las personas en nuestra misión apostólica. Lo hacemos todo desde Dios, con Dios y en Dios (Por Cristo, con Él y en Él)[23]. Porque todo arranca en Él, se mueve en Él y se culmina en Él.

La Adoración—como recordó Papa Francisco a los participantes del Capítulo General de 2015—es contracultural en este mundo de la eficiencia en que todo se negocia, todo cambia y todo se puede imitar con sucedáneos. Adorar es para Francisco Estar, sin más, delante de Dios, lo único que no tiene precio, que no se negocia, que no se cambia…Y todo lo que está fuera de Él es imitación de cartón, es ídolo”. Se me ocurren algunas cosas concretas en que la Adoración puede afectar profundamente a las relaciones comunitarias ensanchándolas y ahondándolas, haciéndolas más humanamente divinas:

  • Estar, sin más. Todos tenemos experiencia de que lo más difícil de la Adoración es estar ahí. No desertar, aunque no sepas muy bien qué hacer, te aburras, o no “sientas” nada…. La Adoración ayuda a cultivar la estabilidad en un mundo tan inestable y de relaciones tan efímeras e inconsistentes. Fomenta una nueva forma de Stabilitas in Communitate, expresión de la fidelidad al que nos ha llamado a “alcanzar la plenitud personal[24] con estas personas concretas y no otras.
  • Perder el tiempo. Cuando adoramos al Señor, tenemos la sensación de no hacer nada, de dedicarnos a algo que no vale la pena, inútil. La Adoración nos ayuda a entender esta dimensión de nuestra vida de comunidad. Estar juntos muchas veces exige perder el tiempo, dedicarnos a cosas aparentemente inútiles, que nadie valora, ni tasa, ni nos pagan. Las verdaderas relaciones humanas están tejidas de rituales que se repiten porque nos hacen bien y nos humanizan (estar juntos, rezar juntos, comer juntos, celebrar juntos…). Para ser efectivos, estos rituales que sanan, exigen mucha pérdida de tiempo: preparación, detalles, dejar aparcado el reloj y las agendas… Tener tiempo para los otros es decirles que son lo más valioso que tenemos. Adorar al Dios que tiene siempre tiempo para el hombre, nos libera de la esclavitud del reloj, los horarios estresantes y el ritualismo vacío sin vida y nos ayuda a dar valor a lo verdaderamente necesario e importante.
  • Una pasividad muy activa. La Adoración es una actividad pasiva. Se subraya no lo que nosotros hacemos por Dios o lo que le decimos, sino lo que Él hace y dice, cómo Él actúa en nuestra historia. La Adoración hace brotar en nosotros un estilo de vida más centrado en el paso de Dios por nuestra vida personal y comunitaria. Más atento a las pasividades divinas, que a nuestras “actividades” en nombre de Dios. Vivir la Adoración como forma de espiritualidad nos ayudará a dejar a Dios ser Dios, cediéndole cada vez más espacio y tiempo en nuestros programas de acción. Solo desde la adoración entendemos las hermosas palabras de Claret “Aquel se dirá que en este mundo ama a Dios si se complace en que Dios sea Dios y que sea amado y servido de todo el mundo y tiene pena de que sea ofendido y agraviado. Y procura hacerlo conocer, amar y servir de todos, e impedir todos los pecados que le es posible”[25]. Los que adoran a Dios de este modo se llenan de su luz y su belleza transformadora y testimonian a Dios sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz[26].

2.2. BENDECIR

La Revelación judeocristiana se podría resumir en este verbo con sus formas derivadas. Entre el Antiguo y el Nuevo Testamento aparece nada menos que 617 veces en la Biblia. Desde el inicio, Dios bendice todo lo que ha creado[27]. Bendecir equivale a llenar de vida, dar capacidad de engendrar vida y ser fecundos, gozar de la vida. Encontramos en la Sagrada Escritura al menos 3 formas de bendición:

  • La bendición que nos deseamos los unos a los otros. Bendecir a alguien es desearle vida, felicidad, alegría y plenitud. Alegrarse de que la otra persona está viva y es feliz. No son sólo palabras vacías, de protocolo o cortesía. Bendecir me implica en lo que pronuncio. Me comprometo a hacer todo lo que esté en mi mano para que así sea. Uno que bendice a su hermano piensa y habla bien de él y le habla con respeto, cariño y simpatía. Se alegra sinceramente de sus éxitos y se apena con sus fracasos. Bendecir equivale a humanizar y llenar de vida nuestras relaciones en palabras, gestos y detalles, sin poner como condición previa la perfección en las relaciones, sino «acoger las limitaciones de todos llevándolas en el corazón y en la oración como una herida infligida por el mandamiento del amor»[28] Ese mandamiento nos pide Bendecid a los que os maldicen”[29]; Bendecid y no maldigáis”[30]. Maldecir es excluir de la vida, desear la muerte, decirle al otro con las palabras o con el deseo: “La tierra sería más hermosa sin ti. Sería mejor que no existieses” Por eso un cristiano—como hijo del Padre del cielo—jamás puede ser agente de maldición y de muerte.
  • La bendición dirigida a Dios. Lógicamente no se trata de desearle algo bueno a Dios que no posea. Cuando Israel bendice a Dios, reconoce que todo le viene de Dios. Esta bendición va ligada especialmente a los frutos de la tierra en los cuales se hace visible la bendición de Dios. Nuestra liturgia eucarística ha tomado prestadas estas fórmulas de los rituales de bendición hebreos: Bendito seas, Señor, Dios del Universo por este pan…. Por este vino. En esta bendición tomamos conciencia de ser deudores, de recibir todo de Dios. No nos podemos apropiar de nada, porque no es nuestro. La Bendición pone las cosas en su sitio. Por eso todo adjetivo posesivo (sobre todo mío) es una blasfemia, como nos recuerda Pablo ¿qué tienes que no hayas recibido? [de Dios, claro]”[31]. Una comunidad que bendice al Dios que le llena de bendiciones es una comunidad en la que todos se sienten deudores y no acreedores con derecho a exigir a los demás. Es una comunidad en la que se da gracias por todo y se vive la gracia y el cuidado de lo que es de Dios y por eso es de todos. La bendición se expresa en el compartirlo todo como gracia, con sentido del humor y con entrañable misericordia, aprendiendo a declinar o conjugar las muchas imperfecciones y limitaciones del camino. Bendecimos a Dios por el tiempo que nos regala y por todos los momentos (Liturgia de las Horas) que son siempre tiempo de gracia y bendición. Los Salmos nos ayudan a apalabrar los diversos avatares de la vida: alegría desbordante o depresión galopante, soledad poblada de aullidos o alegría a la cabeza del grupo entre cantos de alabanza en el bullicio de la fiesta”. La bendición y la alabanza a Dios nos hace conscientes del momento de salvación personal y comunitaria que vivimos, del paso de Dios por nuestras vidas como hontanar de vida y gracia para todas nuestras horas, cada una con su sabor particular.
  • Cascalheira MT Br Renacer de las aguasLa bendición de Dios sobre nosotros. Comenzamos cada año nuevo con una hermosísima bendición del libro de los Números[32] que la Liturgia nos regala. Los sacerdotes en el templo después del sacrificio bendecían con ella al pueblo. Está cargada de imágenes de cercanía y fuerza de Dios que nos cuida, nos protege, nos muestra su favor y como culmen nos regala su paz (Shalom), la plenitud a la que estamos llamados. Dios nos asegura su presencia vivificante y plenificante y la comunidad se siente bendecida, humanizada, rehabilitada y curada de sus heridas. La paz de Dios, el máximo bien de la bendición es el gran don para su pueblo (“el Señor hará derivar hacia Jerusalén como un río, la paz”; “el Señor bendice a su pueblo con la paz) que rehace las relaciones humanas con el perdón. El perdón es, con la acción de gracias, uno de los pilares básicos que construyen y sostienen la comunidad. El verdadero perdón supera tanto un utopismo comunitario fanático en el que no hay lugar para la debilidad ni tiempo para los patosos, como un pesimismo desencantado que afirma ¡aquí no hay quien viva! El don divino de la paz nos regala el perdón sin condiciones de Dios y en él aprendemos a perdonarnos mutuamente. En nuestras relaciones comunitarias deberíamos dar más lugar a la celebración comunitaria del perdón para hacernos conscientes del río de gracia y misericordia que Dios hace derivar hacia nosotros como cauce de su bendición. Solo así podremos bendecirnos de verdad unos a otros con el perdón mutuo ofrecido sin condiciones.

2.3. PROCLAMAR

La liturgia con sus gestos, palabras, cantos y silencios proclama la obra de Dios. Dentro de la Liturgia Eucarística, la gran proclamación es la de la Liturgia de la Palabra y particularmente el Evangelio, pero toda ella proclama la gloria de Dios. La Comunidad Misionera con su estilo de vida, sus palabras y acciones está llamada a proclamar las grandezas del que nos llamó a salir de las tinieblas para entrar en su luz maravillosa”[33]. Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos al hermano[34]. Desde hace tiempo buscamos caminos para ser signos elocuentes del amor de Dios en nuestro mundo. Estamos tratando de captar los caminos y actitudes vitales más a propósito para proclamar el evangelio de modo creíble. En este contexto de fuerte secularismo es urgente repensar la profecía de nuestras palabras y de nuestro modo de vida, sobre todo comunitario, como la gran proclamación del paso de la muerte a la vida.

Quizá hoy, frente a un panorama tan poco sensible a propuestas religiosas y morales de tipo discursivo, sea necesaria una terapia de choque parecida a la de los locos de Dios (yurodivy) del cristianismo oriental que con su modo de vida ingenuo y contracultural ponían patas arriba los valores del dinero, el poder o la vanagloria vividos al margen de Dios. Lo verdaderamente urgente, oportuno y eficaz es enganchar a nuestros contemporáneos a la vida del Espíritu. Cuando hablamos de espiritualidad como propuesta urgente y eficaz para nuestro tiempo, queremos decir conectar con la realidad más profunda de nosotros mismos donde la realidad de Dios está viva. Para ello es necesario reivindicar desde nuestro modo de vida personal y comunitario la superación del espíritu de sospecha y rivalidad mutua como cauce relacional. El verdadero amor por los demás, nos ayuda a recuperar una especie de nueva inocencia o ingenuidad lúcida, que acoge al otro, sea quien sea, sin sospechas. Nuestro mundo occidental nos ha educado en la desconfianza y por ello parece que necesitamos pensar mal y sospechar para controlar a los otros, para no experimentar la angustia que ha generado en nosotros la desconfianza radical.

Nuestras comunidades proféticas y alternativas están llamadas a ser reflejo en su estilo de vida y misión de las relaciones del Dios-amor-relacional en que creen: La vida fraterna quiere reflejar la hondura y la riqueza de este misterio, configurándose como espacio humano habitado por la Trinidad, la cual derrama así en la historia los dones de la comunión que son propios de las tres Personas divinas[35]. Una comunidad icono de ese Dios, espacio abierto en que se percibe otra realidad, donde se pueden rehabilitar tantas personas que sufren de anorexia relacional[36]. Una comunidad que proclama silenciosamente la posibilidad de vivir esa ingenuidad lúcida, al estilo de Francisco de Asís o de Claret, compasivo y manso, capaz de ver siempre más valores que defectos en los otros[37]. Hoy se necesita urgentemente proclamar como posible un modelo de existencia caracterizado por la sencillez, la solidaridad, el perdón, la oración, el trabajo, la benevolencia y la ternura a la que llegamos mediante relaciones que surgen de una verdadera comunicación profunda que incluye sentimientos, emociones, preocupaciones, deseos y hasta ideas y reflexiones.

CONCLUSIÓN

Esa comunidad que adora, bendice y proclama su esperanza en el Dios de la vida existe. Ha existido siempre. Es un testimonio elocuente de la presencia del amor de Dios como epifanía de comunión (Papa Francisco) entre nosotros. Hay que saber verla y hacerla posible y visible. Claret vivió esta experiencia en Cuba y lleno de asombro por la obra del Espíritu de Dios en los hermanos con los que vivía, exclama: Yo alguna vez pensaba cómo podía ser aquello, que reinara tanta paz, tanta alegría, tan buena armonía en tantos sujetos y por tanto tiempo, y no me podía dar otra razón que decir: Digitus Dei est hic”[38]. La comunidad de misioneros que viven con Claret su misión en Cuba suscita admiración por su laboriosidad, paz, armonía, apertura y hospitalidad. El Arzobispo reconoce que Dios bendice los medios que ellos ponen para lograrlo y el resultado es algo digno de asombro, porque se siente la acción misma de Dios: la comunidad se ha convertido en un lugar donde se testimonia y contempla la gloria de Dios, cuyos frutos son la armonía, la paz y la alegría.

PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL Y COMUNITARIA

  1. Después de leer el texto, ¿en qué aspectos te sientes llamado a cambiar o profundizar tu visión de la comunidad desde la dimensión litúrgica?
  2. ¿Estás convencido de que Dios te llama de verdad a alcanzar la plenitud personal en la comunidad misionera? ¿O se trata simplemente de una utopía irrealizable?
  3. ¿Cuánto tiempo, cuidado y esmero dedicamos a preparar nuestras liturgias comunitarias?
  4. ¿Cuidamos nuestra capilla? ¿Qué parte del presupuesto comunitario destinamos a este aspecto?
(1) Dediquemos una mañana o una tarde a la Adoración Eucarística, cuidando el silencio, los cantos y colocando junto al altar una fotografía grande de la comunidad o las fotos de cada uno de los hermanos que la componen.

(2) En reunión comunitaria (puede ser un día de retiro), rezamos la Plegaria al Padre del Directorio Espiritual (68). Alguien lee el texto de Mateo 6, 19-23 y, después de un rato de silencio, otro lee la leyenda de Rabbi Eisik ben Jekel.

  • Dialogamos sobre dónde puede estar el tesoro escondido de nuestras vidas y por qué nuestros ojos no lo descubren. ¿Hemos tenido alguna vez la experiencia de Claret de descubrir que el “dedo de Dios” estaba en algún acontecimiento, lugar o persona de la comunidad?
  • Hablamos bien y bendecimos a Dios por alguna cosa buena que hemos descubierto en alguno de los hermanos de la comunidad.
  • Nos pedimos perdón mutuamente e invocamos el perdón de Dios con la fórmula litúrgica: “Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros…”
  • Terminamos con la oración 71 del Directorio Espiritual.

 

Notas

[1] José Cristo Rey García Paredes CMF, Otra comunidad es posible. Bajo el liderazgo del Espíritu. Publicaciones Claretianas, Madrid, 2018, p. 179.

[2] CC 12.

[3] Carlos González Vallés SJ, La comunità croce e delizia. Le gioie e le difficoltà del vivere insieme. Paoline, Milano, 1995, p. 132.

[4] Amedeo Cencini FDCC, “… Come rugiada dell’Ermon…” La vita fraterna comunione di santi e peccatori. Paoline, Milano, 1998, p. 322.

[5] Sal 133, 2.

[6] Jn 11, 52.

[7] Hch 2, 1-11.

[8] Hch 2, 42.

[9] 1 Cor 11, 26.

[10] SC 10; LG 11.

[11] Martin Buber, Il cammino dell’uomo. Quiqajon, Magnano, 1990, p. 57-58.

[12] Ibidem.

[13] Cf. Pavel Florenski, La filosofia del culto. A cura di Natalino Valentini. San Paolo, Cinisello Balsamo, 2016, p. 586.

[14] Ibidem, 70.

[15] “Nosotros que representamos místicamente a los Querubines, y que cantamos el Himno del Trisagio a la Trinidad Vivificadora, apartemos en este momento todo afán terrenal, con el fin de acoger al Rey del Cielo y de la Tierra” (Divina Liturgia de S. Juan Crisóstomo).

[16] La categoría transparente, que concuerda con esta lectura oriental, es utilizada por un pensador que parecería hallarse en las antípodas de estas concepciones tan “litúrgicas”, como Leonardo Boff. Para él, entre la Transcendencia inaccesible y la Inmanencia cerrada en sí misma, existe el ámbito de la Transparencia, una serie de realidades inmanentes que nos ponen en contacto con lo sublime, que está más allá de esas realidades, pero ya está presente en ellas. Cf. Leonardo Boff, Los sacramentos de la vida. Sal Terrae, Santander, 1978, p. 109.

[17] “Somos como vasos de arcilla llenos de oro centelleante. Por fuera estamos ennegrecidos y manchados, interiormente, por el contrario, resplandecemos con una luz radiante. Vosotros sois así, hermanos. Quitad al hombre la vestidura exterior y veréis su cuerpo, sujeto a las tentaciones, a las enfermedades, a la muerte. Si después quitáis también el cuerpo, entonces veréis el espeso estrato de los pecados, como si fuese herrumbre que corroe nuestra alma. Pero si, ulteriormente, se quitase también del alma esta parte corporal fétida, putrefacta, entonces allí, justamente en el centro del alma, veríais al Ángel Custodio. Con sus muchos ojos él ve cada uno de vuestros mínimos deseos, capta todo pensamiento del hombre. He aquí la santa matriz del alma humana, el verdadero yo del hombre. Éste es un templo santo, misterioso, que brilla con una belleza celeste. En él mora el Espíritu Santo. Noche y día, incesantemente, Él intercede por nosotros con gemidos inexpresables. (…) El hombre es santo en lo íntimo de su alma; ha sido santificado porque Dios lo ha santificado, indiferente a la suciedad exterior. (…) ¿Y el hombre no es acaso el icono de Dios? Del mismo modo que en el icono, más allá de los colores y de la tabla, se esconde la fuerza benéfica de Dios, así también más allá del cuerpo del hombre y más allá de su alma pecadora vive, en el templo interior, en la conciencia, el Espíritu Santo de los muchos ojos. (…) El Reino de los cielos es la parte divina del alma humana. Encontrarla en sí mismo y en los otros, convencerse con los propios ojos de la santidad de la criatura de Dios, de la bondad y del amor de las personas, en esto está la eterna beatitud y la vida eterna”. Pavel Florenski, Radost’ naveki (Alegría para siempre), en Bogolovskie Trudy (Obras teológicas) 23 (1982), p. 317-318.

[18] Desde sus inicios se ha comparado al monacato con la vida angélica. Los ángeles, según la tradición, están llenos de ojos “Ser todo ojos” es la invitación provocadora de un “abba” del desierto, Besarión, que se iba quedando ciego a medida que se hacía viejo, aunque sus ojos—paradójicamente—eran cada vez más grandes. Poco antes de morir, respondiendo a un joven novicio, decía que el monje debe de ser “holos oftalmos” Es decir, todo ojos. Quien se siente semejante a los ángeles, llenos de ojos, es capaz de ver bien y descubrir fuentes insospechadas de novedad, vitalidad y de gracia, allí donde otros sólo ven rutina, decadencia o muerte.

[19] Así se denomina frecuentemente la acción social y caritativa de las iglesias ortodoxas orientales. El culto eucarístico lleva al servicio desinteresado a los necesitados en los cuales está el mismo Cristo.

[20] Sal 35.

[21] Plegaria Eucarística III.

[22] Oficina de Prensa de la Santa Sede, Discurso Del Santo Padre Francisco a Los Participantes En La Asamblea Plenaria de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, 14.02.2019. Disponible en http://www.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2019/ february/documents/papa-francesco_20190214_cong-culto-divino.html – Acceso: 6 ene. 20.

[23] Esa es la raíz última del entusiasmo misionero comunitario. Saber que estemos como estemos, estamos siempre en Dios, porque en Él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17, 28; Prefacio VI dominical).

[24] CC 12.

[25] Mss. Claret, II, 10 en S. Antonio M. Claret, Autobiografía. Ed. Claretiana, Buenos Aires 2008, p. 658.

[26] Sal 18, 4a.

[27] Cf. Gn 1, 22. 28.

[28] CIVCSVA, Escrutad, n.13

[29] Mt 5, 44; Lc 6, 28.

[30] Ro 12, 14

[31] 1 Co 4, 7.

[32] Cf. Nm 6, 22-26.

[33] 1Pe 2, 9.

[34] 1Jn 3, 4.

[35] VC 41.

[36] Katia Roncalli in Consecrazione e Servizio, 1 (2013), p. 40.

[37] Cf. Aut. 33-34.

[38] Nuestra casa era la admiración de cuantos forasteros lo presenciaron. Digo esto porque yo tenía orden dada de que cuantos Sacerdotes forasteros vinieren a la ciudad, todos se hospedasen en mi Palacio, tanto si yo estaba como si me hallase ausente y por el tiempo que quisiesen (…) y todos hallaban cabida en mi Palacio y en mi mesa; y parece que Dios los traía para que vieran aquel espectáculo tan encantador. No podían menos que notar que nuestra casa era como una colmena, en que ya salían unos, ya entraban otros, según las disposiciones que les daba, y todos siempre contentos y alegres. Por manera que los forasteros quedaban asombrados de lo que veían y alababan a Dios. Yo alguna vez pensaba cómo podía ser aquello, que reinara tanta paz, tanta alegría, tan buena armonía en tantos sujetos y por tanto tiempo, y no me podía dar otra razón que decir: Digitus Dei est hic. Esta es una gracia singular que Dios nos dispensa por su infinita bondad y misericordia. Conocía que el Señor bendecía los medios que de nuestra parte poníamos para obtener esta especialísima gracia” (Aut. 607-608).