“Hemos sido enviados a anunciar la vida, muerte y resurrección del Señor, hasta que vuelva, a fin de que todos los hombres se salven por la fe en Él. Compartiendo las esperanzas y los gozos, las tristezas y las angustias de los hombres, principalmente de los pobres, pretendemos ofrecer una estrecha colaboración a todos los que buscan la transformación del mundo según el designio de Dios” – Constituciones, 46.
INTRODUCCIÓN
A nuestras comunidades misioneras se les concede cada tres años una admirable oportunidad: ¡la de renacer! Es cierto que, dadas las características de cada una de nuestras agrupaciones comunitarias, no solemos hacer cambios radicales. Hay siempre unas personas más estables y otras menos estables.
No obstante, la mayor o menor movilidad de quienes formamos la comunidad, lo que sí es cierto, es que el inicio de un nuevo trienio es para nosotros una oportunidad: la de renacer como comunidad misionera. En ese comienzo trienal ponemos el cuentakilómetros a cero. Intentamos superar la ley de la costumbre de “siempre se ha hecho así” y nos disponemos a una auténtica “conversión comunitaria”.
Para favorecer este nuevo comienzo comunitario proponemos una reflexión en cuatro pasos: 1) Comunidades configuradas por la misión; 2) Comunidades configuradas por el contexto; 3) Comunidades en proceso de transformación; 4) Desde el ego-sistema al eco-sistema comunitario.
1. Comunidades configuradas por la Misión
Ya desde el título mismo de nuestro último documento capitular se hace referencia a identidad carismática que deseamos nos configure: ¡Missionarii sumus! No se trata de una simple denominación, o de un título con el que somos reconocidos en un registro civil. “Missionarii sumus” hace referencia a ese relato que debe ser el relato de nuestra vida, de nuestra existencia. Y somos misioneros con una identidad “en construcción”. Lo mismo hay que decir de nuestras comunidades misioneras.
Ordinariamente pensamos que nuestras comunidades tienen una misión que realizar. Y así se suelen constituir. Pero hay que decir, más bien, que es la Misión la que tiene una comunidad. Lo importante no es aquello que nuestras comunidades hacen “por Dios”, sino lo que Dios quiere hacer a través de nuestras comunidades. Se requiere mucho discernimiento espiritual y colaborativo para descubrir qué es lo que Dios quiere hacer, realizar, a través de nuestra comunidad.
Ya en el capítulo XXIV la Congregación expresó su conciencia sobre la misión en términos profundamente teológicos: la “Missio Dei”[1]. Y con ello, se decía algo revolucionario: hemos de devolver a Dios mismo, a la santa Trinidad, el protagonismo de la misión[2]. Nuestro Dios es misionero. Se nos ha revelado en misión creadora como Padre y Señor del Universo, en misión redentora en el Hijo, Jesucristo, y en misión actual, contemporánea en el Espíritu del Padre y del Hijo que lleva a plenitud la misión divina.
No es -en principio- la Iglesia la que tiene una misión, sino que es la “Missio Dei” la que tiene a la Iglesia, la que actúa a través de la Iglesia. Esta dimensión instrumental y simbólica de la Iglesia en la “Missio Dei”, es obviamente aplicable a nuestras comunidades. La comunidad no tiene una misión, es la Missio Spiritus la que cuenta o quiere contar con una comunidad y cada uno de sus miembros. Jesús Resucitado hizo referencia a esto cuando así le respondió a Simón Pedro: “Apacienta mis ovejas”. No le dijo: tus ovejas. Y esto podría traducirse en nuestro caso: tu clase, tu Colegio, tus alumnos… Esta es, pues, la gran cuestión: ¿Cuenta el Espíritu Santo con nuestra Comunidad para llevar adelante la misión que Dios Padre y el Señor Resucitado le confían?
De tal importancia es este paradigma de Misión -¡siempre antiguo y siempre nuevo!- que nuestro último Capítulo hizo de él el motor de la tercera parte del documento: es decir, el motor que configura la comunidad y la espiritualidad. Y así lo expresa MS, 65:
“Nos proponemos ser, con Jesús, Congregación “en salida” (Mc 1, 38) … nos comprometemos a formar, bajo la moción del Espíritu, comunidades de testigos y mensajeros; nos preocuparemos por ser hombres de honda espiritualidad…. Y acogemos los procesos de transformación que el Espíritu nos inspira… El Espíritu de nuestro Padre y nuestra Madre hablará por nosotros”.
Ha sido frecuente entre nosotros hablar de “comunidad misionera” o “espiritualidad misionera”. En ese modo de hablar, la misión se convierte en un adjetivo y no –como le compete- en un sustantivo. Comunidad “en misión” o en la misión del Espíritu. Espiritualidad “en misión”. La misión es la fuente que fecunda a la comunidad. La misión del Espíritu es la fuente permanente de la espiritualidad. La Congregación quiere vivir esto desde el carisma concedido por el Espíritu a Claret.
El redescubrimiento de la “Missio Dei” nos hace reconocer que no es la comunidad la que tiene un programa misionero, sino que es Dios, el Dios de la misión. Él cuenta con la comunidad para llevar a cabo su programa misionero. Esta comunidad se caracteriza por ser un grupo humano que ha sido escogido por Dios a través de un acontecimiento vocacional para formar con ellos o ellas una comunidad de discípulos-misioneros de Jesús, ungidos por el Espíritu.
La “Missio Dei” es mucho mayor que cada comunidad local, la cual es uno de los instrumentos vivos del cual Dios se sirve para realizar su misión en la historia. Se espera, por tanto, que en cada comunidad misional se vea de alguna manera reflejada la Trinidad misionera que salva al ser humano y a la creación, e instaura su Reino. Y de aquí surge una cuestión decisiva para identificar una comunidad cristiana: ¿cómo constituir y formar comunidades que colaboren en la “Missio Dei”? ¿Qué procesos hay que abrir para que esto sea posible?
2. Comunidades configuradas por el contexto
En la Iglesia-madre de Jerusalén se afirmaba apodícticamente el protagonismo de Dios en la constitución de la comunidad:
“Todos los días el Señor agregaba para ello a los que habían de salvarse”[3].
Era el Señor quien -como protagonista- configuraba la comunidad de “un solo corazón, una sola alma y todo en común”[4].
Las nuevas comunidades no eran “clones” de la comunidad de Jerusalén. Cada una de ellas quedaba configurada según el contexto: una era la comunidad de Antioquia, otra la de Éfeso, otra la de Tesalónica, otra la de Corinto, etc.[5]. Prevaleció el modelo de la Iglesia como oikós, casa familiar, familia extendida[6]. Después se comenzará a hablar de “par-oikía”, es decir, de parroquias.
Esto quiere decir que cada comunidad ha de encontrar su propia “forma”: ha de estructurarse y configurarse siguiendo el modelo inspirado por el Espíritu en cada momento y adecuada al contexto.
La comunidad emerge, como organismo vivo con enorme capacidad de adaptación. Por eso, no responden a este modelo de comunidad las costumbres que impiden cualquier innovación basadas en la socorrida expresión: “siempre se ha hecho así”, “ya se ha intentado otras veces y no ha resultado”.
La comunidad que renuncia a anquilosarse, en la que no tienen cabida personas que se arrogan privilegios de veteranía y de propiedad, es una comunidad abierta a la innovación, a la asunción de una forma “nueva”, aquella que el Espíritu quiere concederle en este momento, en este lugar, con estas personas, para que sea una digna cómplice en su Misión.
Para que esto sea posible, la comunidad ha de ser conducida a través de un doble proceso: de crecimiento en relaciones mutuas entre todas las personas que la constituyen -¡sin excluir a ninguna!- y en interacción con el medio ambiente -urbano o rural, cultural, bio-regional, eclesial- en el que la comunidad está ubicada y al que ha sido enviada.
Lo que no debe pasar es que el contexto interno de las personas cambie y todo siga igual, como si nada hubiera ocurrido; o que el contexto ciudadano, social, eclesial, cambie y la comunidad siga siendo la de siempre. Ser la misma comunidad siempre implica hacer que la ley, las normas pasadas, los proyectos de comunidad anteriores, se impongan ante cualquier novedad; que “lo establecido” sea más importante que las personas concretas.
3. Comunidades en transformación
La vida no se detiene. Los organismos vivos están siempre en movimiento: evolucionan, crecen, cambian, asumen formas nuevas sin perder identidad. Los procesos vitales son imparables. Pero cuando el movimiento se vuelve más lento y acostumbrado, cuando en lugar de la evolución hay involución y en lugar de la transformación viene la deformación, entonces se inician los procesos de muerte. Esta constatación vale también para la vida en el espíritu. No hay espiritualidad sin procesos vitales de transformación. El no progresar en la vida espiritual es retroceder.
Lo mismo podemos decir de los grupos proféticos, a los cuales sin duda pertenecen nuestras comunidades. Formamos “organismos vivos”. La vida no debe detenerse en nuestras comunidades: han de estar constantemente abiertas a procesos de transformación, de otra forma se iniciarían fases de deterioro y deformación o incluso de muerte.
Lo expresó muy bien San Pablo en Ro 12, 2:
“Y no os amoldéis a este mundo, sino, por el contrario, transformaos con una renovación de la mente, para que podáis discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, agradable y perfecto”.
Amoldarse al sistema, al esquema de un mundo desviado del proyecto de vida que Dios ofrece, es disponerse a morir. Pablo les suplica a los cristianos de Roma que se conviertan en unos antisistema; que renuncien a la forma acomodada, para asumir otra “forma”. Y esta forma se inicia con un proceso de innovación en la mente, en la conciencia. O dicho con palabras de nuestro tiempo: la innovación comienza en una “nueva conciencia”. A partir de ahí, sí es posible descubrir lo que la Vida nos ofrece, el porvenir que Dios nos concede, la voluntad de Dios.
En nuestro último capítulo general nos plantearon dos caminos de futuro: el método de la programación, o el método de los procesos de transformación. Tras un largo discernimiento, los capitulares optaron por el segundo. Pero todavía hay quienes se preguntan: ¿y qué es eso de los “procesos de transformación” en el ámbito de la misión, la casa (comunidad, oiko-nomía), la espiritualidad-formación)?
El proceso de transformación es un viaje hacia el futuro emergente: el que buscamos y el que se nos concede. Y requiere aprender tres cosas: abrir la mente (trascender los límites de nuestro conocimiento), abrir el corazón (trascender los límites de nuestras relaciones) y abrir la voluntad (trascender los límites de nuestra voluntad pequeña).
Una cosa es organizarse “en clave de programación” y otra es organizarse “en clave de transformación”.
- En clave de programación partimos de un análisis de la realidad y sus desafíos; ofrecemos después claves de respuesta; finalmente ofrecemos respuestas a través de opciones, prioridades y acciones con sus responsables. Posteriormente se irán evaluando los resultados para lograr así el resultado programado.
- “En clave de transformación” nos proponemos realizar un viaje, que quiere desatar en nosotros, en nuestras comunidades, en nuestras instituciones, procesos de vida. ¡Es lo peculiar de los organismos vivos! En su itinerario el organismo es pluri-direccional: recibe influjos internos y externos, espirituales, ambientales, contextuales y, según ellos, va cambiando y mejorando su “forma”.
Si nos consideramos “organismos vivos”, inteligentes y emocionales, en cuanto personas, comunidades y organizaciones, hemos de prestar atención a aquellos procesos en los cuales nuestra interacción con el ambiente y contexto exterior nos regeneran y transforman. Es así como nos abrimos no solo al futuro sino también al porvenir: al futuro que podemos prever y promover, al porvenir que nos puede llegar –y que en clave teológica llamamos “adviento”-. Esta apertura del organismo vivo podemos denominarla “esperanza activa”. Si, por otra parte, “creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida”, experimentaremos cómo todo proceso de transformación acontece en alianza con Él. No excluimos las necesarias programaciones, como responsabilidad ante la vida; pero no las absolutizamos, sino que las subordinamos a los procesos transformadores, que siempre las superan.
“Cuando se transformó en una mariposa el gusano no habló de su belleza, sino de que aquello era increíble. Deseaba que volviese a su estado anterior. Pero la mariposa tenía alas” (Dean Jackson).
El relato de la vida consagrada se encuentra en un momento de tránsito. Estamos en un increíble momento de evolución de nuestra especie y llegando a un nuevo modo de conciencia. Vemos ya la realidad de forma diferente: nos sentimos parte de la comunidad biótica de la tierra, reconocemos que “todo está interconectado”; por eso, estamos logrando una nueva perspectiva para describir nuestra identidad, nuestra cultural, nuestra fe.
4. Desde el ego-sistema al eco-sistema comunitario
“En comunidad descubrimos quiénes somos en realidad y de cuánta transformación estamos todavía necesitados. Por esto, yo estoy irrevocablemente entregado a los pequeños grupos. A través de ellos, podemos llevar a cabo la obra que Dios nos ha confiado de transformar a los seres humanos” (John Ortberg[7]).
“De poco sirve lo rápido que vayas, si corres en dirección equivocada”. Y esto ocurre, sobre todo, cuando estamos centrados en nuestro “ego” individual o colectivo: no hay camino, ni aventura, ni novedad, sino un loco dar vueltas en torno al mismo círculo o plaza, en cuyo centro estoy yo, reafirmando hasta la saciedad mi identidad. Entonces nos preguntamos: ¿cómo realizar el viaje desde el ego-sistema al eco-sistema? ¿cómo dejar que se produzca la transformación necesaria?
Otto Scharmer (Teoría U) describe de forma sencilla las etapas de un proceso de transformación que nos libera de nuestro ego-centrismo. En lugar de mirar a los demás, hemos de aprender a vernos a través de los ojos de los demás y del todo. Cuando uno se despoja de su ego-visión entonces se adentra en la zona invisible desde la que es posible recomenzar de nuevo[8]:
- Guiados sólo por nuestro modo habitual de pensar solemos decir: “Ya, sí, ya lo sé” y nos cerramos a cualquier nuevo conocimiento.
- En cambio, cuando abrimos nuestra mente a “lo otro” nos admiramos: “Oh, mira eso”.
- Cuando contemplamos la realidad con el corazón abierto al otro, con empatía, decimos: “sí, ya comprendo cómo te sientes”.
- Cuando contemplo la realidad desde su fuente o lo más profundo de nuestro ser, con nuestra voluntad abierta, entonces decimos: “lo que experimento, no se puede expresar en palabras; me siento conmovido y en calma; me conozco mejor; estoy conectado con algo que me supera”. En este nivel se percibe que uno no es la misma persona antes de la experiencia, que después.
Si observamos el mundo que nos rodea, si adoptamos el punto de vista de otras personas -y no solo el mío-, si escuchamos lo nuevo veremos oportunidades emergentes y sintonizaremos con ellas.
- Cuando solo nos vemos a través de nuestros ojos, solo “lo nuestro” es urgente y apremiante: ¡nunca tenemos tiempo para lo demás!; como en la parábola de Jesús, todo son excusas: no puedo ir a la reunión, no puedo participar porque… “he comprado un campo… me he casado… tengo mucho que hacer” (cf. Mt 22, 1-10; Lc 14, 16-24). A esto se le añade el cinismo: el cínico además se excluye diciendo que poco importa lo que él haga. O el vacío de la depresión: ¡nada puede cambiar! ¡puede ser un fracaso!
- Cuando nos vemos a través de la mirada de los otros y en el contexto del todo -y por eso nos preocupamos del calentamiento global, la crisis financiera, el creciente consumismo, el fundamentalismo, la emigración, los refugiados, el desorden amoroso, etc.- nos volvemos más inclusivos y transparentes, nos organizamos mejor para servir el bienestar de todos. Cuando se desdibuja la frontera entre el ego- y el eco- aparecen aportaciones sorprendentes, resultados innovadores, cambio de mentalidad y conciencia. Y se produce una “revolución desde dentro”, una transformación contemplativa.
CONCLUSIÓN
¡Qué distinto es contemplarnos en proceso de programación o en proceso de transformación! Nuestra Congregación quiere traducir estos procesos de transformación en el ámbito de la misión (un nuevo paradigma), de la comunidad (grupo proféticos y contemplativo), de la organización e instituciones (un nuevo modelo autopoiético), de la espiritualidad y formación (formación transformadora), de las personas (en camino hacia la mística de los ojos abiertos).
Estamos en un momento en que necesitamos sueños, visión, y audacia. Y en el que deseamos exorcizar el miedo, el cinismo, la duda. “Hombres y mujeres de poca fe (oligopistía), ¿por qué dudáis?” (Mt 14, 31). La vida es imparable.
La Congregación desea abrir procesos en los cuales se verifique tanto una conversión como la otra:
“Nos proponemos ser, con Jesús, Congregación “en salida” (Mc 1, 38) que acoge la llamada de la Iglesia a la conversión pastoral- misionera y ecológica; nos comprometemos a formar, bajo la moción del Espíritu, comunidades de testigos y mensajeros; nos preocuparemos por ser hombres de honda espiritualidad que, dóciles a la recomendación del Papa Francisco a la Congregación, adoramos a nuestro Padre Dios” en espíritu y verdad”(Jn 4, 23), y acogemos los procesos de transformación que el Espíritu nos inspira” (MS, 65).
Para la reflexión personal y comunitaria |
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[1] Cf. HAC, 58
[2] Cf. MS, 1-4
[3] Hch 2, 47.
[4] Hch 4, 32.
[5] Cf. Richard, N., Longenecker (ed), Community Formation in the Early Church and in the Church Today, Hendrickson, Peabody, 2002; Justin Smith, Missional Communities and Community Formation: What does the New Testament have to say, en “Missio apostolica”, 21 (2013), p 190-202. Richard Ascough prueba que Tesalónica era una comunidad “semejante en su constitución y estructura a una asociación profesional voluntaria”: cf. Richard Ascough, The Thessalonian Christian Community as a profesional voluntary association, en “Journal of Biblical Literature” 119 (2000), pp. 311-328; Philip A. Harland, Associations, Synagogues and Congregations: claiming a place in ancient mediterranean Society, Fortress Press, Minneapolis, 2003.
[6] Mike Breen Leading Misional Communities: rediscovering the power of living in mission together, Pete Berg, 2013. La casa familiar era el espacio de las relaciones padre, madre, hijos, esclavos, trabajadores, negocios, asociados. La “Iglesia de la casa” (Filemón, 1 Cor 16, 19; Rom 16, 6; Filp 2). Una dificultad era que las “oikós” estaban separadas unas de otras y también económicamente, de ahí la palabra “oikonomía”. Si –según se pensaba- compartir recursos podría arruinar a la propia casa, el Nuevo Testamento defendía otro modelo: el de compartir recursos, enseñanzas, el de la koinonía. Y todas las cosas bajo el único Pater Familias que resucitó a Jesús de entre los muertos.
[7] John Ortberg, Si quieres caminar sobre las aguas tienes que salir de la barca, Vida, 2003.
[8] Cf. Otto Scharmer, Theory U. Leading from the future as it emerges, Berret Koehler Publishers, San Francisco, 2009.
Una comunidad misionera
¿Cómo relacionamos nuestra comunidad misionera con la proclamación de Jesús del Evangelio del Reino? Mira este vídeo y pregúntate cómo tu vocación forma parte del proyecto de Jesús para la humanidad. ¿Cómo se relaciona la generosidad con nuestra vida y misión?
- Comunidades configuradas por la misión
- La comunidad “oikos”
- La comunidad escuela de discípulos en misión
- Comunidad profética y contemplativa
- Comunidad litúrgica y celebrativa
- Avanzando en el Espíritu. Practicando el discernimiento en la vida personal y en las comunidades
- Liderazgo y organización de la comunidad
- Transformación de conflictos en comunidad
- Perdón y reconciliación en la comunidad
- Celebrando vida y misión en comunidades interculturales e intergeneracionales
- El sueño de ser comunidad
- El misterio pascual en nuestras comunidades