Santiago, Chile. Dos mil veinte quedará en la historia como el año en que se abrió, sin saber cómo, una insólita «caja de Pandora» que dejó escapar sobre el mundo todos los males posibles. No pasará inadvertido que ello ocurrió en los instantes mismos en que se descorchaban las botellas espumosas y estallaban pirotecnias deslumbrantes sobre los cielos del planeta. Porque la noche del 31 de diciembre de 2019 China anunciaba que humanos se habían contagiado en su suelo con una nueva cepa de «coronavirus» -hasta hoy de origen incierto- generando una enfermedad de poder infeccioso y mortalidad arrasadores: Covid-19.
Un mes después sumaban 8.000 los contagiados en diversos países, y el 11 de marzo la Organización Mundial de la Salud, OMS, declaraba al Covid-19 una «pandemia» o enfermedad infecciosa diseminada sobre una extensa área geográfica.
De las innumerables pandemias que registra la historia, ninguna alcanzó hasta ahora la rapidez de propagación, el alcance global ni la complejidad de consecuencias que Covid-19 ha traído consigo. Al punto que analistas de diversos ámbitos concuerdan en que la humanidad no está viviendo una época de cambios, sino un cambio de época.
Pero ¿qué relación puede tener esto con el Venerable P. Mariano Avellana? No habiendo aquí espacio ni tiempo para intentar una respuesta, valga motivar siquiera algunas reflexiones.
Disposición, compromiso y consecuencia
La figura de Mariano Avellana ha iluminado por más de un siglo a la familia claretiana –religiosos y laicos- como ejemplo de entrega rotunda al compromiso misionero, esencia del carisma impreso a los suyos por el santo fundador.
Buscar «el rostro» o voluntad del Señor en la propia existencia, encontrarlo en el envío redentor a los «encadenados» más sufrientes y desamparados, asumirlo con un compromiso de entrega plena y total, ofrendando la vida si fuese necesario, y cumplirlo hasta las últimas consecuencias, resume el estilo con que Mariano Avellana, a sus 29 años, puso pie en un país desconocido para entregarle 30 años de evangelización incansable, con una «heroicidad» que el papa Juan Pablo II le reconoció al declararlo «venerable».
En su trayecto por caminos polvorientos, campos, villorrios, desiertos y montañas, Mariano se enfrentó de lleno con las lacras de un país que daba los primeros pasos desde una economía agraria basada en la explotación laboral, la pobreza horrorosa, las injusticias y el abandono de la mayor parte de su población, hacia una industrialización incipiente y un desarrollo urbano precario donde la emigración desde los campos multiplicaba en suburbios infectos los contagios, pestes y temibles epidemias.
Tal era la realidad del Chile donde los primeros claretianos se asentaron en 1870 y Mariano Avellana se sumó tres años después. Bien conocieron aquellos sufridos evangelizadores la forma en que masas de pobres eran diezmadas por flagelos sucesivos como el cólera, las disenterías, el tifus, la viruela o la tuberculosis, en un país donde la expectativa de vida no llegaba a los 30 años.
Misioneros en medio de tal realidad, no fueron raros los que se contagiaron. Incluso el P. Francisco Berenguer murió sirviendo a los apestados de viruela. Ejemplo tenían: compañeros de Claret murieron contagiados en medio del ardor con que el fundador evangelizaba en Cuba. Más tarde, los primeros claretianos que buscaron asentarse en la isla fueron diezmados por las pestes. Lo propio ocurrió cuando asumieron su primera misión en la mítica Fernando Póo, hoy Guinea Ecuatorial. En tanto el doloroso herpes que atormentó al Padre Mariano por veinte años hasta su muerte, pudo talvez habérsele contagiado. La herida en una pierna que en diez años llegó a transformársele en llaga enorme, fue talvez obra de alguna bacteria trasmisible, quizás una variante de la hoy llamada «bacteria asesina».
Las pandemias de la pandemia
El cambio de época al que se enfrenta hoy la humanidad no es mera consecuencia del coronavirus y sus mutaciones en aumento, que en poco más de un año han infectado a casi 120 millones de personas y dado muerte a unas 2.650.000.
Numerosas situaciones concomitantes a la pandemia generan día tras día nuevos cambios, crisis profundas, revueltas políticas y sociales, fluctuaciones económicas impredecibles, desempleo, pobreza y hambre preocupantes, así como también avances tecnológicos trascendentales que modificarán a fondo los sistemas de trabajo, la vida familiar y social, con consecuencias tanto positivas como desastrosas. Inciertas son las perspectivas que a corto y mediano plazo enfrenta el planeta mismo, agredido irracionalmente por el ser humano hasta poner en grave riesgo su propia supervivencia.
Ante tan complejo panorama, diversos analistas concluyen que la humanidad no se enfrenta hoy sólo a la pandemia más agresiva de su historia. De tanta o mayor gravedad serán las consecuencias que como otras tantas pandemias está ella generando en numerosas estructuras en las que se asienta la vida de las actuales generaciones.
¿Tiene algo que decir el Padre Mariano?
Por más de 30 años la familia claretiana, y en especial la de este rincón de América, ha venido suplicando al Señor se digne realizar por intercesión del venerable misionero el milagro cabal que permita su pronta beatificación. Objetivo que la superioridad máxima de la Congregación incentiva en la actualidad como tarea relevante. Ello en consideración del privilegio singular de que 184 de sus mártires del siglo XX han sido beatificados en las últimas tres décadas. Pero no ha sido reconocida de igual forma la entrega -inclaudicable y «heroica», según el reconocimiento papal- del P. Mariano Avellana a su compromiso misionero, en una suerte de martirio de cada día que lo hizo, como sus hermanos mártires, « misionero hasta el fin».
Pero es razonable clarificar los objetivos que se ha buscan con la beatificación de este admirable modelo de misionero claretiano. Uno primordial es, justamente, resaltar sus virtudes como ejemplo cuestionante de evangelizador entre los más pobres, sufrientes y abandonados, que sus devotos están llamados a seguir.
La tarea que la pandemia mundial y sus consecuencias comienzan a proyectar es todavía inconmensurable. Los desafíos crecen de día en día. Junto con preguntarse «¿qué haría el Padre Mariano en mi lugar?», se necesitará templar el espíritu, echar mano a los recursos que él empleó y a los que ofrece el mundo de hoy. Y no olvidar que la curiosidad de Pandora la llevó a abrir su caja y lanzar al mundo todos los males posibles, pero alcanzó a cerrarla cuando en ella quedaba sólo un espíritu bueno: el de la esperanza. Desde entonces, lo último que se pierde es, justamente, la esperanza.
Alfredo Barahona Zuleta