La Cuaresma, periodo especial, es una ocasión extraordinaria de encuentro con el Señor en nuestro proceso de renovación espiritual y de arraigo en Cristo y en el mensaje del Evangelio. Aunque la celebramos año tras año, ninguna Cuaresma y ninguna experiencia cuaresmal son iguales. Cada encuentro cuaresmal es único.
El XXVI Capítulo General nos ofrece una importante orientación para vivir el tiempo de Cuaresma de este año de modo que se potencie nuestro arraigo en Cristo. De hecho, esta es una de las grandes necesidades del mundo y de la Misión hoy. El mundo sigue luchando por liberarse de las garras mortales del virus COVID-19 y sus variantes. También nos enfrentamos a otros virus, como la continua persecución de cristianos en algunas partes del mundo, la invasión de Ucrania por parte de Rusia, el hambre, los problemas relacionados con los inmigrantes y muchos otros.
Frente a todo ello, necesitamos estar arraigados en Cristo por nuestra cercanía a Dios en la oración. Recurrimos a la oración porque es la fuente de nuestra fuerza. Puede que no tengamos la capacidad de resolver todos los problemas que encontramos en la misión, pero la oración, sobre todo cuando es compartida, nos da el valor de salir adelante como hermanos, llevando sus cruces con los demás.
La Palabra de Dios es nuestra fuente inestimable de formación continua (QC 75). Abrazar la Palabra de Dios nos enraíza más profundamente en la fe, en las experiencias comunitarias y pastorales y en nuestra esperanza en la salvación de la humanidad. No debemos perder de vista nuestro compromiso de dar un enfoque bíblico a todas nuestras actividades pastorales (y comunitarias) (QC 74). Esto contribuirá en gran medida a darnos la sólida preparación bíblica que queremos que nos caracterice como misioneros (QC 72a).
No podemos dejar de ser conscientes de las situaciones de nuestro mundo. La Cuaresma nos permite profundizar en la conciencia del Señor, que está siempre con nosotros como lo hizo con sus discípulos. Para todo claretiano, esta conciencia de la presencia del Señor debe ser una parte de su arraigo en Cristo. Hemos de reconocer también la presencia de nuestros hermanos y de todos aquellos con los que compartimos misión. Mediante nuestras experiencias compartidas con ellos, el Señor nos fortalece y nos forma como mejores misioneros.
La oportunidad de la Cuaresma es única. Aprovechémosla para profundizar en las raíces de nuestra fe en Cristo, nuestro Señor, para no vacilar nunca en medio de los vientos turbulentos de nuestra fragilidad humana.