Celebramos hoy la solemnidad de la Inmaculada Concepción de santa María Virgen. Los primeros indicios de esta fiesta se remontan al siglo VII, en Oriente, sobre la base de una tradición que sostenía la fe en la inmunidad de toda mancha de pecado en la Madre del Señor. En Occidente, en cambio, la fiesta comenzó a celebrarse de manera oficial a partir de 1476, tal como aparece en el calendario litúrgico romano.
Pero, ya siglos antes, mientras los teólogos disputaban en torno al tema de la preservación de María de toda mancha de pecado original, iba creciendo en el pueblo cristiano la convicción de tan señalada prerrogativa otorgada por Dios a la Madre de su Hijo. Alcanzó la categoría de dogma el 8 de diciembre de 1854. El Papa Pío IX proclamó en su bula Ineffabilis Deus que María, en previsión de los méritos de Cristo, fue preservada de todo pecado.
Esta solemnidad litúrgica se sitúa en Adviento, como una invitación a contemplar la imagen de María, la llena de gracia, antes de contemplar el misterio íntegro de Belén. En los textos bíblicos del Adviento y en los de esta solemnidad podemos fundamentar la comprensión del dogma de la Inmaculada Concepción y encuadrar mejor su figura en la visión global del misterio cristiano.
Ahora bien, en cuanto claretianos, hoy es obligado recordar que el adjetivo inmaculado es el que forma parte del nombre oficial de nuestro instituto religioso y es precisamente el que se aplica al Corazón de María: «Nos llamamos Hijos del Inmaculado Corazón de María o Misioneros Claretianos» (CC 1). Interesa captar bien el alcance carismático de este término; esto es, lo que significa para nuestro Fundador y lo que debe representar para nosotros mismos.
Para san Antonio María Claret el hecho de la Concepción Inmaculada tiene una doble dimensión: personal y social. Lo comprende, ciertamente, como plenitud de gracia y preservación de todo pecado, pero intuye en este hecho de gracia una dimensión apostólica especial: contempla el plan de Dios venciendo a la serpiente y a su descendencia por medio de la Mujer y la descendencia de ésta. Para Claret la Mujer es María y su descendencia son todos sus hijos, especialmente los misioneros (cf. Aut 686-687).
Claret contempla el misterio de la Inmaculada en un sentido apostólico de lucha. Más que un misterio de belleza, la Inmaculada es, para él, la vencedora de Satán, que debe seguir peleando y venciendo en su descendencia. Y ese es también el sentido que tiene la presencia de María en nuestra Congregación y en nuestra acción evangelizadora. Para los claretianos, herederos del espíritu de san Antonio María Claret, María Inmaculada es, sobre todo, la Victoriosa, la Nueva Eva enemistada con la serpiente, la luchadora contra el infernal enemigo, la gran aliada del combate contra el mal en todas sus formas. En este día, las Religiosas de María Inmaculada (Misioneras Claretianas) celebran su fiesta principal.