San Ignacio —Íñigo López de Loyola— nació en Azpeitia (Guipúzcoa – España) hacia el año 1491. Destinado a la vida militar, fue herido en una pierna. Durante la convalecencia leyó la Vida de Cristo y la Leyenda Áurea (vidas de santos). Al leer esos antiguos libros se dijo a sí mismo: «Si esos hombres estaban hechos del mismo barro que yo, bien yo puedo hacer lo que ellos hicieron».
Al iniciar su conversión, decidió peregrinar a Tierra Santa en febrero de 1522 desde Loyola, pasando por Barcelona. Debido a una peste, se tuvo que detener en la ciudad de Manresa. Allí recibió una gran iluminación y decidió fundar una Compañía de consagrados. En una cueva comenzó a escribir lo que dio origen al libro de los Ejercicios Espirituales. En febrero de 1523, reanudó su peregrinación a Tierra Santa; pero no pudiendo permanecer allí, regresó, sin saber qué rumbo tomar, y se dedicó al estudio.
En 1534, Ignacio y sus primeros compañeros emitieron los votos en París y marcharon a Roma para presentarse ante el Papa Paulo III. En 1537, Ignacio recibió la ordenación sacerdotal en Venecia. El Instituto fue aprobado por el Papa Paulo III el 27 de septiembre de 1540 y el 22 de abril de 1541 Ignacio y sus seis compañeros hicieron la profesión en la Basílica de San Pablo.
Ignacio pasó el resto de su vida dedicado a gobernar su Orden y a predicar el Evangelio, hasta que, el 31 julio de 1556, falleció en Roma. Fue canonizado por Gregorio XV el 12 de marzo de 1622 y Pío XI le proclamó patrono de los ejercicios espirituales y retiros.
San Ignacio fue un referente importante en la vida y en la espiritualidad de san Antonio María Claret. Nuestro Fundador, que fue novicio jesuita, admiró en san Ignacio su gran amor a Jesucristo y su ardiente celo apostólico. A ambos santos la visión de la Virgen «les procuró la victoria definitiva en la castidad y en ambos provocó la decisión de consagrarse plenamente al servicio de Cristo».