Andrés, hermano de Pedro, es presentado por la tradición sinóptica como uno de los cuatro primeros discípulos de Jesús. Su vocación se narra dos veces: a ser seguidores (cf. Mc 1,16s) y a formar parte del selecto grupo de los Doce (cf. Mc 3,13 ss.). Pero no nos proporciona ninguna anécdota particular sobre este apóstol, aunque dos veces se le asocia a la terna privilegiada de Pedro, Santiago y Juan (cf. Mc 1,29; 13,3). Según el cuarto evangelio, Andrés y Pedro, como Felipe, proceden de Betsaida, pero la tradición sinóptica (cf. Mc 1,29s) los domicilia en Cafarnaum.
Andrés tiene una especial relevancia en el cuarto evangelio. Allí, junto con otro discípulo que pudiera ser el Discípulo Amado, es el primero en seguir a Jesús, obedeciendo a una indicación del Bautista. Y no solo es el primer seguidor, sino también el primer apóstol, el buscador de nuevos adeptos a Jesús: es él quien llama a su hermano Pedro, y un día después a Felipe (cf. Jn 1,41.43a), y los conduce a Jesús, el cual los acepta en su seguimiento.
No sólo con motivo de la vocación, sino también en otros momentos, encontramos a Andrés asociado a Felipe; ambos actúan juntos en la multiplicación de los panes (cf. Jn 6,5-8), y ambos hacen de intermediarios entre Jesús y los griegos que quieren encontrarse con él (cf. Jn 12,20-22). Esta mediación puede basarse en la probable helenización de estos dos apóstoles, únicos del grupo de los Doce que tienen nombre griego. Sobre la importancia de Andrés en la tradición joanea, disponemos de un interesante testimonio del siglo II, el Fragmento Muratoriano, según el cual fue Andrés quien animó a Juan a escribir su evangelio.
En un sermón sobre san Andrés, el P. Fundador destaca el entusiasmo misionero de este apóstol, que tan pronto como conoce a Jesús comienza a buscarle adeptos: «Busca a Pedro su hermano, lo ve, lo alcanza, le habla, le predica y lo convence; y contentísimo, sin aguardar un instante, se vuelve, y, llevándolo consigo él mismo al Mesías, lo presenta: Y le llevó a Jesús. […]. Oh valor, oh arrojo, oh fervor de apostólico celo que no cesan de admirar todos los Santos Padres en un nuevo y apenas iniciado discípulo! Ved a Andrés dando ya fruto desde el comienzo mismo de su aprendizaje —dice S. Pedro Damiano—, y transformado en predicador de la verdad de la que acaba de empezar a ser oyente […]. Y si de tal manera obró este santo varón cuando no era más que un discípulo y muy reciente, ¡cuánto más fuertes y magnánimas no habrán sido sus empresas después que por Jesucristo fuera elegido y señalado por apóstol!» (2, p. 224).