Los evangelios sinópticos solamente nos transmiten el nombre de este miembro del grupo de los Doce; en cambio el cuarto Evangelio nos proporciona una serie de datos de interés sobre este seguidor de Jesús. Cuando Jesús decide ir a Judea para resucitar a Lázaro, los otros discípulos se oponen por miedo a la muerte del Maestro; en cambio Tomás exclama decididamente: «vayamos también nosotros y muramos con él» (Jn 11,16). En el discurso de despedida de Jesús, ante sus enigmáticas palabras acerca del camino, Tomás pide claridad: «Si no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» (Jn 14,4). La respuesta que le da Jesús es todavía más misteriosa: «Yo soy el camino».
En las narraciones de aparición del Resucitado, Tomás se muestra reacio a creer en el testimonio de los discípulos, de que han visto al Señor, y exige una verificación física personal (cf. Jn 20,25). Cuando una semana después se le conceda, Tomás responderá con el perfecto acto de fe: «Señor mío y Dios mío» (Jn 20,28). Dicha confesión no es rechazada por Jesús, pero manifiesta su deseo de asentimiento al anuncio sin exigencia de pruebas. La última comparecencia de Tomás está en Jn 21,2, donde es uno de los que acompañan a Pedro en sus faenas pesqueras.
El cuarto Evangelio da a Tomás el sobrenombre de el Mellizo (Jn 11,16; 20,24; 21,2), que es mera traducción griega del arameo Te’ôma’, que significa justamente mellizo. Por ello Tomás parece ser el apodo de este apóstol, cuyo nombre real no conocemos. En la antigüedad, especulando sobre quién pudiera ser su hermano mellizo, algunos gnósticos declararon a Tomás mellizo de Jesús.
A nombre de Tomás se compuso muy temprano un evangelio apócrifo de corte doceta, con algunas acepciones bastante cercanas a las de los evangelios canónicos. No es imposible que la presentación joanea de Tomás tocando las llagas físicas del Resucitado sea una respuesta indirecta a la tradición gnóstico-doceta que ya se estaba formando.
El P. Fundador, consciente de que el misionero debe tener un profundo conocimiento experiencial del Cristo que predica, da una importancia especial al hecho de que Tomás pudo ver y tocar al Resucitado: «Él pudo demostrar la fe en la resurrección del Hijo de Dios, así como san Juan pudo probar la de su pasión. Él añadió la visión a la creencia, el consuelo de mirar al mérito de la sumisión, la evidencia de los ojos a la oscuridad de la fe. Ya me parece verlo recorrer con fervor hasta los últimos confines del mundo, y sin temor a las cadenas ni a la muerte. Ni le conmueven los naufragios ni las traiciones, ni las calumnias. En todas partes predica aquello mismo que había negado; y dice a todos lo que otro apóstol en estos términos: damos testimonio de lo que nuestros ojos han visto y nuestras manos han tocado (1Jn 1,1)» (2, p. 319).