Recordamos en este día a los santos apóstoles Pedro y Pablo que tuvieron un papel decisivo en el afianzamiento y expansión de la Iglesia naciente. No formaron pareja durante el ministerio de Jesús; Pablo ni siquiera conoció a Jesús. Pero son semejantes por su influjo decisivo en la expansión de la Iglesia naciente y por haber coronado ambos sus afanes apostólicos con el martirio en Roma.
Pedro es el más destacado del grupo de los Doce, en cuyas listas ocupa siempre el primer lugar. Fue conducido a Jesús por su hermano Andrés, tras abandonar éste al grupo del Bautista. Parece que su domicilio en Cafarnaum se convirtió en residencia de Jesús en sus intermitentes descansos misioneros.
Llamado originariamente Simón (o Simeón, cf. Hch 15,14), tanto la tradición sinóptica como la joanea (cf. Jn 1,42) recuerdan que Jesús le dio el significativo sobrenombre de Pedro (piedra), con la consiguiente función de cimiento en la fundación de la iglesia, y que fue el primero en confesar a Jesús como Mesías (cf. Jn 6,69). Pedro, junto con Santiago y Juan, no falta en ningún momento importante de la vida terrena de Jesús, y es frecuentemente el portavoz de los Doce a la hora de hacer preguntas al Maestro. Muchas páginas evangélicas dejan constancia de su fogosidad y entrega (cf. Mc 14,29 par), pero también de sus errores (cf. Mc 8,32) y su debilidad, hasta negar ser discípulo de Jesús (cf. Mc 14,66 ss. par).
Pedro, considerado como el primero a quien se apareció el Resucitado, aparece en Hechos como organizador de la iglesia en sus primeros días. Fue decisivo su papel en el llamado concilio de Jerusalén(cf. Hch 15; Gal 2,1-10) y en el inicio de la predicación a paganos gracias al acontecimiento Cornelio (cf. Hch 10), si bien en el conflicto de Antioquía (cf. Gal 2,11 ss.) parece traicionar su inicial apertura. En el Nuevo Testamento figuran dos cartas a su nombre, posiblemente seudónimas. Sobre su martirio en Roma nos informa la carta de Clemente a los Corintios (hacia el año 96), y a dicho martirio alude Juan (21,18s).
Pablo es el personaje mejor conocido del Nuevo Testamento, el único del que se puede componer una verdadera biografía. Nacido en diáspora, pero de familia farisea observante, persiguió inicialmente a la iglesia judeocristiana helenista por sus libertades respecto de la ley (cf. Gal 1,14; Flp 3, 6). Pero, alcanzado por el Señor, se convirtió en el más destacado predicador de la fe cristiana y en el universalizador de la misma, al desligarla de la legislación judía. Integrado pronto en la influyente comunidad de Antioquía, participó activamente en el llamado concilio de Jerusalén; pero, tras el incidente de Antioquía, se alejó de las iglesias de Siria-Palestina y con un nuevo equipo se dedicó a fundar comunidades en las grandes ciudades del entorno del mar Egeo.
Gran conocedor del Antiguo Testamento, nos dejó un rico acervo teológico y espiritual en sus cartas; de las 13 que le atribuye el Nuevo Testamento, la crítica reconoce 7 como auténticas y 6 procedentes de la escuela teológica que dejó tras de sí. Concluido su ministerio por Grecia (Rm 15,23), decide viajar a España visitando de camino la comunidad de Roma. Antes viaja a Jerusalén donde es apresado y conducido a Roma para ser juzgado por el tribunal imperial. Fue ajusticiado hacia el año 58, unos años antes que Pedro.
Es conocida la veneración del P. Fundador por los santos apóstoles. Él no quiso otro título que el de Misionero Apostólico, que interpretó como vivir al estilo de los apóstoles.