Recordamos hoy la muerte del P. Manuel Vilaró, uno de los cofundadores de la Congregación. Manuel Vilaró y Serrat nació en Vic (Barcelona – España) el 22 de septiembre de 1816. A los diez años ingresó en el seminario de Vic, donde cursó sus estudios hasta 1842. No conocemos la fecha exacta de su ordenación ni sus primeros destinos ministeriales.
Las primeras noticias seguras las tenemos cuando aparece misionando con el P. Claret en la diócesis de Tarragona en 1846. Otros testimonios del mismo P. Claret nos hablan del P. Vilaró como su compañero de misiones en 1847. Les unía la capacidad del trabajo, el ardor apostólico y la sintonía de vida. Posiblemente, el P. Manuel Vilaró misionó junto al P. Claret hasta que éste marchó a las Islas Canarias.
Fue uno de los primeros invitados por el P. Claret para formar parte de la nueva Congregación misionera que pensaba fundar. Al ser nombrado Arzobispo de Santiago de Cuba, el P. Claret eligió algunas personas que le pudieran acompañar. No dudó en pedir a su naciente Congregación al P. Vilaró. Llegados a Cuba, el P. Vilaró fue su compañero inseparable y de más confianza. Jamás dejó de asistir a las misiones, sin descuidar a la vez su trabajo de secretario.
En febrero de 1852, una fuerte lluvia le trajo serios problemas de salud y hubo de volver a España. Al llegar a Vic, ya nunca más pudo levantarse. Se hospedó en casa de su familia, para no incomodar a los pocos misioneros de la Congregación, quienes nunca dejaron de visitarle cada día. La tuberculosis pulmonar fue apagando su vida hasta que murió el día 27 de septiembre de 1852, a los 36 años de edad, en los brazos del P. Jaime Clotet.
El P. Claret dejó plasmada la síntesis de su vida misionera en la Autobiografía: «Este sacerdote me vino a acompañar y ayudar en las misiones que hacía en la diócesis de Tarragona. Entró desde un principio en la Congregación de los Hijos del Corazón de María y cuando yo fui a Cuba tuvo la bondad de venir a acompañarme; a éste le hice mi secretario, y desempeñó muy bien su encargo; además de la secretaría, predicaba y confesaba siempre. Era bastante instruido, virtuoso y muy celoso; trabajó muchísimo, enfermó, y viendo los médicos que en Cuba no había esperanzas de curar, le mandaron que se volviera a la Península, y murió en Vich, su patria» (Aut 592).