La ciencia bíblica distingue tres personajes tras el título de la fiesta de hoy: Juan, el hermano de Santiago e hijo de Zebedeo; el Discípulo Amado, cuyo nombre no conocemos, pero que no es del grupo de los Doce; y el redactor del Cuarto Evangelio, cercano al Díscipulo Amado, pero distinto de él. La antigüedad unificó a los tres en una misma persona. Dado que para nosotros lo más importante es el Evangelio que se formó en la comunidad del Díscipulo Amado, vamos a ceñirnos a este personaje, si no redactor, ciertamente garante de la reflexión cristiana allí transmitida.
Ciertamente el Díscipulo Amado fue un personaje real, pero nos ha llegado algo idealizado, como el discípulo perfecto, que tiene una intimidad con Jesús (cf. Jn 13,23) semejante a la que Jesús tiene con el Padre (cf. Jn 1,18). Sin duda el título de Discípulo Amado se lo dio su comunidad.
Si prescindimos de los rasgos que han idealizado la figura del Díscipulo Amado, podemos saber que perteneció a la comunidad del Bautista, fue seguidor de Jesús durante sus estancias en Judea, y muy especialmente en el tiempo de la pasión. Tras la pascua se convirtió en testigo y líder indiscutible para uno de los varios grupos judeocristianos que se originaron.
No se sabe cuándo y dónde falleció el Díscipulo Amado. Lo importante es que él y su escuela realizaron una profundísima reflexión sobre Cristo y su obra. Hacia finales del siglo I se fusionaron con las comunidades cristianas surgidas del apostolado de Pedro y de Pablo. Y con ello se fecundó vigorosamente el patrimonio teológico y espiritual de la Iglesia.
El P. Fundador, en continuidad con lo que entonces la ciencia bíblica proponía, admiró el arrojo apostólico de los hijos del trueno, título dado por Jesús a los Zebedeos, su fidelidad y la profundidad de los escritos atribuidos a Juan: «El más iluminado de los evangelios y el que dio ideas más elevadas de Jesucristo. Luces que le comunicó el Señor cuando se reclinó sobre su pecho. […] Pero ¡Ay! ¡Cuántos en lugar de honrar a Jesucristo lo deshonran y le convierten, según la frase del Apóstol, en Anticristo!» (2, p. 297).