«En el día 26 de agosto de 1861, hallándome en oración en la Iglesia del Rosario, en La Granja, a las 7 de la tarde, el Señor me concedió la gracia grande de la conservación de las especies sacramentales y tener siempre, día y noche, el Santísimo Sacramento en el pecho; por lo mismo, yo siempre debo estar muy recogido y devoto interiormente; y además debo orar y hacer frente a todos los males de España, como así me lo ha dicho el Señor. (…) Glorificate et portate Deum in corpore vestro. 1 Cor VI.20.» (Aut 694). Y más adelante, «En el día 16 de mayo de 1862 (…) en la Misa me ha dicho Jesucristo que me había concedido esta gracia de permanecer en mi interior sacramentalmente» (Aut 700).
El Señor se quería servir de Antonio para hacer frente, de un modo eficaz, a los males de la Iglesia en España y lo consagró y habilitó con su presencia sacramental el 26 de agosto de 1861:
«La Eucaristía, como sacramento del Sacrificio y de la presencia real de Cristo, ocupó un lugar preponderante en la vida espiritual y apostólica de san Antonio María Claret. La celebración eucarística era el momento más intenso de su unión personal con Jesucristo, ofrecido al Padre por la salvación de los hombres, en ella recibía los ardientes deseos de sacrificar su vida con Cristo por el bien de la Iglesia y de todos los hombres. La oración ante el Santísimo Sacramento le ayudaba a mantener estos sentimientos y a desarrollar sus actividades en un espíritu sacrificial profundamente compenetrado con el misterio redentor de Cristo y de la Iglesia (cf. Autob. nn. 265, 694, 756 y 767)» (Patrimonio Espiritual 14).
Esta memoria de hoy nos permite preguntarnos: ¿Qué significó para el P. Claret —servidor misionero de la Palabra— el ministerio de la santificación, especialmente de la Eucaristía? ¿Cómo se integraron estos ministerios en su persona, en su vida y en su apostolado? ¿Hasta qué punto la vivencia del misterio eucarístico que tiene el Fundador nos afecta, o nos debe afectar, para vivirla, profundizarla y conservarla?
La vivencia que tiene el P. Claret de la Eucaristía puede dibujarse como un itinerario de respeto, admiración, devoción, necesidad, íntima unión y plena comunión. El hecho recordado hoy puede encender la imaginación meditativo-espiritual, que, bien enmarcada, ayude a comprender la gracia que recibió el Fundador. Pero lo realmente importante es este camino progresivo de íntima unión con Cristo-Eucaristía que san Antonio María Claret fue transitando a lo largo de toda su vida, hacia la plenitud, y del que nos hace partícipes con una clara invitación a recorrerlo.