A este apóstol, de nombre Iakob (como el de Alfeo), en lengua española la santidad se le ha hecho consustancial, dando lugar al nombre fusionado de Sant-yacob, luego Sant-iago. Hermano de Juan e hijo de Zebedeo, probablemente naturales de Cafarnaum, eran una familia pesquera acomodada —tenían jornaleros—, y ambos hermanos figuran en la tradición sinóptica entre los primeros discípulos llamados por Jesús (cf. Mc 1,18-20 par).
La tradición lucana ha conservado una información particular sobre los dos hermanos: ante la negativa de los samaritanos a darles hospedaje, desean que baje fuego del cielo y los devore (cf. Lc 9,54s). Quizá fue esa impetuosidad, corregida severamente por Jesús, el motivo de que el Maestro les diese el sobrenombre de hijos del trueno (Mc 3,17). Además, el tercer evangelista ha mejorado la imagen de los dos hermanos omitiendo su ambición de los primeros puestos en el reino de Jesús (cf. Mc 10,35-40).
Junto con su hermano y con Pedro —y eventualmente Andrés—, Santiago está presente en algunos momentos reservados o privilegiados de la actividad de Jesús: curación de la suegra de Pedro (cf. Mc 1,29), resurrección de la hija de Jairo (cf. Mc 5,37), transfiguración (cf. Mc 9,2), discurso escatológico (cf. Mc 13,3), oración del huerto (cf. Mc 14,33).
Santiago y Pedro son los dos únicos miembros del grupo de los Doce de quienes el libro de los Hechos conserva anécdotas personales. Concretamente, Santiago muere mártir en Jerusalén a manos de Herodes Agripa (¿años 40-44?), siendo el primero de los apóstoles en derramar su sangre por Cristo (cf. Hch 12,2). Este dato empareja de nuevo a Santiago con Pedro, el otro apóstol de cuyo martirio deja constancia el Nuevo Testamento (cf. Jn 21,18s).
Sobre la actividad apostólica de Santiago carecemos de datos patrísticos. Una tradición que se remonta al siglo VII, menciona su estancia en España, y, a partir del siglo IX, se habla de su sepulcro en Galicia.
Para el P. Fundador tiene un significado especial el título hijos del trueno, que en Marcos (3,17) se aplica a Santiago y Juan y que él interpreta ante todo como ejercicio de la predicación.