El día 25 de agosto de 1855 se firmaba en Santiago de Cuba el Decreto de Fundación de las Religiosas de María Inmaculada, Misioneras Claretianas. La venerable M. Antonia París, su Fundadora, junto con san Antonio María Claret, entonces Arzobispo de Santiago de Cuba, veía así cumplidos sus sueños. Tenía 41 años. Dos días después de la firma hacía la profesión religiosa de manos de Claret. Pero no estaba sola, ya que el 3 de septiembre se unían a ella por la misma profesión otras tres compañeras, María Josefa Caixal, María Gual y Antonia Gual, habiendo fallecido ya una de las primeras, Florentina Sangler. Era la culminación de un itinerario de fe por el que el Señor las había guiado entre luces y sombras.
Aunque no es fácil recoger en unas líneas el espíritu que movió a la M. París y a sus compañeras a echar a andar este nuevo proyecto en la Iglesia, podemos señalar con sus mismas palabras tres ejes fundamentales. En torno a ellos giró su vida y la de los inicios de la Congregación:
1º. Seguir a Jesús. En definitiva, identificarse con Él y con su misión.
2º. Seguir a Jesús crucificado. De ahí el consejo que da a sus hijas en el Blanco y fin principal, especie de carta programática: «Que todas las personas que quieran ser alistadas sean crucificadas para todas las cosas del mundo».
3º. Mostrar y hacer fácil a otros el mismo camino. No podía faltar la invitación a la misión, pero está claro que para ella no se trata simplemente de hablar de Jesús, o repetir sus palabras, sino del testimonio.
Actualmente las Misioneras Claretianas se hallan repartidas por todo el mundo. Su trabajo, la renovación de la Iglesia y hacer siempre fácil a los demás este mismo camino, es muy variado y se acomoda a las necesidades del lugar y del momento, pero siempre al servicio de la Iglesia y vinculadas a toda la Familia Claretiana.