La provincia claretiana de Cataluña contaba en 1936 con cuatro comunidades religiosas en la región valenciana: Valencia, El Grao, Játiva y Requena. El 24 de marzo, la explosión del volcán revolucionario hizo saltar los cerrojos de todos los conventos y clausuras de Requena. Los cinco claretianos que formaban la comunidad tuvieron que abandonar la casa y la iglesia, y, cuanto no pudieron salvar, fue saqueado y pasto del fuego. El Grao y Játiva siguieron la misma suerte.
El 19 de julio solo quedaba en pie la casa de Valencia, y allí encontraron refugio las víctimas. La pequeña comunidad la componían el P. Marceliano Alonso, Superior, el P. Luis Francés y el Hno. Félix Aguado. Se les unieron el P. José Ignacio Gordón y el Hno. Santiago Vélez, de Játiva, y el P. Tomás Galipienzo, de Requena. El Hno. Félix Aguado fue el único que consiguió salvar la vida.
El 27 de julio el P. Francés y el Hno. Vélez huyeron hacia el apartado pueblo de Serra. El P. Luis Francés fue descubierto allá el día 20 de agosto y sufrió el martirio el 21, en Olocau (Valencia), pidiendo a Dios perdón para quienes le quitaban la vida sin saber lo que hacían. El Hno. Santiago Vélez había viajado el 13 de agosto a Santa Coloma de Gramanet, en Barcelona, donde vivía un familiar. Pero, detenido el día 14, fue asesinado la madrugada del 15, fiesta de la Asunción de la Virgen.
Entretanto, los PP. Alonso, Gordón y Galipienzo, que seguían en Valencia sin encontrar un refugio mejor, fueron delatados. Primero fueron detenidos los PP. Alonso y Gordón y posteriormente el P. Galipienzo. Ante un tribunal de siete individuos, comparecieron sucesivamente de uno en uno. La condena a muerte fue inapelable.
Antes de morir, el P. Gordón dijo a sus verdugos: «Os perdonamos de corazón». El P. Alonso se encomendó a la Virgen diciendo: «Dulce Madre mía, ten compasión de mí». La plegaria aprendida en el regazo de su madre dio fuerzas al P. Galipienzo: «Jesús, José y María, asistidme en mi última agonía». Y mientras el P. Gordón repetía: «Jesús mío, en tus manos encomiendo mi espíritu», dada la orden sonó descarga de disparos, derribando a los PP. Alonso y Gordón.
El P. Galipienzo se arrojó al suelo, ileso, y aprovechando la oscuridad, logró escapar. Sin embargo, su ilusión de encontrarse en libertad duró solamente cuarenta y ocho horas. La noche del día 18 fue reconocido y detenido nuevamente. El primer día de septiembre con otros nueve murió en el campo de tiro de Paterna, a pocos kilómetros de Valencia.