Fernando Saperas Aluja nació en Alió (Tarragona) el 8 de septiembre de 1905. Cuando tenía siete años, murió su padre don José Saperas y la familia se quedó sin los ingresos de albañil con que la mantenía. Al cumplir los 15 años, Fernando marchó a Valls (Tarragona) y Barcelona para trabajar de camarero de hotel y de dependiente de un comercio.
Hizo el servicio militar en Barcelona, cerca del Santuario del Corazón de María, regido por los Misioneros Claretianos. Siempre que se lo permitían las obligaciones militares, Fernando asistía a dicho Santuario. Por aquel entonces comenzó a sentir el deseo de ingresar en una comunidad religiosa, si no para estudiar, porque su edad ya no lo permitía, al menos para servir en ella como criado. Fue aceptado en la Congregación, no como criado, sino como Hermano misionero. Su ingreso se produjo a finales de 1928.
Una vez realizados los años de formación, fue destinado a Cervera, a la comunidad de la Universidad. Cada día se acrecentaba en él la piedad con que había sido agraciado desde niño. Además de asistir a los actos de oración de la comunidad, de participar en la misa y comulgar, hacía frecuentes visitas al Santísimo, realizaba el ejercicio del Viacrucis y rezaba las tres partes del rosario. Junto a la piedad se desarrolló en el Hno. Saperas el amor a la vocación y al Instituto. «Nunca –solía decir– podremos dar las debidas gracias a Dios por el beneficio de la vocación». Sin embargo, la nota más característica de su espiritualidad fue su buena disposición para el trabajo y el celo misionero con que lo desempeñó. Cumplía sus cargos con diligencia, limpieza, orden y con una impronta evangelizadora.
Estaba encargado de la portería cuando el 21 de julio de 1936 los 117 claretianos de Cervera tuvieron que dispersarse precipitadamente. El Hno. Fernando se dirigió a la comunidad de Solsona con el grupo más numeroso. Pero tuvieron que dispersarse por el camino. Después de rodar por varios caseríos de la comarca, y trabajar en la casa del señor Riera de Montpalau, tuvo que marchar hacia la finca de otro amigo, el señor Bofarull. Entonces fue detenido la mañana del 12 de agosto. Una vez que manifestó su condición de religioso, fue sometido a toda clase de provocaciones y vejaciones contra la castidad. Finalmente, tras quince horas de sufrimientos, perdonando a sus verdugos, murió fusilado a las puertas del cementerio de Tárrega (Lérida). Era ya 13 de agosto de 1936.