Hoy, 13 de junio, memoria de san Antonio de Padua, celebramos el aniversario de la ordenación sacerdotal de san Antonio María Claret. Esta tuvo lugar en Solsona, ciudad de la provincia de Lérida. El obispo ordenante fue fray Juan José de Tejada. Claret tenía entonces 27 años. Aunque no había terminado sus estudios, el obispo de Vic quiso adelantarle la ordenación porque veía en él algo singular.
Humanamente hablando, la ordenación presbiteral de Claret no fue una experiencia muy gozosa. Venía de unos largos ejercicios en los que se sintió fuertemente tentado. No pudo ordenarse en su diócesis de Vic por estar enfermo el Obispo. Tuvo que trasladarse a la de Solsona. El obispo ordenante no fue su amigo Corcuera sino fray Juan José de Tejada.
Todas estas contrariedades se iluminaron el día de la primera misa: «Antes de la ordenación de sacerdote hice los cuarenta días de ejercicios espirituales. Nunca he hecho unos ejercicios con más pena ni tentación; pero quizá de ninguno he sacado más y mayores gracias, como lo conocí el día que canté la primera Misa, que fue el día 21 de junio, día de san Luis Gonzaga, Patrón de la Congregación, así como la ordenación fue el día de san Antonio, día de mi santo Patrón» (Aut 102).
La ordenación presbiteral supuso para Claret el punto de llegada de un sueño que había tenido siendo niño. Pero constituyó, sobre todo, un punto de partida en su vocación de misionero apostólico. Él vivió su sacerdocio, a diferencia de otros muchos clérigos de su tiempo, como una síntesis perfecta entre su dedicación al anuncio de la Palabra, la celebración sacramental y la atención pastoral a las personas. No se sentía llamado a ejercerlo desde el servicio parroquial sino como misionero itinerante. Por eso, pronto se ofreció para las misiones extranjeras. Al no poder realizar este proyecto, se encamina hacia la predicación itinerante por los pueblos de Cataluña y de Canarias.
Esta memoria es una ocasión particular para dar gracias a Dios por el don concedido a nuestro Fundador y por todos los presbíteros que nos han ayudado a lo largo de nuestra vida a vivir mejor el seguimiento de Cristo, comenzando por quien nos administró el sacramento del bautismo.
Es, al mismo tiempo, un día adecuado para que los misioneros ordenados demos gracias por la propia vocación ministerial y para pedir al Señor que conceda a su Iglesia los ministros idóneos que puedan servirla como hizo en su tiempo san Antonio María Claret.