Nació el 8 de enero de 1499, en Almodóvar del Campo (Ciudad Real – España). Estudió en Alcalá de Henares (Madrid) entre 1520 y 1526, donde conoció a fondo las Sagradas Escrituras y los Padres de la Iglesia. Tras su ordenación en 1526, vendió todos sus bienes y repartió el dinero a los pobres, para dedicarse enteramente a la evangelización. Desarrolló su labor apostólica sobre todo en el sur de España por lo que llegó a ser llamado Apóstol de Andalucía.
Dejó muchos escritos. Pero entre todos sobresale Audi filia, et vide, obra que marcó positivamente la literatura ascética. Se relacionó con san Ignacio de Loyola, san Francisco de Borja, san Pedro de Alcántara, san Juan de Ribera, fray Luis de Granada y muchos otros. Creó una verdadera escuela sacerdotal centrada en el misterio de Cristo y en la devoción a la Eucaristía, a la Virgen, al Espíritu Santo y a la Iglesia.
La definición que mejor cuadra a Juan de Ávila es la de predicador. El centro de su mensaje era Cristo crucificado. Predicaba tanto en las iglesias como incluso en las calles. Sus palabras iban directamente a provocar la conversión, con profundidad y con fuerte carga de Palabra de Dios. Fundó numerosos seminarios y colegios y organizó la Universidad de Baeza (Jaén). Pero ello no le evitó ni la persecución ni la cárcel por parte de la Inquisición.
Ya enfermo, siguió trabajando, hasta que empeoró visiblemente en 1569 y murió el 10 de mayo del mismo año en Montilla (Córdoba), donde está enterrado. El 4 de abril de 1894, el papa León XIII lo beatificó; el 2 de julio de 1946 Pío XII lo declaró Patrono del clero secular español y Pablo VI lo canonizó en 1970.
San Juan de Ávila fue, sin lugar a dudas, un gran maestro de evangelizadores. Su vida y sus escritos influyeron notablemente, siglos más tarde, en san Antonio María Claret, quien leyó sus obras con fruición, llegando a citarlas expresamente en muchas ocasiones. Le atrajo su dedicación a la catequesis y a la educación de niños, sus ardores misioneros, el estilo, los procedimientos y la materia de predicación, la orientación popular de su predicación y, en particular, su comprobada eficacia apostólica. Por todo ello nuestro Fundador no solo lo leyó y admiró sino que lo imitó.