Nació en Siena (Italia) el 25 de marzo de 1347. Conocemos su vida por su confesor, Raimundo de Capua, quien llegó a ser maestro general de la Orden de Predicadores. De niña tuvo una primera experiencia espiritual que la orientó definitivamente hacia Dios, abrazando la virginidad.
A pesar de resistencias, a sus diecisiete años ingresa entre las hermanas de la Penitencia de Santo Domingo. Con ellas desarrolló una extraordinaria actividad espiritual y benéfica al servicio de enfermos y pobres, a pesar de muchas luchas y tentaciones, soportadas y vencidas gracias a su intensa vida espiritual.
Muy pronto fue autorizada a atender a muchas personas que acudían a buscar su consejo. Fueron los albores de una fecunda maternidad espiritual que se consolidaría posteriormente. Y con ello empezó para esta frágil joven una intensa actividad de apostolado, de acción política y diplomática en favor de la Iglesia que le exigiría una admirable intensidad de vida interior. En una situación crítica, y movida por su ardiente amor a la Iglesia, Catalina emprendió en 1376 su famoso viaje a la corte pontificia de Aviñón, convencida de la urgente necesidad del regreso del Papa a Roma. Tras haberle dirigido diversas cartas, acudió a encontrarse personalmente con él. Su empeño consiguió que Gregorio XI volviera a Roma el 13 de septiembre de aquel mismo año.
Mujer de fuerte personalidad, movida por su gran amor a Dios y al prójimo, promovió la paz y la concordia entre ciudades y defendió valientemente los derechos y la libertad del Papa, favoreciendo la renovación cristiana y religiosa. Llevó una vida mística extraordinaria y sirvió fielmente a la Iglesia en una época crítica. También fue autora del libro titulado Diálogo sobre la Providencia, leído por el P. Claret.
Murió el 29 de abril de 1380, a la edad de 33 años. Sepultada en Roma, en la Basílica de Santa María sopra Minerva, fue canonizada por el Papa Pío II en 1461. Santa Catalina es una de las tres doctoras de la Iglesia, junto a santa Teresa de Jesús y santa Teresa del Niño Jesús, a pesar de que nunca tuvo una preparación académica formal.
Ya desde su juventud, nuestro P. Fundador profesó una profunda devoción a santa Catalina de Siena por su condición de seglar consagrada, por su elevada vida mística, por su amor a la Iglesia y al Papa y su empeño apostólico en favor de ella y de los pecadores. Aparece citada en varios lugares de la Autobiografía y en la biblioteca personal del P. Claret se conservan varios volúmenes de su vida y obras. Y la escogió como compatrona de la Congregación.