Nació en Hormicedo (Burgos – España) el 23 de diciembre de 1869. Hizo el postulantado en Segovia (España) y profesó en Alagón (Zaragoza – España) el 16 de diciembre de 1886. Se ordenó en Santo Domingo de la Calzada (Logroño – España) el 13 de mayo de 1894 y fue enviado a Italia como superior local de la casa de san Felice (Spoleto – Italia). De vuelta a España fue profesor de Filosofía en Cervera y más tarde superior de la casa de Zamora.
En 1912 fue nombrado Superior Provincial de Bética cargo para el que fue reelegido el 1918 por otro sexenio. En 1922 fue elegido Superior General por doce años (1922-1934) en el XII Capítulo General (Vic – España, 1922). Fallecido repentinamente el Rmo. P. Maroto en 1937, fue de nuevo elegido Superior General para el período 1937-1949 en el XIV Capítulo General (Albano – Italia, 1937). A pesar de las dificultades vocacionales y formativas que tuvo que afrontar y sus consecuencias misioneras, durante su doble mandato realizó una magnífica labor de gobierno dando un gran impulso cuantitativo y cualitativo a la Congregación. Falleció en Roma el 24 de febrero de 1950.
Fue un religioso ejemplar en todos los sentidos, fiel a nuestro proyecto de vida expresado en las Constituciones y siempre movido por un gran amor a la Iglesia y a la Congregación.
Hizo casi un centenar de fundaciones, abrió la Congregación a las misiones de Darién, Tocantins y China, y se preocupó sobremanera por la cualificación científica y pastoral de los misioneros. En vísperas del centenario de su fundación (1949), la Congregación contaba con 2.638 profesos y 160 novicios. Lo más peculiar fue la expansión de la Congregación fuera de España. Había 240 casas, repartidas por los diversos continentes: 97 en Europa, 8 en Asia, 11 en ífrica y 124 en América. Todas ellas enmarcadas en 10 Provincias, 2 Viceprovincias y 5 Visitadurías. Entre las dignidades jerárquicas de la Iglesia, la Congregación contaba en su primer siglo de existencia con: 3 Arzobispos, 8 Obispos, 1 Vicario Apostólico y 6 Prefectos Apostólicos.
Asimismo, nos ha dejado un magisterio riquísimo en doctrina sobre la vida religiosa, la dimensión carismática y la problemática vocacional y formativa. Tras los acontecimientos sucedidos a la Congregación el martirio de tantos hermanos nuestros, especialmente estudiantes- escribió las circulares Sobre algunos acuerdos Capitulares (1937) y La Vocación Misionera (1938). Sobre la formación en la Congregación, escribió las circulares tituladas Formación de nuestros estudiantes (1932) y Formación religiosa, Misionera y Claretiana (1947), pidiendo siempre una formación de calidad para poder responder a los desafíos del momento presente.
A todo claretiano le pedía que cultivase la propia vocación de una manera constante. Nos recordaba que era un error de fatales consecuencias creer que, una vez recibida la gracia vocacional y haber sido incorporados a la Congregación, no había que preocuparse más de ella. Al contrario, es necesario cultivar la vocación, como se cultiva una planta débil y delicada, que se quiere hacer crecer y desarrollar. La vocación -decía- es una gracia y gracia singularísima; esta gracia, si no es correspondida, se pierde; por eso debe ser trabajo de todos el cultivarla siempre.