El 1 de febrero de 1856 en la ciudad de Holguín (Cuba), san Antonio María Claret fue víctima de un fallido atentado contra su vida. Comenzaba aquel día la visita pastoral a la zona. Era la cuarta visita pastoral de su tarea episcopal en la diócesis de Santiago de Cuba, a los cinco años de su llegada.
Holguín está situada al noroeste de Santiago. A finales de enero de 1856, el P. Claret desembarcó en la población de Gibara, procedente de la ciudad de Puerto Príncipe. En este pueblo, según cuenta el P. Pedro Llausás (cf. 4, pp. 956-957), capellán del P. Claret y secretario de la visita pastoral, ya alguien había intentado atentar contra la vida del Arzobispo, pero no lo consiguió. El P. Llausás afirma que fue el mismo que lo logró en Holguín, Antonio Abad Torres (cf. Aut 584). Oriundo de Canarias, era conocido como el Isleño y, hallándose en la cárcel, había sido indultado un año antes, a instancias del P. Claret, por ruego de su familia, sin que Claret lo conociera siquiera.
Aunque el atentado fue perpetrado por una sola persona, las investigaciones determinaron que se trataba de una conspiración para acabar con la vida de Antonio María Claret. Incluso llegó la falsa noticia de la muerte del prelado hasta Santiago de Cuba, propagada por quienes la esperaban. Holguín fue el culmen de una persecución que comenzó mucho antes. ¿Cuáles fueron los motivos? Sencillamente, recordar, pedir, exhortar… a los cristianos que llevaran una vida coherente con el Evangelio y con la opción de vida cristiana elegida. Esto con especial insistencia a clérigos de vida irregular; a algunos de los cuales los llegó a sancionar como arzobispo por hacer caso omiso de sus recomendaciones.
Este acontecimiento es un catalizador de la espiritualidad martirial de san Antonio María Claret. Su deseo de entrega hasta la muerte se ve reflejado en la elaboración espiritual que él mismo hizo de este hecho. El gozo que sintió Claret al sufrir este atentado fue el de quien logra lo que andaba buscando desde hacía mucho tiempo, con la satisfacción de conseguirlo en el momento y el modo menos imaginables, aunque su ánimo estuviera bien dispuesto para ello.
Holguín fue la consecuencia de una vida coherente con el seguimiento de Cristo, llena de celo apostólico para que Dios fuese conocido, amado, servido por todas las criaturas. El celo de la casa del Padre devoró a Claret, perseguido por la causa del Hijo (cf. Mt 5,11), hasta la navaja barbera de Holguín. A partir de aquí, su sangre derramada, como sello sobre las verdades evangélicas que predicaba, le hizo crecer en fidelidad en medio de persecuciones y calumnias que, como él mismo decía, irían esculpiendo, labrando, cincelando, fraguando… su figura carismática, capaz de alegrarse en los tormentos de cada jornada, por la gloria de Dios y la salvación de todos los hombres.