Poco se habló de esta que fue la primera salida misionera de una Congregación que, con apenas 20 años y un exilio en sus pasos, supo emprender una tarea que le permitió enfrentar adversidades, recrear estrategias y definir posibilidades.
La misión de los claretianos en Argel comenzó en el exilio de Prades, lugar donde los misioneros se encontraban después de la expulsión de España a causa de la Revolución Septembrina. Este forzoso destierro llevó a que la comunidad asumiera ministerios similares a los sabidos pero no impidió la apertura a la novedad que llegó de la mano del Abate Sabbatier que en visita a la ciudad de Prades, hacia julio de 1869, habló con el entonces Padre General, don José Xifré. La propuesta era clara, se necesitaban unos misioneros para la atención de la población española en tierras argelinas, y creyó el General que los nuestros podían ser los adecuados. Esto dio pie a comunicaciones con el arzobispo de Argel, Mons. Charles Lavigérie, que ofreció hospitalidad y ministerios para que los misioneros se instalasen. El primer paso fue dado por el P. Xifré que viajó hacia inicios del mes en compañía del Hno. Capdevilla para preparar la casa en la que recibió a la primera comunidad de misioneros el 8 de octubre.
Esta misión, que auguraba lo mejor, tenía un trasfondo que en poco tiempo alarmó a los misioneros y recondujo las estrategias. La población española en Argel había ido in crescendo desde 1830 aproximadamente, cuando trabajadores provenientes de Murcia y Alicante se trasladaron como agricultores temporeros para el norte africano. Estas migraciones, en las que también contaban malteses e italianos, fue siendo poco a poco una población que se estabilizó en distintos puntos del país, dando por resultado el traslado de familias completas de españoles que ocuparon espacios con la propia cultura creando barrios donde dominaba el castellano, con variantes alicantinas y también una presencia catalana. Refiere un testimonio francés: “sobrios y laboriosos, estos pobres andaluces trabajan toda la semana, pero, en llegado el domingo, se entregan a las más ruidosas manifestaciones, con una alegría enteramente meridional”. Quien viene de afuera, introduce su otredad, y esta migración española del siglo XIX no fue la excepción. He aquí sin embargo un acoplamiento de importancia, pues la presencia española en Argel no es sólo presencia sino también cohabitación con otras culturas en un territorio que no les pertenece, pues esta porción de África también desde 1830 fue colonizada por los franceses. Esto no es un tema menor, ya que supondrá la convivencia, no siempre pacífica, de dos sistemas diversos en organización y producción de habitus.
Dado este somero vistazo al territorio, se sigue que la presencia de los claretianos supuso enfrentar este mosaico de culturas, en un momento en el cual conceptos como interculturalidad, misión ad gentes o la sensibilidad migratoria de hoy en día no hacían parte del horizonte de sentido. La llegada de los misioneros fue para la atención de españoles y hacia eso se orientaron los esfuerzos, porque las observaciones que hacía del panorama reclamaban atención y acción. El P. Joaquín Oller, después de conocer las realidades de Orán, dirá en cartas al P. Xifré: “¡cuán lastimoso es el abandono en que están los españoles de aquella diócesis! Es verdad que los sacerdotes franceses entienden y hablan generalmente el español; mas no para predicar, y aún Dios sabe cómo tratan a nuestros compatricios, por lo que viven lastimosamente”. La carta, presente en el Archivo General de la Congregación, refiere un estado lamentoso de los españoles por la falta de atención pastoral en su propia lengua, y no omite que la presencia de clero francés resulta insuficiente o hasta conflictiva.
La delicada situación, según como testimonian los misioneros, llevó a una producción, o más bien reproducción de estrategias misioneras tal y como las imaginaban en el modelo de misiones populares vividas en Cataluña. Hacia adentro de la comunidad “se respetan las reglas de las casas españolas”; como parte de los ministerios, se realizan rosarios, novenas, predicaciones de sermones y devociones en lugares incluso fuera de Argel. Viendo que esto podía no ser suficiente, se alentó la creatividad y se decidió la implementación de un lugar de culto propio para la misión con españoles y como si fuera poco, nació en Argelia la primera escuela bajo la responsabilidad de la Congregación hacia 1873. La ambición evangelizadora se conjugó entonces con una necesidad educadora, para que el migrante español aprendiese las letras y la moralidad necesaria para vivir; objetivos nada lejanos si se quiere del ideal educativo del siglo XIX pero a la vez un extraordinario método contando con que en España misma una gran parte de la población era analfabeta. No deja de llamar la atención sin embargo esta reduplicación de realidad, queriendo reproducir modelos españoles en tierras extrañas, donde no sería descabellado pensar una participación en el sistema colonizador que actuaba en el siglo XIX; esto que parece un pensamiento al aire, resultó en alguna manera el inicio de conflictos o irritaciones dentro del sistema misionero; y en esto que es una descripción se deben evitar los juicios de valor.
Los primeros conflictos nacieron dentro de la comunidad, donde no todos los misioneros comprendían la misión de la Congregación de la misma manera, porque mientras para algunos el fin podía ser las misiones populares para otros era la predicación de retiros; estaba a quien le importaba la contabilidad prolija de sacramentos y los había aquellos que indagaban sobre el mejor modo del anuncio del evangelio ya que podía significar otras cosas. Otro motivo posible para un desgaste fue la no incorporación de las diferencias, en un territorio diverso y en unos esquemas de vida distintos, donde la lengua podía compartir palabras pero no necesariamente conceptos. Hacia fuera de la comunidad, el vínculo con el arzobispo Lavigérie tuvo algunos roces, y con él también el clero local francés, y en esto tal vez sea porque en la mente del Cardenal la misión suponía otras coordenadas, tal y como lo reflejó en la fundación de los Padres Blancos y de una congregación de religiosas. En ellos, de modo tímido aparece la idea de inculturación, donde importaba el parecerse al interlocutor de la misión, que en este caso eran los musulmanes del norte africano. Finalmente, un punto no menor, pero también importante, fue la economía que determinó el accionar de la Congregación, pues no había claridad sobre quién debiese financiar la empresa misionera, si era algo que dependía de la Iglesia local o del gobierno español, y a la vez fuese quien fuese, esto suponía un ordenamiento sobre el modus operandi y la respuesta de los misioneros. La observación que resume estos conflictos nos vienen en las palabras del P. Hilario Brossosa, para quien “aquella fundación es, en verdad, historia de disgustos”.
En resumidas cuentas, la misión de Argel, que cerró sus puertas en 1888, puede orientar la mirada al cómo surgió la autocomprensión misionera de la Congregación, a la elaboración del concepto misión y a la plasmación concreta de su apostolado. Casi simultáneamente se suceden las fundaciones en Chile y en Fernando Poo (Guinea Ecuatorial), pero cada una hizo un camino distinto y sus resultados dependieron mucho de cómo se resolvieron los imaginarios sobre la misión de la Congregación en tierras extrajeras. Queda entonces abierto este recuerdo para visualizar que toda pregunta por el pasado nace en un presente, y del mismo modo una respuesta del pasado funciona a la praxis del cotidiano para crear nuevos interrogantes.