El XII Capítulo General de 1922 (15 agosto-12 octubre), en su sesión 25, decía así: «No habiendo instrumentos bastantes para resolver en forma crítica si el reverendo padre Manuel Vilaró perteneció o no a la Congregación hasta su muerte, con todo, el haber sido Confundador, el haber acompañado al venerable Padre durante muchos años en sus misiones, antes y después de fundada la Congregación, el haber vivido hasta su muerte unido con los nuestros con los lazos de la más estrecha amistad, y, sobre todo, la autoridad de nuestro V. P. Fundador, quien, fallecido ya el P. Vilaró, le considera como Hermano de los Misioneros de la misma manera que al Rmo. P. Sala, mueven al Capítulo a rehabilitar su memoria dándole la veneración que por tantos títulos le merece y considerándole unido en espíritu con los demás miembros del Instituto»[1].
Para muchos hermanos de Congregación es un dato sorprendente y que, con motivo del centenario de la rehabilitación del P. Manuel Vilaró, merece un breve recuerdo.
En 1920 el P. Ramón Ribera escribía el opúsculo La Obra Apostólica del V. P. Antonio M. Claret. A la altura de las páginas 106-107 escribía en nota: «Justo es reivindicar aquí para el P. Manuel Vilaró la gloria de ser contado ahora y siempre entre los Confundadores de la Congregación, con derecho a los mismos honores que la Congregación tributa a los 5 restantes. No es obstáculo para a ello el haberse separado de la compañía de los demás para seguir al Venerable Fundador a Cuba, en calidad de secretario, como más tarde no dejaron de pertenecer al Instituto los Padres y Hermanos que le sirvieron de capellanes y pajes por muchos años, ni el haberse el P. Vilaró vuelto por enfermo a España, restituido al seno de su familia, donde murió al poco tiempo, auxiliado por los nuestros, pues hizo esto llevado de un sentimiento de delicadeza, para no ser gravoso al naciente Instituto con su enfermedad, ni entorpecer los trabajos apostólicos de los pocos Padres que entonces éste contaba. El mismo P. Claret, años después de la muerte del P. Vilaró, lo pone al nivel de los otros Confundadores diciendo en su Autobiografía: “De aquellos ejercicios (los de la Fundación) todos salimos muy fervorosos, resueltos y determinados a perseverar, y gracias sean dadas a Dios y a María Santísima, todos han perseverado muy bien. Dos han muerto y se hallan actualmente en la gloria del cielo, gozando de Dios y del premio de sus trabajos apostólicos, y rogando por sus hermanos”. Estos dos, a la sazón que escribía el Venerable, eran los Padres Sala y Vilaró, a ambos llama hermanos, y dice que perseveraron muy bien. Júntense ambos conceptos, téngase presente que habla el Venerable de la Fundación del Instituto, y dígasenos si no brota espontánea la consecuencia que pretendemos»[2]. Cuando el P. Claret escribió las citadas líneas, habían transcurrido apenas 10 años desde la muerte del P. Vilaró. Podía, pues, tener todavía fresco su recuerdo y su vinculación a la Congregación. Por otra parte, no existía entonces ningún signo especial de una pertenencia que era más espiritual que jurídica. El juicio afirmativo del P. Claret, Fundador de la Congregación, debería servir para zanjar toda discusión ulterior.
Así las cosas, ¿por qué en 1922 se estimaba necesaria la rehabilitación del P. Vilaró? ¿Qué había ocurrido hasta entonces? El meollo de la cuestión se halla en dos comentarios del P. José Xifré a propósito de la figura de Vilaró.
En su Crónica de la Congregación (Annales 1915, p.193), describiendo a los Fundadores, decía así Xifré del P. Manuel Vilaró: «El P. Manuel Vilaró era joven, algo pequeño, pero de buenas dotes físico-morales; mas por motivo de su temperamento, de tisis incipiente e indigencia de su familia, desistió de la empresa, y después de haber ocupado en Cuba una dignidad capitular, falleció en su misma casa paterna a consecuencia de la enfermedad referida».
Y en El Espíritu de la Congregación (año 1892, p. 10), escribió: «A este fin el 16 de julio de 1849 […] se formó la Congregación con seis individuos, uno de los cuales, llamado D. Manuel Vilaró, dejó poco más tarde de pertenecer al Instituto por motivos de salud y atenciones de familia».
Estos comentarios fueron suficientes para excluirlo del Necrologio de la Congregación[3].
En orden a proponer la citada rehabilitación después de setenta años, parece que fue el hoy beato mártir P. Federico Vila el que presentó un largo informe al XII Capítulo General de 1922, celebrado en Vic, reivindicando la pertenencia del P. Manuel Vilaró al Instituto. Un año antes había escrito y publicado en Annales una breve biografía de Vilaró con motivo de 72 aniversario de la Fundación y el 50 de la muerte del P. Fundador. Esta fue la argumentación que presentó al Capítulo de Cataluña para ser debatida en el Capítulo General de agosto de 1922, pidiendo se reconociera oficialmente al P. Manuel Vilaró como verdadero miembro de la Congregación con derecho a los mismos honores que los otros Confundadores de la misma[4]:
«Razones para probar que no salió de la Congregación:
a) No salió antes de irse con nuestro padre V. Padre a Cuba, pues 1º no hay hecho alguno que permita suponerlo. 2º el día antes de irse con nuestro V. Padre fue a despedirse de su familia, volvió a dormir en la casa misión y al día siguiente salió con el Ven. hacia Barcelona.
b) No salió mientras estuvo con el Sr. P. porque 1º consta que estuvo siempre unido a los nuestros con los únicos lazos que entonces entre ellos había. 2º en sus cartas los llamaba compañeros. 3º a nadie le ocurrirá decir que el acompañar al Fundador constituía, de hecho, la salida, como no salieron los individuos que acompañaron después al Ven. como capellanes o pajes; como no se considerará salido un individuo destinado a vivir con un obispo de la congregación.
c) No salió después pues lo afirma claramente el mismo V. Padre 1º diciendo (precisamente al hablar de la Fundación de la Congregación) que todos perseveraron muy bien. 2º lo pone al nivel del P. Sala, pues dice que de los que fundaron la Congregación había a la sazón dos en el cielo (los Padres Sala y Vilaró) rogando por sus hermanos (Autobiografía 1-34). Las palabras del V. P. son claras y terminantes, y prueban que no le ocurrió siquiera que hubiese el P. Vilaró salido de la congregación.
Objeciones:
1ª y principal: sobre las afirmaciones del Rmo. P. Xifré. Es necesario interpretarlas: a) porque son opuestas a las del P. Fundador; b) por los inconvenientes que se siguen de entenderlas a la letra, a saber: a) si salió de la congregación por motivo de su temperamento o carácter, esto hace poco favor a la prudencia del Ven. Padre, que no le conoció después de haberlo tenido por tanto tiempo como compañero de misión o lo escogió sabiendo que era de mal carácter; b) si salió por tísico, siquiera incipiente, ¿cómo soportó en Cuba las fatigas del ministerio? ¿cómo el Ven. Padre cargó tanto trabajo sobre las espaldas de un tísico? c) sobre la penuria de su familia véase la objeción siguiente. Debemos pues interpretar al Rmo. Padre quien llevado de un ardiente amor a la Congregación sabemos que usaba a veces frases enérgicas y absolutas, las cuales entendían en un justo sentido los que le conocían, pero que algunas, aquilatadas, tal vez no resultarían objetivamente exactas, diciendo que el P. Vilaró dejó de pertenecer a la Comunidad de Vic, la única de la Congregación, para acompañar al Ven. Padre desistiendo, por consiguiente, de ayudar a sus hermanos en las misiones; pero saliendo para acompañar al Padre su salida fue solo material, no formal como lo prueban las razones arriba expuestas.
2ª El beneficio que le confirió N. Ven. Padre. Esta objeción no prueba nada, pues entonces en la Congregación no se hacían votos. Si no fue obstáculo para ser individuos de ella la profesión solemne de los Padres Carbó y Bernardo Sala y a éste le consideraríamos como individuo de la Congregación, si en ella hubiese muerto, y él se consideraba tal, pues en libros que publicaba entonces, añadía a su nombre: individuo de la Casa-Misión de Vic, mucho menos un beneficio en quien no tenía votos. Esta última circunstancia es muy digna de notarse. Además, sabemos que un Sr. Obispo quiso dar un beneficio al Rmo. Padre Xifré para aliviar la pobreza de sus primeros Padres y cierto que no intentó sacarlo del Instituto. (La diferencia de ser este beneficio tal vez simple, y residencial el del P. Vilaró, es accidental). El haber recibido un beneficio a lo más probará que el Ven Padre se lo dio en atención a la pobreza de su familia, pero esto no sacó al P. Vilaró de la Congregación, antes, al contrario, el Ven. Padre se lo dio para que no hubiese de salir a buscar un modo de vivir fuera del Instituto, v. gr. en la vida parroquial. Cónstanos por fin lo poco que residió el P. Vilaró en su beneficio, pues siempre estuvo al lado del P. trabajando, como habría trabajado al lado de sus hermanos y en idénticos ministerios.
3ª El no haber muerto en nuestra casa de Vic. Es objeción muy liviana, pues 1º lo hizo por delicadeza para no cargar a nuestros Padres tan ocupados en el ministerio. 2º Fue diaria y casi continuamente asistido por los nuestros, (en cuyas manos entregó su espíritu), lo cual ellos no habrían hecho de considerarlo como salido de su seno, como lo haríamos ahora. Luego ellos lo consideraban como hermano. Luego el morir fuera de la casa de Vic es una cosa muy accidental.
En todo lo dicho no se pierda de vista la condición jurídica de la congregación en aquellos tiempos».
Aquí termina la argumentación que parece fue el origen de la decisión final del XII Capítulo General de 1922: rehabilitar la memoria del P. Manuel Vilaró, el compañero más asiduo del P. Fundador. Así, el P. Manuel Vilaró (+27 IX 1852) puede considerarse el primer claretiano en fallecer, un puesto que hasta 1922 había ocupado el P. Ignacio Carbó (+3 XII 1852).
[1] Secciones 23 y 25.
[2] A.G.: 11. 1. 15.
[3] En el primer Necrologio manuscrito de la Congregación (1852-1931) iniciado por el P. Clotet estuvo ausente el P. Vilaró hasta que alguien añadió: “Año Domini 1852, die 27 Sept. vita functus est Vicia dm. Rev. P. Emmanuel Vilaró, Confundator Congregationis, et socius V.P. Sepultus est in coemeterio vicensi. Eius memoria, qua verum Congr. membrum, vindicata fuit in Cap. Grali. XII” (A.G.: B.H.14.01). En otra Necrología manuscrita del P. José Mata (1852-1906) también está ausente, y en una Estadística de Difuntos desde 1849 también está ausente y añadido posteriormente (A.G.06.16/2-3). En el primer Catálogo que conservamos con los Sacerdotes y Hermanos de los dos primeros decenios aparece el P. Manuel Vilaró con la siguiente observación: “Salió de la Congregación cuando el Sr. Claret pasó a Cuba, a donde fue también él y donde obtuvo una prebenda para poder auxiliar a su familia en cuyo seno vino a morir”. (A.G.: H.C.01.01.).
[4] A.G.: G. V. 04. 14.