Queridos hermanos:
Hace 150 años, nuestro querido Padre y Fundador de nuestra familia carismática, San Antonio María Claret, fue llamado al seno del Padre, después de completar su misión en la tierra. Creo que Claret se alegraría de que celebremos con austeridad en este tiempo de pandemia global y ciertamente querría que estemos presentes, acompañando al pueblo en su sufrimiento, como él mismo lo hizo como obispo misionero en Cuba. Hemos de aprovechar esta ocasión para profundizar en nuestro espíritu carismático, para que nos permita estar plenamente presentes, como misioneros, con nuestros semejantes en este difícil momento. Sabemos que esta pandemia también pasará, como cada noche da paso a la luz del día.
Desde abril de 2020, el brote de la pandemia acercó mucho a todos el misterio de la muerte, provocando pánico e incertidumbre a nivel mundial, aunque el sufrimiento y la angustia no son nuevos para la mayoría de nosotros. De hecho, muchos de nosotros hemos vivido momentos devastadores a nivel personal y familiar en los que una persona querida sufrió una enfermedad terminal, abuso de drogas, crisis económica, etc. Algunos han vivido tiempos difíciles debido a conflictos políticos y tensiones étnicas en sus regiones o en sus países.
Vale la pena volverse hacia nuestro Fundador para saber cómo vivió el misterio del sufrimiento. Siguiendo el ejemplo de Jesús, Claret hizo todo lo posible para aliviar el sufrimiento de los demás allí donde prestó sus servicios. Claret y sus sacerdotes arriesgaron sus vidas para servir al pueblo durante el terremoto y la posterior epidemia de cólera de 1852 en Santiago de Cuba (Cf. Aut 529-537).
Cuando Claret experimentó el sufrimiento, lo abrazó a la manera de Cristo. Durante el intento de asesinato en Holguín, Cuba (1 de febrero de 1856), la navaja de afeitar del asesino llegó hasta el hueso de su mandíbula superior e inferior, causándole un defecto facial permanente y cierta dificultad de articulación para el resto de su vida. La respuesta de Claret al atentado contra su vida fue de alegría y regocijo por haber alcanzado, como él mismo escribió, «lo que tanto deseaba, que era derramar la sangre por amor a Jesús y María y poder sellar con la misma sangre las verdades del Evangelio» (Cf. Aut. 577). Su estancia en Madrid como confesor de la reina Isabel II también significó otra clase de martirio para él.
Dos años antes de su muerte, sufría de una úlcera en la boca que, dadas las circunstancias de su tiempo, fácilmente podía haberle llevado a la muerte. En una carta del P. José Xifré del 4 de marzo de 1868, Claret escribió:
«¡Oh con qué gusto moriría si el Señor me lo permitiera! La semana pasada me pensaba que ya había llegado permiso divino ya había llegado, estaba muy contento… Tenía una úlcera en la boca, se me veía el hueso de la mandíbula inferior y cada día se iba dilatando: yo de esto he visto morir algunos […] Viendo mi úlcera y el crecimiento que tomaba y que por último acabaría conmigo, no le quería decir a nadie, a fin de poder morir, tanto es el deseo que tengo de ir con Cristo; pero pensé que sería mejor y más agradable a Dios que lo dijera y que me sujetara la molestia y tormentos de las operaciones y remedios y así lo hice».
Claret mostró la úlcera a un médico que vino al día siguiente con todos sus aparatos y le extrajo dos muelas y aplicó un elixir en la úlcera que finalmente se curó. Concluyó diciendo: «[…] frustradas mis esperanzas de muerte próxima. Alabado sea Dios…» (Cf. EC II, p.1249).
En el sufrimiento, un misionero se identifica fácilmente con San Pablo, quien escribió: «Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así que, ya vivamos ya muramos, del Señor somos» (Rom 14,8).
Cuando la noticia de la muerte de Claret llegó a la Madre Antonia Paris (Fundadora de las Misioneras Claretianas–RMI), quien creía que Dios había elegido a Claret para ser un instrumento de renovación de la Iglesia, se preguntó cómo se iba a cumplir esta misión suya. Luego escribió en su diario lo que el Señor le reveló: «¿Acaso mi Palabra se abrevia? Confía, hija, espera un poco y verás lo que hago…» (Diario no.109). ¿Será que el Señor ha estado respondiendo a través de la vida y misión de todos aquellos que iban a compartir el carisma de San Antonio María Claret? Qué duda cabe que nuestra colaboración también es necesaria para hacerlo realidad.
Queridos Claretianos, el oportuno homenaje a nuestro Fundador en el 150 aniversario de su muerte es nuestra promesa de amar desinteresadamente a Dios y a su Iglesia, de comprometernos a ser testigos y mensajeros de la alegría del Evangelio como Claret lo hizo en sus días.
Cuando Claret descubrió a Jesús en su vida, también se le concedió que la Madre de Jesús lo formara y lo acompañara en su vida y misión. Esta es también nuestra dicha. En efecto, una vida gastada, como la de Claret, al servicio del Evangelio merece ser vivida con todas sus consecuencias. Les deseo a todos una celebración significativa de la fiesta de nuestro Fundador, San Antonio María Claret.
Mathew Vattamattam, CMF
Superior General
24 de octubre de 2020