Claret salió de París rumbo a Roma el 30 de marzo de 1869, adonde llegó el 2 de abril. Pío IX le había convocado a la Ciudad Eterna para colaborar en la preparación y a continuación la celebración del concilio Vaticano I. Se hospedó en la curia general de los Padres Mercedarios. Su salud comenzó pronto a resentirse del clima romano, como le había sucedido ya las otras dos veces que había ido.
Cuando él llegó ya estaba muy avanzada la preparación del concilio. El 8 de diciembre del mismo año tuvo lugar la primera sesión solemne en San Pedro y el 10 la primera reunión plenaria con 679 participantes. Claret ocupó por orden de antigüedad, el número 40 entre los Padres; con sus 61 años era uno de los más ancianos. Había muchos temas que tratar; pero, uno sobre todo, el de la infalibilidad pontificia, iba a ser el más debatido. Para Claret, definir la infalibilidad del Papa, no sólo era un tema de fe, sino de conveniencia. Firmó la petición preparada ya el 28 de diciembre en favor de la definición. Dicha petición de la mayoría fue estudiada por el comité no oficial el 9 de febrero; luego fue presentada al Papa y se distribuyó entre los Padres el 9 de marzo. El 13 del mismo mes comenzó el debate. El 18 pidió poder hablar. ¿Qué le decidió a hacerlo? Al parecer no fue solo el discurso anti-infalibilista de Hefele, el famoso historiador de los concilios y obispo de Rottenburg, y de otros Padres, sino la intervención del obispo de Saint Gallen (Suiza), Karl Johann Greith, el cual no consideraba oportuna dicha definición; dicho obispo comenzó aludiendo precisamente a todo lo que él había sufrido por su fidelidad al Papa, lo cual –dijo- le daba derecho a hablar en contra de la oportunidad de la definición, sin que nadie pudiera poner en duda su amor al sucesor de Pedro. La intervención posterior de Claret dio la impresión de que quería contraponerse de una manera especial a este obispo, aunque le habían impresionado los argumentos aducidos en contra de la definición por parte de doctos Padres. El suyo fue un contra-testimonio a lo dicho por Greith: a uno que se había presentado como confesor de la fe y estaba en contra, iba a contraponer otro confesor de la fe a favor.
Debido al clima muy caluroso de aquellos días y a las intervenciones contrarias a la definición, el 29 de mayo le dio un amago de apoplejía. Se le entorpeció mucho la lengua impidiéndole incluso poder cerrar completamente la boca. Siguió los remedios aconsejados por el médico, y esto le alivió bastante. Por fin el 31 de mayo le llegó el turno. En él hizo referencia a los argumentos de la Biblia, de la tradición, de los Santos Padres y de los teólogos, aducidos por los infalibilistas, y que para él eran claros y decisivos. Pero, además, adujo, como prueba especial de su convicción, sus padecimientos, sobre todo el atentado de Holguín y las consecuencias del mismo que estaba todavía sufriendo. Su intervención no pretendía ser una prueba teológica o histórica más, sino el testimonio de su fe, por la cual había derramado su sangre y estaba dispuesto a derramarla toda en favor de: “esta gran verdad: ¡Creo que el Sumo Pontífice Romano es infalible!”.
Según lo que él comentó después, su intervención impresionó mucho a los Padres. Ciertamente así fue con algunos que fueron inmediatamente a felicitarle. Pero, lo más probable fue que había sido menos de lo que él imaginó, y por varias razones: hacía mucho calor en el aula, la acústica era deficiente, no pocos Padres atendían poco debido a que muchas intervenciones se limitaban simplemente a repetir argumentos en pro o en contra ya escuchados; además, él habló con voz entorpecida por lo que le había sucedido pocos días antes, de manera que probablemente muchos no entendieran bien lo que dijo, excepto que era favorable a la definición. De hecho, por su parte la prolusión fue tan emocionada que a un cierto momento comenzó a temblar todo él, e incluso el púlpito, lo cual causó no cosas risas en la asamblea, según el testimonio de Mons. V. Tizzani. León Dehon, uno de los estenógrafos del concilio, escribió simplemente que Claret había sido favorable. Los diarios personales de otros Padres no dicen nada sobre lo acaecido, o se limitan a breves alusiones. Lo cual no quita que aquel mismo día o en días sucesivos otros obispos le felicitaron, sobre todo españoles y latinoamericanos. En realidad, cuando él intervino la causa infalibilista ya estaba lista para la sentencia. Finalmente, la constitución “Pastor Aeternus”, que contenía la definición fue aprobada por 535 Padres presentes menos dos en la sesión pública del 18 de julio; un grupo se había ausentado antes de la aprobación definitiva para no votar en contra.
¿Qué implica para nosotros Claretianos hoy este hecho significativo de la vida de nuestro Padre? Ciertamente un gran amor a la Iglesia y, de una manera particular, al Papa (cf. Autobiografía 536, 841-844), de lo cual se hacen eco nuestras Constituciones cuando nos exhortan al espíritu de colaboración con los pastores para el bien de todo el Pueblo de Dios (Cc 6, 46, 48, 50). Además, su disponibilidad, y deseo ardiente de dar incluso la vida como testimonio de la fe. En una sociedad fuertemente secularizada o no cristiana, este ardor apostólico de Claret continúa siendo sin duda un punto de referencia y un estímulo para cada uno de nosotros.
Bibliografía consultada:
San ANTONIO MARÍA CLARET, Autobiografía y escritos complementarios, Editorial Claretiana, Buenos Aires 2008, 563-629, esp. 609-615.
Id., Escritos autobiográficos, BAC 188, Madrid 1981, 450-504, esp. 487-493.
BERMEJO Jesús, Claret en el Concilio Vaticano I. Una campana disonante, Studia Claretiana 10 (1992) 111-121.
MAINKA Rudolf, Pater Clarets Rede auf dem Ersten Vatikanishen Konzil, Studia Claretiana 2 (1964) 213-221.
LOZANO Juan Manuel, Una vida al servicio del evangelio. Antonio María Claret, Editorial Claret, Barcelona 1985, 536-556, esp. 551-556.