Celebramos el día de la Fundación en medio de la pandemia viral que se encuentra quizás en una segunda etapa marcada por una gran mejoría en los países de Europa que fueron muy afectados por el virus durante su fase inicial, y por el creciente contagio en otros continentes con menores tasas de mortalidad. Ahora tenemos más misioneros claretianos infectados por el virus que antes. Esto exige una forma responsable y prudente de llevar a cabo nuestra vida y misión. En esta ocasión, en la que celebramos los 171 años de la fundación de nuestra Congregación, os invito a reflexionar sobre el tema de la responsabilidad que como individuos y como comunidad carismática debemos asumir en nuestra vocación y misión en la Iglesia.
La celebración de este año coincide también con el 150 aniversario de la muerte de nuestro Fundador, mientras contemplamos la belleza de su vida y aprendemos el arte de la colaboración responsable que él realizó con el proyecto de evangelización de Dios sintonizando su vida y sus actividades apostólicas con el mismo. Ayudado por la gracia y guiado por los signos que recibió del Señor, abandonó el proyecto del negocio textil y se incorporó al seminario de joven. Como sacerdote, dejó la seguridad de una parroquia para abrazar la inseguridad propia de un predicador itinerante. Paso a paso, eligió abandonar lo que era más seguro y cómodo para aceptar lo que el Señor le pedía. Su capacidad de respuesta es evidente en la forma en que vivió la confianza que Dios había puesto en él cuando fue llamado a ser un misionero apostólico. De hecho, san Antonio María Claret respondió a la llamada de Dios con las mejores de sus capacidades.
Asumir la responsabilidad de la propia vocación y misión en respuesta a la llamada de Dios no es un camino por la alfombra roja. Implica llevar la cruz y seguir al Señor, enfrentarse a momentos de incomprensión, ridículo o persecución, y permanecer fiel incluso cuando otros se rinden. Sabemos cómo nuestro Fundador siguió su misión y permaneció fiel a su vocación misionera en medio de persecuciones, atentados contra su vida, calumnias y de una falsa propaganda sobre su persona que lo persiguió hasta el exilio en Francia. Creo que nuestro Fundador pudo soportar estas pruebas porque se apoyó en las manos de Dios como un niño y caminó hacia adelante al lado de su amado Señor y de su Madre celestial.
La responsabilidad implica una relación con una autoridad superior ante la cual se responde y se rinde cuentas sobre las obligaciones propias de la vocación y la misión asignada. Un discípulo no es un sirviente contratado. Es un hijo, no es un esclavo. Por lo tanto, un discípulo o un hijo debe honrar su identidad actuando responsablemente como un discípulo o un hijo. Nuestra identidad carismática como hijos del Corazón de María afecta a la forma en que asumimos la responsabilidad de nuestra vocación y misión. Cuanto más clara sea nuestra identidad misionera en la Iglesia, más responsablemente cumpliremos nuestra misión en la Iglesia.
La responsabilidad se entiende mejor en relación con las actitudes y comportamientos irresponsables en las relaciones mutuas, en la administración económica, en el ejercicio de la autoridad y el liderazgo, en el trabajo en equipo en la misión y en la vida espiritual. Ellas hacen un daño tremendo a uno mismo y a los demás. Los aliados de la irresponsabilidad culpan a los demás de las decisiones propias, de la justificación y la racionalización de las acciones irresponsables. El antídoto para la irresponsabilidad es crear una cultura de la responsabilidad y la transparencia ante Dios, la propia conciencia y la comunidad. Sabemos que nuestro Fundador no solo fue muy compasivo, sino también exigente consigo mismo y con los demás en cuanto al cumplimiento de los deberes y las obligaciones.
La historia de un pueblo que rindió homenaje al rey ofrece una lección interesante. El tributo debía ser pagado en especie. Después de una buena cosecha, cada granjero pensaba para sí mismo. “Después de todo, un poco de paja no hará la diferencia en el gran granero real”. Todos cayeron en la tentación de mezclar el grano con un poco de paja para alcanzar la cantidad requerida y así poder tener más grano para ellos. Cuando el rey finalmente abrió el granero, ¡había más paja que grano para las necesidades del reino! Los dones que cada uno de nosotros se niega a poner a disposición de los demás nos empobrecen como Congregación misionera.
La vida y la misión de nuestra Congregación son una responsabilidad colectiva que cada uno de nosotros debe asumir de acuerdo a sus roles, funciones y dones. Os invito a que os toméis un tiempo y os preguntéis cómo os responsabilizáis de vivir las exigencias de vuestra vocación, y de la fraternidad y la dedicación misionera de vuestra comunidad. ¿Cómo contribuimos a la mediocridad que hoy lamentamos a menudo de la vida consagrada y cómo estamos dispuestos a contribuir a que nuestra Congregación sea un testimonio creíble de la alegría del Evangelio?
Nuestra Congregación se refunda en la vida de cada misionero claretiano y en la misión de cada comunidad. El mejor homenaje jubilar que podemos ofrecer a nuestro Fundador es asumir la responsabilidad de nuestra vocación y misión, y contribuir generosamente a enriquecer al Pueblo de Dios con nuestra herencia carismática. En este tiempo de pandemia viral, celebremos el día de la Fundación de nuestra Congregación con sencillez y profundidad, impregnándonos del espíritu de san Antonio María Claret, que entregó su vida con alegría por la causa del Evangelio.
Os deseo una celebración significativa del Día de la Fundación el 16 de julio.
P. Mathew Vattamattam, CMF
Superior General
16 de julio de 2020