Queridos hermanos,
Os deseo a todos una feliz fiesta del Inmaculado Corazón de María, que celebraremos este año con austeridad en medio de la incertidumbre que aún se cierne en todo el mundo a propósito de la pandemia viral. Las fiestas gemelas del Sagrado Corazón de Jesús y del Inmaculado Corazón de María nos invitan a cuidar nuestros corazones para mantenerlos empapados del amor de Dios en medio de nuestro camino a través de las tormentas de la vida. En esta fiesta de nuestra identidad como hijos del Inmaculado Corazón de María, acerquémonos al corazón de nuestra Santa Madre y cultivemos la resiliencia de un corazón tierno. La definición del misionero claretiano que hemos heredado de nuestro Fundador caracteriza un corazón que arde en el amor de Dios.
La noción bíblica de “corazón” nos ayuda a entender a María que “guardaba todas las cosas en su corazón” (Lc 2,51), “custodiaba” las palabras de los pastores y “las meditaba en su corazón” (Lc 2,19). “Corazón” en la Biblia significa el centro de toda la persona en la unidad de todas las facultades, sin separación o división. De este modo, podemos amar, servir y alabar sólo a Dios con todo el corazón, con toda la persona. No hay nada como el amor sin medida, el servicio y la alabanza a Dios. El corazón de María, con su radical apertura a Dios, está lleno de gracia (cf. Lc 1,28). Su corazón consagrado a Dios es un corazón de escucha que puede responder a la llamada de Dios con un “fiat” inquebrantable, un hágase (cf. Lc 1,38). No es de extrañar que un corazón como el suyo glorifique incesantemente al Señor y se alegre en Dios, su salvador (cf. Lc 1,46).
La Biblia también habla de la dureza del corazón humano (cf. Mt 19,8; Ef 4,18) cuando se aleja de Dios. Un corazón impuro y endurecido es la casa de los malos propósitos de todo tipo (cf. Mc 7, 20-23). Los ejemplos de los frutos de los corazones endurecidos abundan en el mundo de las relaciones humanas, incluyendo los nuestros en las comunidades y en los apostolados. Vivir con un corazón endurecido tiene el destino de un águila que trata de volar alto con una piedra atada a su cuello.
Nos hemos enfrentado a la pandemia viral limpiándonos regularmente y distanciándonos de la posible contaminación del virus. Aún más importante es mantener nuestros corazones limpios y no contaminados por los virus espirituales invisibles de la codicia y del engaño. Nuestros corazones vueltos a Dios producirán frutos que alimentarán el amor y la vida en las relaciones. Creo que la bendición de un corazón puro es amar a los demás y comprender los acontecimientos de la vida con el Corazón de Cristo. El Inmaculado Corazón de María es la fragua de la formación de sus hijos en el arte de amar como su Hijo.
Nuestro Fundador tuvo una grande intuición del misterio del Corazón de María. Cuanto más contemplaba la vida de Jesús, más valoraba el Corazón de María como fragua de su propia formación de misionero apostólico (cf. Aut 270). Ningún otro corazón ha conocido y contemplado el misterio de la encarnación tan cerca y tan profundamente como el de María. Ser hijos de su corazón no es para nosotros un mero título institucional. Es nuestra identidad, nuestra espiritualidad, y el modo de ser testigos de la alegría del Evangelio. Como hijos, caminamos con Ella en el amor y la confianza, y nos comprometemos con Ella a configurarnos con el misterio de Cristo y a colaborar con su servicio maternal en nuestra misión apostólica (cf. CC 8).
Oremos con nuestro Fundador: “¡Oh Corazón de María, fragua e instrumento del amor, enciéndeme en el amor de Dios y del prójimo” (Aut 447).
P. Mathew Vattamattam, CMF
Superior General