LOS SÍMBOLOS DEBEN TRASCENDERSE
La vida de todos los días transcurre, no pocas veces, entre prisas y ruidos. La vida acaba siendo una vida atareada. El ritmo nos resulta ajetreado, casi se diría que vertiginoso, alocado. Nos vemos como zarandeados por mil y un reclamos, compromisos, objetivos, trabajos… Quizá, tú sabrás, es que a veces acabamos buscando el ruido para acallar el clamor del propio silencio. Y anhelamos y buscamos y pretendemos encontrar fuera lo que quizá está ahí, desde siempre, en nuestro olvidado interior. Como decía el poeta, “de su dueño tal vez olvidada, silenciosa y cubierta de polvo” dormía el arpa en aquel rincón del salón oscuro.
Pero parece que el corazón humano necesita sí o sí, al menos algunas veces, y agradece, casi siempre, una cierta quietud tranquila, una serenidad pacificada y un silencio callado que todo lo envuelve y en el que nos sentimos bien, en paz y pacificados, en armonía, conscientes y dueños de nuestro ser, vida, historia. La agitación y la inquietud nos envuelven hasta tal punto que, a lo mejor y casi sin darnos cuenta, incluso acabamos por llevarlos dentro de nosotros. Como que no pudiéramos ni supiéramos existir y vivir de otra manera sino agitados, atareados, zarandeados. En el fondo, reconocemos y sabemos que el ruido en general, y los mil y un ruidos en particular, no nos acaban de colmar, de llenar, de satisfacer. Y buscamos ciertos oasis, espacios y tiempos, de equilibrio, paz, serenidad, tranquilidad…
¡Bienaventurados, dicen que escribió alguien, los que no hablan; porque ellos se entienden! Porque no siempre las mil y una palabras, músicas… menos aún el ruido, son nuestros mejores aliados a la hora de programar la vida y de intentar llevarla a término. Un refrán dice algo así como que la palabra es plata y el silencio es oro. Y en silencio se han ido formando algunas obras grandes. El silencio es la primera piedra del templo de la sabiduría. Y la Iglesia, como otros lugares, puede ser como ese recinto de calma y de sosiego que nos permite la posibilidad de hacer silencio, de escucharnos por dentro y de sentirnos escuchados. ¿No sientes la necesidad del silencio?