QUE DIOS SEA CONOCIDO Y AMADO
¿Por qué el hombre debe amar, servir y alabar a Dios?, se pregunta Claret. En primer lugar, no sólo porque es infinitamente bueno y amable, sino también porque le ha colmado de beneficios. Por ello debe darle infinitas gracias. Los cristianos sabemos que el amor de Dios es la suma benevolencia del Señor hacia las criaturas terrenas. Basta leer 1Jn 4,16: “Dios mismo es amor”. Pero esta afirmación despierta numerosas preguntas en Claret: si Dios, tan grande, tan perfecto, ¿puede rebajarse a amar a un hombre pequeño y pecador? Y si Dios se digna amar al hombre, ¿con qué amor deberá el hombre responder a ese amor? ¿Qué relación hay entre el amor de Dios y el de los hombres?
La Biblia, que tan bien conocía Claret, responde con claridad: Dios ha tomado la iniciativa de un diálogo de amor con los hombres: “él nos amó primero” (Jn 4,19). En nombre de este amor, los compromete y les enseña a amarse los unos a los otros. Abrahán, Moisés, Oseas, Jeremías, Ezequiel… experimentaron el amor de Dios de forma privilegiada y ejemplar. Dios ama a su pueblo como un amigo, como un padre, como un esposo… con un amor apasionado y celoso, aunque a veces es correspondido con infidelidad. Con la venida de Jesús, Dios se da a conocer en su Hijo.
En Jesucristo encuentra Claret la gran prueba del amor de Dios, al que no hay más remedio que corresponder, dando la vida como él la dio. Pero sin olvidar que el amor es cumplir la voluntad de Dios. “Obedecer amando y amar obedeciendo”, como decía Claret. Nuestra libertad consiste en aceptar gozosamente el programa que él nos ha trazado. El modelo de nuestra libertad es la dependencia que Jesús tenía de su Padre. Porque Dios es al mismo tiempo roca y casa. Un lugar estupendo para vivir en paz y para invitar a otros a vivir en paz.