LLEVAR LA CRUZ CON ALEGRÍA
Nadie, en su sano juicio, disfruta siendo maltratado y humillado; sólo el masoquista encuentra en eso placer. Pero sí que tendemos a mostrar lo que hacemos, para provocar admiración o gratitud; presumimos de lo que nos esforzamos en nuestro trabajo, en nuestra familia, de lo que cada día tenemos que soportar por los demás. Nos lamentamos de no vernos suficientemente reconocidos. Nuestros trabajos y nuestros sufrimientos son como nuestros trofeos.
En cambio, una madre disimula sus penalidades a los hijos, al marido, para no hacerles sufrir; resta importancia a lo que hace porque considera lo más natural del mundo cualquier trabajo por ellos. Todo es fruto de su amor. Cuando se ama, se aceptan las renuncias, y sacrificios que sean necesarios. En cambio, la más mínima contrariedad se convierte en una montaña insalvable si se trata de afrontarla por alguien desconocido o no querido. El egoísmo es fuerte y sólo se puede vencer por el amor, no mirándose uno a sí mismo y fijándose en la persona que está sufriendo.
Frecuentemente nuestras lamentaciones resultan ridículas si nos fijamos en la situación de tantas personas sufrientes, que carecen de lo más elemental. Y, si nos confrontamos con Jesús, sólo podemos reaccionar como lo expresa Gabriela Mistral: “En esta tarde, Cristo del Calvario/, vine a rogarte por mi carne enferma/, pero, al verte, mis ojos van y vienen/ de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza/. ¿Cómo explicarte a ti mi soledad/, cuando en la cruz alzado y solo estás?/ ¿Cómo explicarte que no tengo amor/, cuando tienes rasgado el corazón?/ Y sólo pido no pedirte nada/, estar aquí, junto a tu imagen muerta/, ir aprendiendo que el dolor es sólo/ la llave santa de tu santa puerta. Amén”.
Ante una persona en necesidad, cuando tienes que hacer algún pequeño sacrificio para quien requiere tus servicios o tu ayuda, ¿piensas sobre todo en ti, o en lo que (mucho o poco) puedes hacer para remediar su necesidad o su problema?