ENTREGA A LOS DEMÁS
El tiempo hoy en día parece un bien escaso. Todos andamos ocupados, estresados por todo lo que tenemos que hacer. Unos se empeñan al máximo por mantener la propia familia, otros buscan mejorar su status de vida; hay quienes consideran fundamental la responsabilidad en el propio trabajo, para otros está en juego la lucha por ser competitivo y sobrevivir aunque sea aplastando a los demás…
Todos tenemos la experiencia de que hay cosas que no se hacen espontáneamente, ni de buen grado; hay otras, en cambio, que nos resultan más atractivas, más satisfactorias. Dejamos fácilmente lo que nos supone un esfuerzo o una renuncia, aunque sea muy importante, y ponemos cualquier excusa, o asumimos una tarea absolutamente intrascendente o inútil para justificarnos. “No tengo tiempo” es la excusa más frecuente para no hacer lo que se nos pide. Sabemos, por el contrario, que, cuando hay algo que realmente nos interesa o deseamos con todas nuestras fuerzas, sacamos el tiempo, las energías, y todos los recursos que sean necesarios para obtenerlo.
Eso que nos sucede en la vida ordinaria, nos ocurre también en la vida cristiana. Fácilmente dejamos para otro momento –que, por lo general, no llega nunca– o posponemos indefinidamente un servicio incómodo al hermano, dedicar un tiempo a rezar, a leer y meditar la Palabra de Dios o la participación en la misa dominical. Siempre tenemos “cosas” más importantes que hacer.
En la medida en que nos engañamos, refugiándonos en estas excusas (“estoy ya ocupado”, “estoy cansado” o “no tengo tiempo”) nos alejamos de la posibilidad de establecer nuestra verdaderas prioridades y de ordenar nuestra vida según ellas.
¿No es más sincero reconocer que “no tengo ganas” o “no quiero”? ¿no resulta más eficaz para afrontar la realidad?