SUAVIDAD QUE CAUTIVA
Desde que se generalizó la peste y el nefasto negocio de las drogas, especialmente entre la población juvenil, muchos padres de familia han sufrido lo que sólo ellos saben en sus esfuerzos por sacar a sus hijos de tan oscuros infiernos. El P. Claret tuvo una sensibilidad muy especial para percibir situaciones de no-salvación de las que muchos de sus semejantes necesitaban ser liberados. No era él el único que vivía esa inquietud, y por eso pudo percibir aciertos y desaciertos en otros “pescadores de hombres”.
El párrafo claretiano que hoy meditamos lo relaciona el autor con la virtud de la mansedumbre, que él calificó de “señal de vocación apostólica”. Él conoció sacerdotes pastoralmente inquietos, pero desacertados en sus formas; algunos eran llevados por un “celo amargo”, con el que lograban justamente lo contrario de lo que pretendían: el endurecimiento del pecador. Si hubiésemos preguntado a Claret por dónde comenzar para recuperar a una persona “desviada”, probablemente nos habría respondido con una expresión así de lacónica: “amándola mucho”. Él caminaba deprisa por la vida, buscaba métodos expeditivos para todo, y hasta puede haber sufrido la tentación de “precipitarse” contra actitudes o situaciones antievangélicas. Pero su lúcida reflexión le llevó a aquella cualidad que de él comentaba Jaime Balmes con admiración: “suavidad en todo”.
Quizá no le fue fácil adquirir esa forma suave y pacífica, a él, a quien la causa de Dios le quemaba por dentro; pero su propósito (“examen particular”) repetido durante años “nunca me enfadaré” fue de gran eficacia. Hablando de sí mismo, y también de los demás evangelizadores, daba Claret a la segunda bienaventuranza (Mt 5, 4) esta original interpretación: “heredarán la tierra, es decir, los corazones de la humanidad”.